El incendio forestal y sus cenizas

Paysandú está conmocionado por el incendio forestal que ha sufrido (y en parte sigue sufriendo) una importante área de nuestro departamento. Se trata de un evento excepcional tanto por sus dimensiones como por su difusión y las supuestas consecuencias y eventuales responsabilidades generadas por dicho siniestro. Como suele suceder ante un evento tan traumático para la población en general (y especialmente para quienes viven en zonas cercanas o afectadas de una u otra forma por el mismo) más temprano que tarde aparecen en la escena pública quienes desean sacar tajada político partidaria de la desgracia ajena.

Desde las redes sociales se viene realizando un ataque constante y llamativamente simultáneo contra las autoridades nacionales y departamentales, así como contra los bomberos, a quienes se les quiere responsabilizar por el mencionado incendio y sus lamentables consecuencias. Casualmente quienes hoy dedican su tiempo a tales ataques no sólo lo hacen desde la comodidad de sus hogares o lugares de vacaciones sino que intentan recrear el mismo ambiente que impulsaron la cuarentena absoluta y el cierre total de actividades cuando comenzó la pandémica causada por la COVID-19. No se trata de caras nuevas, sino que más bien son viejos conocidos que cultivan la lógica mezquina y nefasta resumida en la frase “cuanto peor, mejor” sin importar los problemas que ello signifiquen para nuestro departamento y para el país en general, ni el daño que provocan a los realmente damnificados. Los cuestionamientos son tan numerosos como infundados y por eso resulta necesario mencionar, en esta ocasión, dos de ellos: la forma de combatir el incendio y la presencia del presidente Lacalle Pou en el área incendiada.

Los incendios forestales no son un evento de origen uruguayo y mucho menos sanducero. Suceden en muchos países del mundo, incluso en aquellos que forman parte del mundo desarrollado y cuentan con mucho más recursos materiales y humanos para combatirlos. En agosto de 2021 el académico Víctor Resco de Dios (Profesor de incendios forestales y cambio global en la Universidad de Lérida y doctorado en la Universidad de Wyoming) escribía lo siguiente: “Este año, las llamas vuelven a devorar millones de hectáreas en distintos puntos del globo terráqueo. Y lo hacen de una forma que parece cada vez más voraz. Siberia, que lleva ardiendo desde mayo, ostenta el récord de área quemada con unos dos millones de hectáreas. Canadá y Californiase han enfrentado a unos incendios fuera de estación (esto es, que ocurren antes de lo habitual) que han obligado a evacuar a miles de personas. España ya ha sufrido sus primeros grandes incendios de la temporada y ahora vemos cómo el fuego amenaza zonas turísticas en Grecia y Turquía. (…) Con los incendios actuales estamos entrando en una nueva realidad.

Se trata de incendios que ya no podemos apagar. Son incendios que pueden arder durante semanas o meses y que solo se apagan cuando llueve. (…) El principal causante de esta nueva ola de incendios lo encontramos en el estado de la atmósfera. (…) Nos estamos acercando al punto en el que el potencial desecante de la atmósfera es tal que se tornan inflamables zonas que, hasta ahora, no podían arder debido a su elevada humedad o a su escasa carga de combustible”.

Tal como lo menciona el especialista español, muchas veces no se tiene en cuenta que, en realidad, los incendios forestales no se apagan, sino que se procura –muchas veces sin éxito– controlar su propagación a través de medios directos o indirectos. A pesar de que los países nombrados poseen una vasta gama de recursos y experiencia acumulada, todos optan por controlar el fuego en lugar de apagarlo.

Ante esta situación, el esfuerzo conjunto de autoridades nacionales y departamentales, empresas forestales, bomberos y población en general (especialmente la que vive en las cercanías de las plantaciones) debe centrarse en trabajar en protocolos sobre medidas prácticas que deben ser implementadas, los que deben ser difundidos entre la población tal como sucede en zonas con riesgo de terremoto, en las cuales los pobladores e incluso hasta los niños en las escuelas saben cómo reaccionar en casos de un fenómeno natural de esas características. Esos protocolos deberían incluir también los referentes a los cuales se deben dirigir, quiénes darán las órdenes, cómo se organizarán los grupos de combate del incendio, cómo se coordinarán los bomberos con los equipos de las forestales, los grupos de apoyo que se sumen y los productores de la zona, y cómo deben proceder cada uno de ellos; la forma de actuación respecto de animales y colmenas, así como se debería contar con aviones hidrantes localizados en la región tengan el ingreso presentado de antemano ante la Dirección Nacional de Aviación e Infraestructura Aeronáutica (Dinacia) de forma tal de no perder un tiempo valioso en papeleo que puede procesarse de antemano. Todo eso debería estar perfectamente aceitado y entrenado con todas las partes involucradas para que, al desatarse un incendio, todos sepan cuál es su lugar, qué deben hacer y de qué forma.

Además, corresponde controlar que los cortafuegos estén limpios y cumplan su función, aunque en esta experiencia quedó demostrado que por mejor mantenidos que estén, los focos se generan a kilómetros de distancia por el material encendido que vuela. Por ese motivo habría que cuestionarse si no sería conveniente establecer cortes de dos o tres kilómetros cada determinada cantidad de hectáreas forestadas, de forma de evitar que se forme una “carretera de fuego” si se dieran las condiciones. Es que este incendio sirvió para descubrir que ni siquiera un río puede detener la propagación el fuego, mucho menos un cortafuego de apenas unos metros de ancho.

Otro de los puntos –en este caso, político– cuestionados por los agoreros de siempre es la presencia del presidente Lacalle Pou en la zona afectada, recriminándosele que habría permanecido poco tiempo en el lugar y que se sacó fotografía con las personas que así se lo solicitaron. Quienes efectúan estos ataques parecen no recordar que en julio de 2014 durante las inundaciones que afectaron nuestra ciudad, el entonces presidente José Mujica realizó una visita de tres horas y media, y lo hizo porque es lo que corresponde frente a una situación tan traumática como las inundaciones, así como este incendio que es el de mayores proporciones que se recuerdan en Uruguay. Lo extraño de Mujica es que en las inundaciones de 2015, cuyo pico se registró en Navidad y fue aún más grande, no se hizo presente. Más allá de la defensa de intereses política partidarios que muchos priorizan, debe admitirse que no es usual, en nuestro país, que un Presidente de la República se desplace tantos kilómetros en ocasión de una fecha como el 1º de enero.

El cambio climático que sufre nuestro planeta no nos permite ser optimistas sobre el futuro de los incendios forestales: serán cada día más difíciles de combatir, incluso los que pudieran suceder en nuestro departamento. Ante una situación así, lo que debemos hacer los sanduceros es trabajar unidos para que a través del esfuerzo conjunto logremos tomar conciencia y ejecutar medidas concretas, resurgiendo de entre las cenizas como el Ave Fénix. Muchos se pueden sacar las ganas de criticar a diestra y siniestra dando “manija” en las redes contra el presidente, el intendente o de los bomberos, pero la verdad es que no aportan nada y entorpecen todo. La prevención y combate de los incendios forestales necesita de compromisos reales en el territorio, no de mezquindades digitales en la red.