Escenario complejo y ansiedades políticas

La desigual América Latina aún espera por la recuperación de los empleos que se han perdido durante la pandemia y las estimaciones más pesimistas calculan que eso no ocurrirá antes de 2025. Mientras tanto, cambian algunos gobiernos y las elecciones posicionan a nuevas ideologías al frente de países que luchan desde antes de la contingencia sanitaria contra los mismos males.
El desempleo, la pobreza, la soberanía alimentaria y desigualdad entre géneros eran –y son en la actualidad– asuntos pendientes de una agenda que alargó la lista de preocupaciones. Las armas son, prácticamente, similares a las que existían antes de 2020 con una dependencia económica global que quedó de manifiesto con el incremento de la inflación y, por ende, de los precios de los alimentos.
La región no logró recuperar el 30 por ciento de los empleos perdidos y las poblaciones afectadas persisten en la vulnerabilidad económico-social. Jóvenes y mujeres están a la cabeza de iguales flagelos prepandémicos, con poblaciones que aumentan sus índices de informalidad.
Y el desafío está planteado. Buscar la formalidad de esos trabajadores requiere nuevas estrategias ante un fenómeno que no es nuevo, pero se ha extendido.
Pocos ejemplos en la región, como Chile, Costa Rica y Uruguay, mantienen tasas menores pero se reafirma la idea del complejo mundo del trabajo, cuando ocurren crisis con escala mundial.
Incluso existe una franja etaria que se desvinculó de la educación media y que hoy los encuentra con menores remuneraciones o con empleos de bajas calificaciones. Este escenario se da en el país, es la respuesta a las luces de alerta que se prendieron durante años, a través de los estudios académicos y que eran rebatidos en polémicas políticas que no miraban el problema que traería en el futuro.
Y, de pronto, ese futuro es hoy. Es así como el empleo informal no solamente repercute en la discutida seguridad social o en la evasión, sino en las perspectivas de desarrollo personal y productividad de la economía en la pospandemia.
Ningún país de América Latina estaba preparado para atender en forma masiva a esta población que tuvo un franco crecimiento en los dos años anteriores. Las transferencias económicas se transformaron en las primeras medidas de auxilio a los más afectados por las medidas tomadas para contener la pandemia y en algunos países, como Uruguay, continúan con seguros de paro parcial o la extensión de beneficios sociales.
Incluso las mejores economías luchan contra niveles históricos de inflación, otro de los guarismos que se han disparado en casi todas las economías. Es lo que ocurre en Estados Unidos, donde se registró la inflación más alta de los últimos cuarenta años con el 8,5 por ciento y la Reserva Federal resolvió el mayor incremento en 22 años de los tipos de interés.
La región, en general, tiene una capacidad reducida de acción y los gobiernos –de distintas ideologías– tienen las mismas limitaciones para obtener los recursos fiscales. Por lo tanto, no es un problema de ideologías, aunque Uruguay comienza a despertarse para una nueva campaña electoral adelantada.
En ocasiones, los relatos suelen ser peligrosos. Pero la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) señala que “a partir del cuarto trimestre de 2021 el número de ocupados en la región alcanzó el nivel registrado al cierre de 2019”. El dato, de similares características en Uruguay, no es presentado con la misma insistencia por aquellos que aseguraban que se había invertido menos que otros países cercanos en contener la pobreza.
Pero las diferencias entre géneros son claras. Los empleos con mayor presencia femenina tardaron –y aún tienen dificultades– en retornar a la plenitud previa a la pandemia. El turismo, los servicios gastronómicos y las tareas de cuidados que recaen en las mujeres, retrasan su vuelta al campo laboral.
No es posible mirar esta realidad con un ojo solo. Las dificultades de la evolución de los sueldos por la situación económica y los efectos de la contingencia sanitaria en el tiempo libre, recaen en estos sectores de la producción y el trabajo que brindan salidas laborales temporales o permanentes.
En cuanto a los aspectos salariales, de la totalidad de las mesas convocadas por el Ministerio de Trabajo (86), el 40 por ciento aceptó adelantar el correctivo por inflación sugerido en abril pasado por el Poder Ejecutivo. Un 40 por ciento no lo otorga y el 20 por ciento aún negocia. En esta ocasión es bipartita (entre trabajadores y empresas), sin intervención del gobierno.
A nivel mundial la reactivación continúa, y lo hace a pesar de la ansiedad de los tiempos políticos. Porque la incertidumbre es real, pero es vital comprender que la pandemia no terminó si bien cesó la emergencia sanitaria.
Uruguay no tenía tanta espalda para la maniobra. En cualquier caso hay que recordar que el déficit fiscal se ubicaba en torno al 5 por ciento antes de la crisis sanitaria, y no es tan difícil de comprender que ante un escueto escenario, deben priorizarse los gastos con un enfoque a mediano plazo. Tal como ocurriría con la economía doméstica.
Y si miramos con atención a la aldea global –de la que dependemos fuertemente– veríamos también un lento crecimiento, con los bancos centrales que aumentan sus intereses para controlar la inflación. Algo que ya hizo la autoridad monetaria uruguaya.
El futuro inmediato seguirá planteando dificultades porque las secuelas serán duraderas. Las estimaciones de crecimiento varían entre el 2 y el 3,6 por ciento, según la zona del planeta. Y esos desequilibrios dan una idea de la vulnerabilidad actual con un escenario de conflicto que no se puede quitar de este contexto.