Entre inflación global y los problemas propios

La pandemia de la COVID-19, en declinación en cuanto a virulencia pero todavía amenazante y de proyección ya endémica, ha sido potenciada en cuanto a sus consecuencias negativas a escala mundial con la invasión rusa a Ucrania, mientras que sobre la economía entre otras consecuencias ha repercutido en una disparada de la inflación que ha convulsionado los esquemas vigentes durante décadas.
Un caso paradigmático entre los países desarrollados –no ya de economías del tercer mundo, donde los problemas de inflación y déficits son moneda corriente– es el de Estados Unidos, y por ejemplo allí el precio de un galón de gasolina (3,78 litros) llegó este fin de semana a los 5 dólares, un récord nunca antes alcanzado y que se da cuando el país vive la inflación más elevada en cuarenta años.
Según publicó este sábado la federación de Asociaciones Automovilísticas (AAA, equivalente al “Automóvil Club), el precio medio de un galón de carburante en las gasolineras del país se situó este sábado en los 5,004 dólares, en tanto los analistas de AAA, además, esperan que el precio de la gasolina siga subiendo durante los meses de verano boreal.
Debe tenerse presente que hace un año, en junio de 2021, el precio medio del galón de gasolina (la medida que usan las estaciones de servicios en EE. UU., en lugar del litro) se ubicaba en 3,07 dólares, es decir, prácticamente dos dólares por debajo del actual, del orden de un 40 por ciento.
A su vez, en 20 de los 50 estados de EE. UU. los precios están por encima de los 5 dólares por galón, especialmente en la costa oeste del país.
Paralelamente, en estos días se conoció que la inflación de Estados Unidos se disparó en mayo hasta su tasa más alta de los últimos 40 años, el 8,6%, una nueva escalada de los precios de consumo que vino empujada sobre todo por el fuerte encarecimiento de la energía. En este contexto, el incremento mensual de los precios de consumo entre marzo y abril fue del 1%.
Otras naciones desarrolladas no le van en zaga: Alemania tiene un 7,4 por ciento de inflación anualizado, Holanda 9,7 y España un 9,8, lo que da la pauta de la escalada global del problema. Asimismo, el dato publicado por la Oficina de Estadísticas Laborales de EE. UU. fue superior a lo que esperaban los analistas y acabó con la tregua de abril, cuando la tasa registró su primera bajada en siete meses.
La histórica subida de los precios de consumo se ve empujada sobre todo por el encarecimiento de la energía y también aunque en menor medida por el alza de los precios de la vivienda y los alimentos. En el citado país del norte, los precios de la energía (gasolina, crudo, electricidad y gas) aumentaron un 34,6% en los últimos doce meses, empujados por el precio del crudo, que subió un 106,7%, el mayor aumento anual que registra esta estadística desde que comenzó a elaborarse en 1935.
Este escenario no es particular de Estados Unidos, sino que en mayor o menor medida, con o sin subsidios que son pan para hoy y hambre para mañana, la crisis ha repercutido en todo el mundo, con una intensidad de contagio similar al COVID, porque la incertidumbre en los mercados generada por la invasión rusa a Ucrania ha dado por tierra con el reacomodo de la situación que se venía dando tras haberse superado lo peor de la pandemia, y la economía mundial presentaba ya muchos brotes verdes que permitían aventurar una cercana vuelta a la normalidad para retomar el crecimiento, con particularidades para cada país y región, naturalmente.
Por cierto, los desafíos que se abren tienen elementos ambivalentes, porque por un lado, para países productores de materias primas, se ha registrado un incremento de precios que ha beneficiado en términos generales su economía, pero a la vez ven recortadas sus posibilidades por el encarecimiento de costos y la inflación, que termina devorando lo bueno de los mejores precios, y peor aún, haciendo imprevisible la toma de decisiones para dar sustentabilidad a los emprendimientos.
En suma, los acontecimientos de los últimos meses trastocaron la incipiente recuperación global, desquician programas económicos, distorsionaron todas las expectativas y crearon un panorama de inflación – recesión en la actividad económica que tiene mucho mayor incidencia en países de economías menores, como las de Uruguay, que es un neto tomador de precios aunque contra todo pronóstico aún mantiene una inflación manejable, comparable ahora a la de Estados Unidos, cuando ha sido históricamente mucho mayor.
La inflación global tiene entre sus principales componentes los aumentos de los precios de la energía, las materias primas y los alimentos. Debe tenerse presente que las proyecciones de octubre de 2021 para Estados Unidos eran de 3,5 por ciento en 2022, y tenemos ya a esta altura el doble de ese guarismo, nada menos, lo que puede esperarse de un país subdesarrollado pero no de la mayor economía del mundo.
Como bien señala en su columna de Economía y Mercado del diario El País el economista Carlos Steneri, estamos ante una realidad que “se trasvasa a lo largo y ancho del mundo, obligando a los gobiernos a actuar ante los reclamos de los afectados que encuentran eco en los sectores políticos que lo representan. Es uno de esos momentos cruciales para la política económica, obligada por las circunstancias a trazar rumbos y ejecutar acciones con horizontes cambiantes por motivos por hechos externos”.
Esta condición es particularmente desafiante porque requiere de manejos improvisados a partir de una realidad cambiante, que a la vez presenta condiciones disímiles según se trate de economías desarrolladas, con respaldo financiero y posibilidades de influir en los mercados internacionales, o países muy condicionados por su tamaño y realidad socioeconómica interna.
Hay a la vez alternativas entre hacer lo que se debe hacer para un manejo sustentable y a la vez buscar determinado equilibrio para atender las urgencias internas, compromisos políticos y desafíos electorales de corto plazo, cuando a la vez la oposición aprovecha las circunstancias para hacer responsable de todo lo que pasa al gobierno de turno.
El común denominador es la incertidumbre tanto en lo nacional como en lo global, porque de persistir la distorsión puede ingresarse en un cambio estructural a escala global en lugar de circunstancial, con consecuencias imprevisibles. Y con una alta inflación, se presenta el formidable obstáculo de mantener los ingresos reales sin lesionar la consistencia macroeconómica, cuyos números se mantienen trabajosamente pero a la vez a costa de calidad de vida de los sectores de ingresos fijos y empresas que se mantienen en pie dentro de un mar de dificultades.
Una ecuación harto complicada, que requiere de mucha imaginación y decisión pero también de mucha cautela ante las alternativas, que no son manejables en lo interno, y que a la vez es urgida por cortoplacismos políticos internos, como es tradicional, lamentablemente.