Solicitada: Tino

Siendo maestra de la Escuela 1 en 1994, ante la reciente inauguración del Complejo “Irene Sosa”, investigamos con mis alumnos la historia del lugar. Era imposible que no surgiera Tino. Y lo conocieron a través de fotos, recortes de diarios, anécdotas y hasta por el trabajo de nuestra artista Sonia Castelli al visitar su exposición en Casa de Cultura.
Surgió de los propios niños la idea de llamar “Tino” a la callecita que nace en el río y limita al Complejo. Elevamos nota a la Junta Departamental; pero fue negada la solicitud, esgrimiendo los mismos o parecidos argumentos que se expusieron en la última sesión.
Realmente, ¿saben quién fue Tino? Se llamó Valentín Anterino Servetti. Nació en 1885 y falleció en una cama del Hospital “Galán y Rocha”, el 9 de diciembre de 1968.

Tuvo su familia. Vivía con su madre, hermana y hermano. Si bien lo conocí ya con su triste aspecto, desde la década del ‘50, nunca le tuve miedo. Desde niños supimos que fue quien cuidó las vacas de nuestros abuelos paternos y maternos; y de los vecinos. Luego del primer ordeñe, las llevaba a pastar junto al río y volvía con ellas a la tarde, para el segundo ordeñe. Ese era su trabajo y cobraba como correspondía. Es que, en casi todas las casas había por lo menos una lechera muy necesaria fundamentalmente para las familias de entonces con numerosa prole. Si bien todos contaban con mucho terreno los vacunos no tenían pasto porque allí estaba el pozo, la noria y las quintas que parecían concursar por cual era la mejor.

Tino, por lo tanto, era fundamental para que pastaran los animales. No le llamaban pastor, pero era un pastor. Y así fue envejeciendo y alejándose de la vida de familia. Quizás decepcionado con él mismo porque hubo quien le robaba cada tanto algunas de esas vacas al dormitarse, confiado en que sus perros avisarían si se acercaba alguien. No contaba que el mal vecino era amigo de los canes. Además llegó la industrialización, las familias dejaron su lugar a las fábricas. Los hijos formaron su hogar y cada casa tenía menos habitantes. Se dejó de criar vacunos y Tino perdió su fuente de trabajo; pero no su lugar. Siguió caminando por los mismos lugares, ya sin las barrancas de los años de pastoreo, con su latita de aceite colgando del brazo con un alambre donde recibía la comida para sus perros. Realmente él comía de allí y con las monedas que conseguía, compraba fiambre para sus perros. Al que lo respetaba él respetaba. Al que le demostraba afecto, le devolvía afecto. ¿Ese es el malo? ¿Es el que asustaba?

Merece una callecita con su nombre y que algún artista regale una estatua con chatarras de esos lugares que él transitó, para que no haya problemas con las crecientes.

¿Tuvo errores? “El que esté libre, que tire la primera piedra”.

Susana Oyarbide Epíscopo