Ante un nuevo año lectivo, con experiencia por la pandemia

Uruguay se prepara para un nuevo año lectivo que comenzará el 7 de marzo, con un protocolo asignado en los centros educativos. Los sindicatos empiezan a enviar sus mensajes al Poder Ejecutivo y, si bien en el Interior las elecciones de las horas docentes se llevan adelante con normalidad, en los últimos días adquirió visibilidad la movilización de uno de los sindicatos en la capital del país. Tanto como para generar el hecho político de la intervención de la fuerza pública y que, por algunos días, la opinión pública se mantuviera polarizada.
Por lo demás, quedará por saber si la “nueva normalidad” que trae el 2022 servirá para ganar el terreno perdido durante los meses pasados entre 2020 y 2021. Lo real es que América Latina y el Caribe atravesarán por las mismas inquietudes, en tanto en este continente las escuelas permanecieron cerradas más que en otras partes del mundo.
El Banco Interamericano de Desarrollo estudió los indicadores de escolaridad de países de la región y arrojó como resultado que entre el 30 y el 50 por ciento de los estudiantes de Argentina, Brasil, México y Perú entre 6 y 23 años, no participaron en actividades de aprendizaje o permanecieron desconectados, mientras los centros educativos estuvieron cerrados.
En zonas rurales de Perú, el 11 por ciento de los hogares accedió a plataformas y en Bolivia el 42 por ciento no pudo terminar por no contar con un dispositivo informático. En el otro extremo está Uruguay, donde el 86 por ciento de los docentes aseguró que dio clases en línea.
Sin embargo, la desigualdad está latente en determinadas poblaciones como las mujeres jóvenes en diversos países de la región. Durante el tiempo de confinamiento, aumentaron las horas dedicadas a las actividades del hogar o cuidados y así se amplió la brecha de género.
Incluso es posible pensar que los cierres de locales por la contingencia sanitaria pongan en riesgo las trayectorias educativas. Al menos en Uruguay, es un problema enquistado en la educación medica básica, donde se generó un “cuello de botella” desde hace años y allí permanece.
Es así que en América Latina se vuelve imperiosa la necesidad de apertura de todos los centros educativos, con el fin de retomar la interacción cara a cara con los estudiantes. Y las intervenciones sociales deberán apuntar a los sectores con mayores vulnerabilidades, donde la educación se vuelve un factor relevante para salir de esa zona de exclusión. Desde el año pasado se observa voluntad de las autoridades para el cambio en los sistemas educativos de la región, entre los cuales se encuentra Uruguay. La experiencia de dos años de pandemia, la propia resiliencia humana y la creatividad deberán apuntar los esfuerzos a esa “imprescindible reforma educativa”, tal como la define el presidente del Codicen, Robert Silva. Seguramente, habrá algunos escollos para salvar en el camino donde el diálogo –que no significa ceder espacios– deberá ser fundamental para que las transformaciones sean posibles y se vean en el territorio.
El ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, ya anunció que el futuro es híbrido. “No vamos a volver nunca a una educación puramente presencial, ni se va a cumplir la fantasía que alguna gente pudo tener en algún momento, de una educación 100 por ciento virtual y que la presencialidad desaparezca. No va a pasar ninguna de las dos cosas”.
Es que durante los meses de presencialidad, las autoridades comprobaron que los estudiantes de diversos niveles continuaban conectados a las plataformas. El observatorio del Plan Ceibal constató que durante el primer año de pandemia, se duplicaron las conexiones con respecto al año anterior –que fue prepandemia– y continuó en ascenso durante el año pasado. Con la particularidad de que algunos colegios privados se sumaron a esa plataforma.
En tiempos de vacaciones, donde antes se colgaban los cuadernos y lápices hasta el retorno a clases, se registraron ingresos a las aulas virtuales de Ceibal, con más de mil accesos una vez finalizado el ciclo escolar a fines de diciembre pasado.
Es decir que los dispositivos informáticos mantienen su atractivo y la pandemia aportó datos relevantes a ser incluidos en las nuevas formas de enseñanza, con la posibilidad de un aumento de la carga horaria en los aprendizajes, sin que implique un incremento en el trabajo docente. La práctica se impuso a la teoría y las nuevas generaciones indicaron el camino hacia el modelo híbrido, a pesar de las enormes dificultades que se registraron en 2020, con sobrecargas y una menor accesibilidad.
En medio de estas cuestiones resuenan los resultados de algunas pruebas, como PISA, que se llevan adelante en más de 60 países por parte de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) y que, por la pandemia, en vez de efectuarse en 2021, se postergaron para este año.
Un dato de la realidad indica que en Uruguay bajó la repetición en Primaria, desde 4,7 por ciento en 2020 a 4,4 por ciento en 2021. Sin embargo, cuatro de cada diez estudiantes egresan de la Educación Media Superior. Por tanto, es ineludible conocer dónde se encuentra la barrera que impide el avance y eleva los guarismos de repetición y abandono, en pleno siglo XXI.
La necesaria transformación educativa se demuestra en las comparaciones y Uruguay sigue por debajo del promedio en lectura, ciencia y matemática. Los años siguientes marcarán una tendencia y la brecha puede ampliarse, al compararse con otros países de América Latina. Porque el porcentaje de estudiantes sobresalientes uruguayos es muy inferior al promedio de la OCDE y a su vez, los resultados deficientes son muy superiores a ese mismo promedio.
Es indiscutible la necesidad de atar resultados y trayectorias educativas a la futura fuerza laboral y productiva del país, que repercutirá en nuevos índices de desarrollo económicos y humanos. En los últimos años, el fracaso ha sido bastante más político que del propio sistema educativo, porque el ámbito público atiende a más del 80 por ciento de los estudiantes de Primaria y Secundaria.