Emocionado acto por la colocación de la estatua de Eduardo Franco

En aquellos días finales de setiembre de 1961, unos muy jóvenes sanduceros que soñaban con ser músicos y que –siguiendo la moda de entonces– se llamaban Los Blue Kings, seguramente caminaban por una 19 de Abril de aspecto diferente, y hasta quizás ingresaban al Florencio Sánchez, para ir preparando su primer concierto, que iba a producirse el 10 de octubre de ese año; hará dentro de muy poco 61 años.
De aquellos cinco temas de su primer repertorio –que debieron repetir íntegramente porque el público quería más y ellos no habían preparado otros– hasta hoy, cuando de Los Iracundos (nombre que tomaron dejando de lado el anglicismo) pasó la historia, que los convirtió en los mayores embajadores culturales de Paysandú. Que los hizo famosos en América y más allá.

Y la vida, que no se detiene ante nada ni nadie, nos fue dejando sin nuestros músicos de cabecera. Pero nos dejó –y nos corresponde legarla a las siguientes generaciones– su música. La música que sigue siendo bien nuestra, pero a la vez de toda América.

Anoche, en esa misma cuadra, ahora reformada, transformada pero esencialmente la misma donde se sigue destacando el Florencio Sánchez, se inauguró una estatua en bronce de Eduardo Franco. Y no, no hubo miles de personas en tal acontecimiento. Estaban –estuvimos– los que tenían que estar. Su familia, sus fans, el público que se reconoce en la música de Los Iracundos, quienes tuvieron la idea y lograron concretar el proyecto, el escultor y las autoridades.

Dato no menor: el grupo Fusión con canciones de Los Iracundos. Porque eso es lo que realmente pasa con los músicos, tan mortales como el resto. Dejan su legado eterno para que otros músicos interpreten sus canciones, para deleite del público, el de antes y el nuevo. Todo pasa, pero la buena música permanece, se característica de una comunidad.

“Paysandú se merecía y era necesario tener un lugar al que venir y –además de sacarse una foto– recordar a Eduardo Franco”, subrayó el intendente Nicolás Olivera.
María Karlowicz llamó a su hija Giselle Franco para que la acompañara en el micrófono, profundamente emocionada. Ahí está, sentado, en su Paysandú, en esa cuadra donde seguramente sintió los primeros nervios antes de subir a un escenario, el teatro al que volvió para otros conciertos, a lo largo de las décadas.
El escultor Velarde Gil caminaba entre el público, feliz viendo su obra plasmada en bronce. Lo mismo los integrantes de la Comisión Pro Estatua de Eduardo Franco, que lucharon con denuedo para obtener los 17.000 dólares necesarios.

“Paysandú se merecía y era necesario tener un lugar al que venir y –además de sacarse una foto– recordar a Eduardo Franco, tenerlo presente y que estos niños, cuando anden en la vuelta, pregunten ‘¿Quién es este señor?’ Entonces a partir de ahí comenzará a darse lo que es la apelación a la memoria y a lo que pasa todos los días en Paysandú”, afirmó Olivera. Recordó que hace no mucho tiempo el baterista Juan Carlos “Bebe” Velázquez falleció y fue velado en el propio Florencio Sánchez.

“Es un orgullo pertenecer a una tierra que ni se ha cansado ni se cansa de dar talentos” como Eduardo Franco y sus Iracundos, que “hicieron conocer a este pedazo de suelo en todo el mundo”, sostuvo Olivera.
La estatua fue descubierta y la primera foto fue la que debía ser, con el intendente, su viuda, una de sus hijas y el escultor. Al levantarse, un gesto casi imperceptible de Giselle, que acarició la cabeza de la estatua. Eduardo Franco, lo mismo que el resto de Los Iracundos, están en varias partes. En su música, en los recuerdos de quienes unen partes de sus vidas con sus canciones, en las emisoras que siguen pasando sus creaciones.
Desde anoche, Eduardo Franco también está en estatua, sentado en la semipeatonal de 19 de Abril. De aquí a la eternidad. Como su música.