Sabremos cumplir, sabremos nadar

Si bien se trata de un riesgo que existe durante todo el año, la llegada de la temporada veraniega supone un preocupante incremento de los ahogamientos en todo el territorio nacional, ya sea que se trate de océano, ríos, arroyos, lagunas, piscinas, tajamares o canteras por nombrar tan sólo algunos ejemplos. De acuerdo con los estudios en la materia, en Uruguay los ahogamientos constituyen la primera causa de muerte por lesiones no intencionales en niños de entre 1 y 4 años y la segunda entre los de 5 a 15 años, pudiéndose constatar en cualquier otra etapa de la vida. En este sentido resulta oportuno mencionar que el 8 de diciembre de 2021 y jerarquizando la prevención de este tipo de situaciones, el ministerio de Salud Pública declaró de interés ministerial ese día como “Día de prevención de ahogamientos”, concientizando a la población de la importancia de esta causa prevenible de mortalidad, pero también de morbilidad, porque muchos que sobreviven a un ahogamiento, sufren secuelas.

En efecto, tal como lo afirma la Sociedad Uruguaya de Pediatría (SUP) “En Uruguay los ahogamientos constituyen la primera causa de muerte por lesiones no intencionales en niños de entre 1 y 4 años y la segunda entre los de 5 a 15 años. Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) se trata de un “importante problema de salud, grave y desatendido”, ya que en el mundo 372.000 personas fallecen por ahogamiento cada año; un promedio de 47 personas por hora. Entre 2012 y 2017 en nuestro país fallecieron 56 niños de entre 0 y 15 años por esta causa, según datos del Ministerio de Salud. En 2018, la Mesa Interinstitucional de Seguridad Acuática (MISA) registró 165 eventos adversos en el agua, en los que fallecieron 40 personas, entre ellas 7 niños”. En varias ocasiones la OMS ha señalado que los ahogamientos de menores son un problema de salud, “grave y desatendido” y las cifras tanto globales como de nuestro país confirman esa triste aseveración.

Naciones Unidas también se ha referido a este tema, resaltando que “Todas las economías y regiones del mundo sufren mortalidad por ahogamientos y soportan la correspondiente carga. Sin embargo, debemos destacar: El 90% de las muertes por ahogamiento no intencional se concentra en los países de ingresos bajos y medianos. Más de la mitad de los ahogamientos del mundo se producen en las regiones de la OMS del Pacífico Occidental y de Asia Sudoriental. Los índices de muerte por ahogamiento alcanzan su máximo en la Región del Pacífico Occidental, donde son 27 y 32 veces más elevados que en el Reino Unido o en Alemania, respectivamente”. Esto deja en claro que las poblaciones social y económicamente más vulnerables están más expuestas a esta causa de muerte, todo ello como consecuencia de falta o ineficacia de políticas públicas en la materia o la imposibilidad de acceder a enseñanza y práctica de la natación en condiciones adecuadas. En pocas palabras: todos pueden ahogarse, pero al final los pobres se ahogan más. Así las cosas, la posibilidad de aprender a nadar significa no sólo un elemento cierto en la conservación de la vida humana sino también en la mejora de su calidad para los habitantes de esas regiones, todo lo que implica un aumento en los niveles de equidad y justicia social de esas sociedades.

En esa misma línea, en abril de 2021, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró que el Día Mundial para la Prevención de los Ahogamientos se celebre cada 25 de julio ya que el “día puede servir para crear conciencia en todo el mundo sobre el impacto trágico y profundo de los ahogamientos en las familias y comunidades. También debe ofrecer soluciones para prevenir estos accidentes y de este modo, salvar vidas. Todos los interesados, tantos gobiernos, organismos de las Naciones Unidas, organizaciones de la sociedad civil, el sector privado, el mundo académico y los particulares, están invitados a celebrar este día. Todos ellos podrán mostrar la necesidad de una acción urgente, coordinada y multisectorial sobre medidas eficaces tales como enseñanza de natación, seguridad acuática y rescate seguro a los niños en edad escolar”.

EL TELEGRAFO ha sostenido a través de los años una prédica constante sobre la importancia de aprender a nadar y por ello en nuestro editorial del 25 de mayo de 2019 expresábamos lo siguiente: “Nuestro país está rodeado por agua, con grandes ríos, con cientos de arroyos, con costas al océano Atlántico. El contacto con este elemento fundamental es permanente y accesible. Y, así y todo, la falta de cultura acuática entre nuestros ciudadanos y de políticas públicas resulta alarmante. Estamos en una nación donde históricamente se han priorizado los contenidos alejados de la práctica deportiva, donde la natación debería ser una materia obligatoria en los primeros años escolares. Además de los valores emocionales fundamentales que se transmiten a través de la educación física, en lo que se refiere a la natación, se brindan armas y recursos para defenderse en el agua, tan necesario como saber otros aspectos de la vida. Esto no quiere decir que baste con saber nadar para evitar una tragedia, pero al menos se cuenta con algo básico para manejarse en el agua. Además, ayuda a conocer los riesgos que representa el agua, a no subestimarla, y a saber las diferencias que existen entre nadar en una piscina y en aguas abiertas. Es sorprendente incluso la cantidad de pescadores artesanales que pescan embarcados en precarios botes tanto a remo como a motor fuera de borda, en ríos como en la costa oceánica, que sin embargo no saben nadar, y ni siquiera usan chaleco salvavidas”. En esa misma ocasión recurrimos a la opinión de Ariel González, conocido como el pionero del surf en Uruguay, exguardavida y actualmente educador y escritor, para quien el fenómeno del ahogamiento “debe estudiarse dentro del contexto socioeconómico y político donde ocurre, porque es determinante; así como otras variables tales como los entornos geográficos, demográficos y ambientales”. “A mayor complejidad situacional de estos factores, mayor es la incidencia social del ahogamiento”, afirma. “La correlación existente entre las economías y las fajas etarias comprometidas con el ahogamiento es significativa y sugiere la pobre intervención de los estados en sus programas educativos para erradicar el flagelo”, prosigue González con acierto. “Uruguay es un claro ejemplo donde los diferentes gobiernos han postergado y relegado los contenidos humanistas de sus currículas educativas, priorizando las científicas. Han sido negligentes en dotar al niño uruguayo de los valores emocionales fundamentales transmitidos por la educación física, los deportes, el arte, la música, danza, teatro, etcétera. Saber nadar debería ser materia tan obligatoria como las matemáticas”.

Los uruguayos tenemos muchas formas de cumplir con la promesa contenida en nuestro himno nacional y según el cual “sabremos cumplir.” Sin lugar a dudas saber nadar es una de ellas y en esa tarea deben trabajar sin demora y sin pausa tanto las autoridades nacionales y departamentales como las personas e instituciones de la sociedad civil.