Por Natalia Modernel
Fotos Milton Cabrera
Amanda teje, teje en telar o teje con agujas. Esa es su vida. Su historia no tendría nada de particular si nos quedamos en lo que hace; pero detrás de “esta mujer que teje”, hay una historia de verdadera resiliencia. Sus días están acompañados de mucha música que busca en las radios, le encanta escuchar tango, chamamé, polka, gato, chamarrita, “aunque ahora son pocas las radios que pasan lo que a mí me gusta”.
Amanda Josefina Dour Negro nació el 14 de agosto de 1938 en Colonia 19 de abril, Paysandú, por lo que en la actualidad tiene 84 años. Es viuda y vive sola pues su único hijo vive y trabaja en Maldonado y lo extraña mucho. “No tan sola” –aclara– “tengo a Guapo y a Lucero, que vinieron un día y se fueron quedando, son mis guardianes y mi compañía”, refiriéndose a los dos perros callejeros que adoptó con diferencia de poco tiempo. Según cuenta, entre risas, duerme muy poco, “duerme rápido para dormir menos horas”, dependiendo de la cantidad de trabajo que tenga, tres o cuatro horas de sueño le son suficientes. Nació como la menor de 5 hermanos que ya desde chicos debían ayudar con las tareas del campo para “parar la olla”, la escuela la hizo más bien en su casa, “la maestra me mandaba los deberes y yo hacía todo enseguida, pero no podía ir a clases todos los días, porque había que trabajar”. Amanda ahora es ciega, pero no nació con esa condición. Cuando tenía 13 años de edad, estaba ayudando a su padre a trillar trigo y una espina de la barba del trigo saltó de la trilladora directo a su ojo. La llevaron al oculista quien pudo sacarle solamente la mitad de la espina, después le puso unas gotas (que ella cree recordar que eran de colirio), le tapó el ojo y le dijo que volviera al otro día que se habría formado una “telita” y ahí podría sacar el resto de la espina. “Al otro día, tenía el ojo blanco, ya no veía. Fuimos de nuevo al médico que nos aseguró a mí y a mi padre que no era por las gotas y me puso gotitas de nuevo, esta vez en los dos ojos. Yo sentí que los ojos se me prendían fuego, era un ardor insoportable”.
Ella habla rápido, entusiasta, casi sin pausas, lo que por momentos hace difícil seguir su narración, pero en resumen, en el transcurso de toda su vida ha visto muchísimos doctores y a padecido males varios; tiene más de 28 operaciones en su cuerpo, superó el cáncer de estómago y varios fibromas, y es ciega porque en su momento le “quemaron las córneas”. Tuvo COVID casi al comienzo de la pandemia, y lo supo seis meses después cuando fue a hacerse unos análisis y le dijeron que lo había tenido; dice recordar que hacía unos meses había sentido que “la comida no tenía gusto, hubo días en los que no tenía fuerzas para nada y estaba resfriada”, pero supuso que era una gripe o alergia por una limpieza que había hecho en su galpón y asegura que se curó tomando remedios caseros.
Una vida nada fácil
Todo lo que Amanda cuenta lo hace con entusiasmo, aún cuando habla de una etapa difícil que vivió. Se casó en 1967 y vivían en Treinta y Tres. Su vida de casada no fue buena, sufrió violencia doméstica, física, emocional y síquica. Cuenta: “aguanté muchas cosas horribles, tuve miedo y paciencia porque en esa época se suponía que una debía aguantar todo. Igual hice un montón de denuncias que a nadie le importaban y me decían que conocían a mi marido y que no debería ser tan así, que volviera para mi casa. Hasta que en el año 2005 me fui de mi casa con casi nada, solamente lo que precisaba para seguir trabajando.
Me ayudó un matrimonio que me permitió vivir en una casita al fondo de su casa. Muy pocas personas sabían dónde estaba viviendo porque no quería que mi marido me encontrara, ya había intentado matarme. Al año de haberme ido él falleció”. En el año 2010 se mudó a Paysandú nuevamente, y desde entonces aquí vive.
Trabajo y más trabajo
Además de trabajar en las más variadas tareas del campo, fue hiladora, dio clases gratis de hilado, tejido, cincha, dactilografía, y también clases particulares. Con más de 20 años se fue a vivir a Treinta y Tres y trabajó 25 años en la Intendencia de ese Departamento en la mañana, de tarde daba clases y reafirma orgullosa “pero los alumnos recibían diplomas, no era así nomás”; llegó a tener 78 alumnos de entre 8 y 76 años. Es decir que ya de joven sus días eran largos, porque al volver a su casa y luego de encargarse de la limpieza, comida “y todo lo que teníamos que hacer las mujeres”, seguía trabajando en el galpón con todo lo relacionado a sus tejidos hasta muy tarde en la noche.
Una etapa que recuerda con un orgullo especial es cuando colaboraba en la radio CW45 Difusora Treinta y Tres, los sábados en el programa “Sin Fronteras” que conducían Mario de Fleitas y Níver Acosta. “Durante la semana recibíamos pedidos de gente necesitada y armábamos la lista de cosas que necesitábamos para donar. Yo hablaba desde mi casa, y era increíble la respuesta de los oyentes, conseguíamos donaciones increíbles.
Por ejemplo una vez pudimos ayudar a un matrimonio con dos hijos y otro en camino que quedaron en la calle porque se había incendiado donde vivían. Pudimos darles un terreno, materiales de construcción y algunas cosas para adentro de la casa para que pudieran empezar de nuevo”. Durante muchos años formó parte de la Cruz Roja, y también del Club de Leones.
De la oveja a la máquina
Amanda siempre trabajó, pero en este momento, asegura que el trabajo es su vida, vive para trabajar, y le gusta, es lo que la hace feliz. Su forma de trabajo la define como “de la oveja a la máquina”. Compra la lana de “destaro” o descarte, unos 50 kilos, cuando comienza a limpiarla, se protege con una túnica, según dice: “la túnica la tengo que usar porque sale mucho polvillo, mugre, abrojos, productos químicos que usan para bañar a las ovejas, de todo”. Esos 50 kilos de descarte después de haberlos limpiados, los cambia por 25 kilos de lana nueva y comienza todo el proceso. Hay que lavar los vellones tres veces por lo menos, el tiempo tiene que acompañar para que se seque lo más pronto posible, “así no agarra olor feo”, luego viene la parte de “peinar la lana”, el escarmeado en el que se estiran los fragmentos separando a mano cuidadosamente las fibras sin que se corten, hasta que tengan una textura suave y un peso ligero, así el vellón queda transformado en mechas y se enrolla.
Pero ahí no termina este largo proceso artesanal porque para poder tejer, es necesario convertir las mechas en un hilo, (eso es lo que hacen las hiladoras), hay que retorcer la mecha hasta transformarla en un hilo resistente, y recién ahí, con esos hilos se forman las madejas.
Para hacer tejidos diferentes es necesario teñir la lana con diferentes tinturas. Puede parecer que esta es la parte más sencilla, y seguramente lo sea, pero no lo es para alguien no vidente; por lo que Amanda le tuvo que poner creatividad: al teñir la lana de diferentes colores, utiliza una técnica ingeniosa para saber luego qué color es cada una: utiliza un aroma diferente para color incluyendo el perfumador en el lavado, así después puede saber las combinaciones. Sus agujas también tienen unas marcas que las identifican al tacto “para no errarle” (dice entre risas).
Para tejer en telar se requiere un buen estado físico, son muchas horas de pie, inclinada y estirar los brazos; Amanda dice: “no sé el equivalente a cuántas cuadras hago por día caminando, porque son dos metros de largo y yo voy y vengo sin parar”. Los tejidos que realiza en telar son de los que más le encargan, “jergones” de varias medidas, desde 90 cms a 1,70 metros.
“Ahora soy famosa”
Dice Amanda. Hace un par de semanas fue entrevistada para Canal 10 de Montevideo y a partir de ahí dice que la han llamado de todos lados. Durante días recibió llamadas de todo el país y del exterior también. Comentó a EL TELEGRAFO “no puedo creer lo que está pasando, me estoy haciendo famosa, ahora me estás entrevistando vos”, todo entre risas, es como que siempre está contenta.
A raíz de que se hizo conocida, Juan Carlos López, más conocido como “Lopecito”, la invitó a participar en la Expo Prado 2022. Viajará “con todo pago” para estar mostrando sus trabajos y también su forma de trabajar. Aclaró que “Lopecito me pidió que le teja un poncho al presidente, pero me avisaron con muy poco tiempo, no puedo cumplir con eso. Yo no tengo trabajos hechos, siempre hago a pedido, así que me puse a trabajar de apuro en algunas cosas para llevar y mostrarlas”.
Gracias a Dios
“No es que yo practique alguna religión, pero sí creo en Dios, yo creo que Dios me protege, y le agradezco todos los días”. “Cuando pasó la turbonada acá en Paysandú, en mi casa no pasó nada, y a mi alrededor todos sufrieron daños, creo que fue gracias a Dios”.
A ese Dios le pide que nunca le falte trabajo, y asegura que no le falta, y eso la hace feliz. “Tener trabajo, buscarle la vuelta”, es lo que aconseja cuando le consultamos cual es la receta para seguir adelante a pesar de los pesares.