Factor de riesgo para la riqueza ganadera, con apuesta a la vigilancia

En noviembre, es decir dentro de un mes, el estado de Mato Grosso, en Brasil, realizará su última inoculación contra la fiebre aftosa, apuntando a que desde 2023 el Estado sea promovido como libre de enfermedad sin vacunación. Es decir que por intereses económicos se encara una jugada de riesgo, pero no solo para el Estado y el país al que pertenece, sino para toda la región que depende del recurso ganadero –gran parte del Cono Sur latinoamericano, incluyendo al Uruguay– y donde sobre todo a partir de esta realidad, la vigilancia y la detección precoz de eventuales focos pasa a ser clave en el nuevo escenario.

Una pista de los argumentos manejados por las autoridades del mencionado estado brasileño la da en una nota de prensa el ingeniero agrónomo Renan Tomazele, director técnico del Instituto de Defensa Agropecuaria (Indea) de Mato Grosso, quien consideró que para ese estado, suprimir la vacuna contra la fiebre aftosa es lograr un mejor estatus sanitario. “Eso es el mejor estatus sanitario del mundo”, expresó, y agregó que los ganaderos “tendrán que empezar a vigilar su ganado”.

El estado de Mato Grosso tiene más de 32 millones de cabezas de ganado distribuidas en más de 100.000 establecimientos, y llega a este punto luego de 26 años libre de la enfermedad con vacunación. Tomazele precisamente hace hincapié en que a partir de ahora el sistema productivo debe cumplir con un papel fundamental, que es el de la vigilancia en cada uno de estos establecimientos y la diversidad de zonas ganaderas.

Es que además de tener un importante número de vacunos, es el tercer estado más grande de Brasil y uno de los menos densamente poblados. Como desafío extra, comparte una importante frontera con Bolivia, la mayor que tiene Brasil con otro país, pero a la vez también hay fronteras con otros estados.
El jerarca del Indea dijo además que hay un cambio de actitud que hizo llegar a esta controvertida decisión. Así, consideró que “en lugar de vacunar, vamos a vigilar: no vamos a recibir la vacuna, vamos a reemplazar el modelo de seguimiento. En lugar de vacunar, vamos a hacer un trabajo de vigilancia. Cuando se trata de vigilancia, realmente estás ahí en el día a día. Y, esta es una gran evolución. No vacunar es el mejor estado de salud del mundo para que estés libre sin vacunación”.

Agregó en la entrevista que esa nueva estrategia en la cual la vigilancia juega un papel clave, se puede hacer de dos maneras: activa y pasiva. La vigilancia activa es llevada a cabo por Indea, y consiste en apoyar a los establecimientos, realizar encuestas, generar charlas y guías a los productores; en la vigilancia pasiva el protagonista es el productor rural.
Refiriéndose a este desafío, Amauri Alfieri, profesor de la Universidad Estatal de Londrina (UEL), en el estado de Paraná (ubicado más al sur) manifestó que es muy importante tener un calendario de salud y la bioseguridad dentro de las propiedades rurales. “La bioseguridad va a tener que empezar a funcionar. Tienes que saber qué pasa no solo con tu rebaño, sino también con tu vecino”.

Explicó que el virus de la fiebre aftosa tiene siete serotipos y decenas de subtipos. Esto hace que escape del sistema autoinmune y, por lo tanto, es necesaria la vigilancia. Esta inspección es realizada por productores, organismos públicos y gestores sanitarios.
“La Defensa Zoosanitaria es una política de Estado. Un pueblo que olvida la historia está condenado a cometer los mismos errores. Es por eso que es importante mantener una vigilancia constante de la fiebre aftosa, pero también de otras enfermedades”, advirtió.

Las reflexiones del docente del estado de Paraná son en sí una advertencia implícita de los riesgos que se corren y de cómo deben ser las cosas, pero sin necesidad de ser una autoridad en el tema, surge claramente que cuando acota que “un pueblo que olvida la historia está condenado a cometer los mismos errores”, recuerda que ya la región sufrió el durísimo precio de intentar un mejor estatus sin vacunación apostando a la responsabilidad de los diversos actores, y que en 2001, precisamente, hubo omisión y negligencia no solo de muchos productores –con el respaldo de gobiernos– que no dieron cuenta de la situación de brotes para “no complicarse”, sino que arrastraron a toda la región a efectos devastadores en la economía por el cierre de los mercados ante la extensión de la fiebre aftosa, que no conoce de fronteras políticas.

En nuestro país y los demás países de la región, ante los estragos por el brote de aftosa en 2001, es absolutamente justificado que se mire con recelo y se siga de cerca esta situación, porque además ya se ha evaluado exhaustivamente el costo-beneficio de dejar de vacunar contra esta zoonosis, y hay prácticamente consenso entre gobernantes, técnicos y productores de que los beneficios serían muy relativos en comparación con los serios problemas que podrían devenir de nuevos brotes de la enfermedad.
El ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca de nuestro país, Fernando Mattos, expuso en su momento que se mantendrá el carácter obligatorio de la vacunación antiaftosa y que aunque la región está epidemiológicamente mejor, Uruguay aún no considera acertado dejar de vacunar.

Nuestro país es parte del corazón de esta producción, y precisamente resultó uno de los más afectados cuando la última gran crisis producto de la epidemia de aftosa. Desde 2001 a la fecha, cuando la gran epidemia de fiebre aftosa, que fue uno de los orígenes –no el único– que precipitó la crisis que vivió nuestro país entonces, ha habido consenso en los países productores, bajo la coordinación de organismos técnicos y políticos, de actuar en forma conjunta para preservar la riqueza ganadera, en el entendido de que ante la amenaza continua de focos en zonas endémicas, había que mantener el esquema de vacunación, pese a sus costos y cierta pérdida de valor de la carne. Pues de eso se trata, del análisis de la relación costo- beneficio, naturalmente, y hay países, como Brasil, que entienden que es pertinente dejar de vacunar para acceder a estos mercados, ante un riesgo de contagio que ha descendido, pero que siempre está latente en fronteras tan permeables como las que tenemos en la región.

Nuestras gremiales de productores han reafirmado su postura tradicional contraria a dejar de vacunar contra la fiebre aftosa, “porque tenemos muy pendiente lo que ocurrió en 2001, con una epidemia que se extendió con más de dos mil focos activos detectados por el país. De alguna manera, lo que se está invirtiendo es como un seguro, porque no hay ningún impedimento de acceso a los mercados de mayor potencial porque estemos vacunando contra la aftosa”, en tanto ahorrarse el costo de la lucha activa contra la enfermedad “no justificaría el riesgo de infectación que se correría si surgiera algún problema”.

De eso se trata precisamente, porque en un subcontinente donde el Uruguay y otros países vecinos tienen a la carne como un valor preciado de exportación, resulta vital la cooperación e interrelación entre los que comparten el recurso para preservarlo y potenciarlo, porque además al no existir fronteras sanitarias un problema puntual en determinada zona puede llegar a extenderse hasta lugares impensables superando todas las barreras, como ya ha ocurrido.