Lo que el viento nos dejó

Mucho se escrito (y con razón) sobre lo ocurrido el pasado lunes 11 de julio cuando un fenómeno climático de inusuales características azotó la ciudad de Paysandú y otras zonas del departamento. Las nefastas consecuencias de esa jornada y los esfuerzos realizados por autoridades públicas, instituciones privadas de diversa índole y particulares es de público conocimiento para todos quienes habitamos este departamento.
Una vez superado el shock de tan devastador episodio, tenemos que concentrarnos no sólo en la reconstrucción sino también en la planificación y en nuevos paradigmas de prevención, para que los futuros eventos climáticos (que seguramente los habrá y cada vez con mayor frecuencia) no nos tomen por sorpresa o al menos no causen tantos daños. En efecto, no podemos seguir construyendo viviendas y espacios comerciales e industriales (galpones, estacionamientos, etcétera) con las mismas técnicas que hace 20 o 30 años. El clima del mundo ha cambiado debido al calentamiento global y ello ha desencadenado situaciones que pueden tener consecuencias inesperadas con tan sólo algunos minutos de lluvia intensa, granizo o vientos fuertes. De acuerdo con la especialista Preeti Singh, “en un contexto en el que el clima es impredecible, la conversación sobre el diseño y la construcción de viviendas está cambiando de un enfoque muy centrado en la sostenibilidad a uno más interesado en la resiliencia. El “Resilient Design Institute” define construcción resiliente como el “diseño de edificios, paisajes, comunidades y regiones para responder a desastres naturales provocados por el hombre”. Esto implica “reducir la dependencia de ciertos recursos naturales y preparar los hogares para resistir eventos climáticos extremos. Para lograrlo, se buscan soluciones que pasan por recuperar la construcción vernácula, optimizar los recursos que ofrecen las energías renovables, actualizar los códigos de construcción e incorporar técnicas de diseño pasivo, entre otras cosas”.
Madeleine Renom, doctora en Ciencias de la Atmósfera ha explicado con claridad al semanario “Brecha” el nuevo mapa meteorológico de la región: “Las temperaturas promedio en Uruguay aumentaron 1°C en los últimos 50 años, pero, por extraño que parezca, los máximos guarismos registrados en los veranos tienden a la baja, aunque las noches sean más calurosas. Es que los inviernos ya no son lo que eran antes: ahora son más cálidos y las temperaturas mínimas son más altas, lo que redujo los días en los que hay heladas. Las lluvias aumentaron un 20 por ciento y se concentran mayoritariamente en los meses de verano, lo que, paradójicamente, coincide con los períodos de sequía. Esto no es bueno, porque si en un momento de sequía o en un período muy corto de tiempo se produce una lluvia muy intensa se pueden generar inundaciones repentinas o la erosión en los suelos, porque el suelo muy seco no tiene la permeabilidad suficiente para ir absorbiendo el agua”, explicó la investigadora. Y “estos episodios de lluvias intensas también están aumentando, aspecto que sí sería atribuible al cambio climático, que, combinados con eventos como El Niño o La Niña, pueden variar de intensidad. Las precipitaciones intensas que se dan en el norte del país y en el litoral este de Argentina se deben en parte al cambio climático. El mayor calentamiento en la superficie y el aumento de humedades desde el norte de Brasil generan fenómenos convectivos con tormentas muy armadas y bastante intensas”. Pero aquí hay otros problemas: “como la escala del país es pequeña, la cantidad de datos reunidos también lo es, y, por otra parte, Uruguay no cuenta con un radar que permita estudiar este tipo de tormentas”.
Teniendo en cuenta este delicado y peligroso contexto meteorológico, se debe exigir asimismo el dictado y/o el cumplimiento según el caso de las construcciones livianas que muchas veces están bien construidas en genérico, pero no debidamente adaptadas a esas exigencias climáticas que ya hemos mencionado. Un viejo refrán afirma que “quien espera lo peor recibe lo mejor” y esa debería ser la filosofía de construcción por estos días: pensemos en estructuras que puedan soportar el peor de los eventos que cada día se hacen más frecuentes en lugar de encomendarnos a la providencia para que no nos arranque el techo de un galpón, de un local comercial o de una residencia. Ya no se trata de eventos aislados y casi irrepetibles. Muy por el contrario. Cada día esos eventos son más frecuentes y de mayor intensidad. A modo de ejemplo, es muy común ver techos volados durante un temporal cuyas cerchas estaban apenas “pegadas” a la cornisa (que se desprenden al menor viento), cuando lo lógico es que éstas estén aseguradas a una viga más abajo, mediante riendas de alambre acerado. Así se construía hace más de 50 años, y paradójicamente las casas viejas son las que han sufrido menores daños. ¿Por qué entonces no observar las técnicas de construcción de antes? No todo es cuestión de plata, hay cosas que se hacen mal y no es por ahorro.
Por otra parte, esa urgencia en cuanto a la adaptación de las construcciones a los eventos climáticos extremos adquiere mayor importancia en el caso de las viviendas económicas como aquellas entregadas en el marco de soluciones habitacionales para quienes pueden de esa manera a un techo propio. Tanto las técnicas como los materiales de construcción deben ser revisados y actualizados si fuera necesario para enfrentar esos nuevos desafíos. Otro punto de especial atención debería ser una revisión y actualización de la enseñanza en materia de construcción de forma tal que quienes se formen en esa disciplina puedan identificar y subsanar los defectos de construcción que pueden presentarse en cualquier obra. Actualmente mucha obra es realizada por gente del oficio o por alguno que “sabe”, pero que en los hechos tiene graves falencias.
Otro de los puntos que resulta seriamente afectado en este tipo de eventos es la infraestructura de la ciudad, que muchas veces no está diseñada para canalizar ni desagotar las fuertes cantidades de agua que en pocos minutos pueden superar cordones y alcantarillas (la mayoría de ellas tapadas y sin mantenimiento) los cuales transforman a muchos cruces de nuestras calles en verdaderos ríos. Es verdad que siempre existieron estas situaciones en algunos puntos críticos, pero el carácter extremo y veloz de los fenómenos que los causan ha crecido en los últimos años y guardan relación indiscutible con el cambio climático.
Al revés de la famosa película estadounidense de 1939 protagonizada por Clark Gable y Vivien Leigh y cuyo título era “Lo que el viento se llevó”, los sanduceros tenemos que mirar hacia adelante y no pensar en lo que hemos perdido sino en que lo debemos hacer para no volver a sufrir pérdidas tan graves y dolorosas como esas, o aún mayores. En efecto, más allá de si el evento del 11 de julio se trató de una turbonada, un ciclón, tornado, huracán, reventón o lo que fuere, lo cierto es que el cambio climático llegó para quedarse y en lo que va del año 2022 este fue el segundo evento de esas características (el primero fue en el mes de febrero y afectó mayormente la zona de la Autobalsa); tenemos que poner manos a la obra para que las futuras consecuencias puedan ser evitadas o al menos minimizadas.