El futuro del empleo joven

La Organización Mundial del Trabajo publicó un informe titulado Tendencias Mundiales del Empleo Juvenil 2022. El trabajo tiene como la particularidad el centrarse en el análisis de las perspectivas laborales para este segmento de la población a la salida de la crisis, por lo que tiene un fuerte componente de análisis de qué está ocurriendo con el mercado laboral en el mundo y el acceso que a él tiene este segmento, pero también toma como una dimensión la afectación sufrida por la juventud en la etapa de formación a raíz de la epidemia de COVID-19.
Como siempre estos análisis tienen una referencia en cuanto a la realidad socio económica de los diferentes países, clasificándolos en de ingreso bajo, mediano y alto. En este caso plantea similitudes entre los países de ingreso bajo y mediano, mientras que en los de ingreso alto la situación es diferente. “Se espera que los países de ingreso alto sean los únicos que en 2022 vuelvan a tener tasas de desempleo juvenil cercanas a las de 2019”, sentencia.
Plantea el estudio que los jóvenes de entre 15 y 24 años de edad experimentaron una pérdida porcentual de empleo mucho mayor que los mayores de 25 años y detecta una incidencia directa del factor pandemia. “Muchos de ellos abandonaron la fuerza de trabajo, o no llegaron a incorporarse a ella, debido a la enorme dificultad de buscar y conseguir un empleo en un momento en el que muchos gobiernos imponían medidas de cierre y confinamiento y los empleadores sufrían pérdidas masivas de ingresos como consecuencia del cierre de empresas”. A la vez la caída en los ingresos familiares y el cambio en las modalidades de enseñanza –aprendizaje a distancia– hicieron que la búsqueda de educación y formación fuera más ardua para muchos. Esto impactó en que “el ya elevado número de jóvenes sin estudios, trabajo ni formación (ninis) aumentó aún más en 2020”.
El empleo juvenil a nivel mundial disminuyó en alrededor de 34 millones de personas entre 2019 y 2020, estimó la OIT. La tasa mundial de jóvenes “nini” aumentó en 1,5 puntos porcentuales en 2020, situándose en su nivel más alto en al menos quince años. En 2020 la cifra neta se estima en 282 millones de jóvenes en todo el mundo que no estudian ni trabajan. Estima el estudio que menos de la mitad del déficit mundial de empleo juvenil en 2020 se va a recuperar en 2022.
Pero además el informe advierte que los jóvenes que pierden su empleo o no consiguen uno son especialmente vulnerables a la “cicatrización”, que define como “el fenómeno por el que sus resultados futuros en el mercado de trabajo son peores que los de sus compañeros, incluso cuando las condiciones macroeconómicas vuelven a mejorar”. Esto incide en que “pueden acabar aceptando un trabajo para el que están excesivamente cualificados, con lo que corren el riesgo de quedar atrapados en una trayectoria laboral que implica informalidad y bajos salarios”. A este fenómeno también están expuestos los jóvenes de los países de ingreso alto, aclara.
Por otra parte, alude a cómo la crisis del COVID19 perturbó “la calidad y la cantidad de la educación y la formación”, ocasionando “importantes pérdidas de aprendizaje, creando desigualdades tanto intergeneracionales como intrageneracionales”.
Esto, por supuesto, tuvo efectos muy diferentes “tanto entre los distintos países como dentro de ellos, dependiendo de la capacidad de los países para proporcionar disposiciones eficaces para el aprendizaje a distancia, y de la situación socioeconómica de las familias”, que determinó la medida en que los estudiantes podían beneficiarse de esta modalidad”. Tal vez no sea específicamente el caso de Uruguay, pero en general “las mujeres jóvenes y las niñas fueron a menudo las primeras en ser sacadas de la educación y las últimas en regresar, lo que probablemente agrave las desigualdades de género en el mercado de trabajo”.
Señala a su vez la pérdida “de competencias básicas de lectura, escritura y aritmética, así como de competencias en otras materias”, lo que ha de tener un impacto directo en todo el aprendizaje futuro de esos alumnos “y, por tanto, en su preparación para la vida y el trabajo”.
Para tratar de corregir esto sugiere a los países “tomar una acción política decisiva para que los jóvenes puedan obtener la educación que necesitan y para apoyar su entrada en el mercado de trabajo en estas difíciles condiciones”.
En particular observa que “las economías ‘verde’, ‘azul’, digital, creativa y del cuidado, en particular, tienen un gran potencial para proporcionar puestos de trabajo decente para los jóvenes”, a la vez que inciden en factores como la igualdad de género, innovación y la acción por el clima, todos ellos comprendidos dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenibles que la ONU definió como metas al año 2030. El informe completo, que no es tan largo, se puede leer o descargar desde la página de la OIT.
Ahora bien, es cierto que en Uruguay las medidas para hacer frente a la pandemia fueron más flexibles que en general en el resto del mundo; que en nuestro país las condiciones de acceso de la población a los medios digitales son más favorables que en el promedio gracias a las inversiones que se han realizado (plan Ceibal, conectividad, electrificación, fibra óptica al hogar, etcétera), que el Estado tiene mecanismos de promoción del empleo juvenil e incluso con orientación de género y que los distintos gobiernos han desarrollado estrategias para promover sectores como la economía digital y los empleos relacionados con el cuidado del medio ambiente.
No obstante aparecen desafíos nuevos en el horizonte, como la reforma en la seguridad social, tan necesaria como postergada –en esto en general hay coincidencia–, según pero que a la vez puede suponer una amenaza para la inserción laboral juvenil al extender cinco años la vida laboral de los adultos. Ojo, tal vez no tenga incidencia esto en el sector de la tecnología o la economía verde, pero sí en el acceso a otros empleos que requieren menos calificación, porque tampoco pensemos que todos los jóvenes van a trabajar delante de una computadora.