Escribe Ernesto Kreimerman: Sin Varela y sin los jóvenes, no hay reforma posible

La asociación Uruguaya de Educación Católica (Audec), organizó un seminario sobre los cambios que se impulsan desde el gobierno para la educación. Adrián Arias, director de Audec, según el diario El País (edición del 28/9), advirtió que no se trataba de una instancia que “respalde la reforma actual”, de la que admitió no se conoce más que “trascendidos en la prensa”. Sí dijo algo importante que ha sido una restricción: no invitaron voces contrarias a la transformación de la que habla la Administración Nacional de Educación Pública, pero no se conoce.
Esta afirmación cobra especial dimensión toda vez que revisamos el almanaque: estamos al cierre del mes 9, setiembre, y el ecosistema educativo pocas certezas tiene acerca de lo que se trata el año lectivo 2023, primer año de cambios cuando estemos ya viviendo el cuarto año de gestión de esta Administración.
De la misma información surge que ya el presidente del Codicen, Robert Silva, anunció una prórroga, a la que llamó “un año de gracia”. Pero en realidad es mucho más que un waiver, un perdón o una renuncia, es la admisión de que no hay una visión macro inspiradora de lo que se aspiraría a hacer.
Renato Opertti, un profundo conocedor del universo educativo nacional, ha expresado tres cosas que vale la pena rescatar y destacar: 1, calificó de valiente la decisión de ir hacia una educación integrada, desde la educación inicial hasta secundaria; 2, que no le convence la propuesta de una formación muy centrada en asignaturas”; y 3, no existe diálogo con los jóvenes, que “se les pone el micrófono para denunciar una situación” pero “no se los entiende”. Y sentenció: “los jóvenes no abandonan el sistema, es el sistema el que los expulsa” (todas citas diario El País, del 28/9).

Mi primer temor es que el racconto de expresiones de quienes están involucrados en este impulso de cambios en la educación incluidas en los párrafos anteriores, deja en evidencia que está aún muy en borrador la conceptualización misma que pretenden. El segundo temor, es lo que se anunció en la portada misma de la última edición del semanario Búsqueda: se “prevé eliminar los exámenes y permitir pasaje de grado en cualquier momento del año”. Mi tercer temor, a la luz de los dos anteriores, es si acaso se ha definido qué es la escuela, qué se espera de todos y cada uno de los involucrados en el acto educativo y su ecosistema. Aquí están las preguntas mínimas y sus respuestas podrían abrir caminos para múltiples búsquedas y no pocas coincidencias.
Si nos quedamos con esa idea de que escuela es la que se dedica al proceso de enseñanza y aprendizaje entre alumnos y docente, habremos retrocedido. Eso nunca fue una escuela y menos la vareliana. La base de la escuela vareliana, y que dio sentido fundacional a un proceso profundo de integración e inclusión de la sociedad uruguaya, está en los postulados profundamente democratizadores del pensamiento que la impulsó. En palabras del propio José Pedro Varela, “los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una Escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno: y así, la escuela gratuita es el más poderoso instrumento para la práctica de la igualdad democrática”.

Varela trabajó mucho esos conceptos fundacionales: “el remedio verdadero es la escuela. Enseña el respeto a la ley, el conocimiento del derecho, la virtud y la honradez” (La educación del pueblo, JPV). Y en ocasión de la conferencia del 18 de setiembre de 1868, durante la fundación de la Sociedad de Amigos de la Educación Popular, fue más categórico aún: “el hombre solo obedece voluntariamente lo que cree justo. Y las restricciones que la organización de las sociedades pone siempre al desenfreno de las pasiones individuales, son consideradas arbitrarias por los que viven en la preocupación y la ignorancia. […] La Escuela, pues, es la base de la República. Sin ella, podrán vivir y sostenerse los gobiernos despóticos; pero las democracias solo encontrarán el desquicio y el caos mientras no eduquen a sus niños”.
En aquella escuela vareliana, a través del aula, los docentes y los contenidos, no se educó al individuo para la inmediatez, sino para formar ciudadanos y ello significa valores. El respeto a la jerarquía, los hábitos en términos de horarios y el reconocimiento de determinados valores comunes son prácticas para integrar a los individuos en la nueva esfera del trabajo que requirió la modernidad (Bianchetti, 2004). Hay un elemento fundamental de esos años fundacionales: para lograr aquellas metas fue imprescindible un compromiso global de la sociedad, donde el punto de partida fueron las instituciones directamente involucradas, y la misma intensidad tuvieron amplios sectores sociales, especialmente, los vinculados a la educación y las familias. También los niños que encontraron en la escuela un ámbito de integración de diferentes e iguales, donde al desafío de educarse, de leer y escribir, estaba el de ser parte de un colectivo diverso y democratizador de las oportunidades.
La vocación vareliana trascendió al fundador de la escuela pública y democratizadora, obligatoria y puerta de acceso a un mundo nuevo de oportunidades. Un empuje de más de siglo y medio.

Con Varela hay oportunidades

De las crónicas referidas acotadas al universo de quienes se ven representados en este empuje, hay señalamientos que desnudan aspectos insustanciales de lo propuesto.
Me temo que esas objeciones son lo suficientemente profundas como para encender todas las alarmas de advertencia de que hay que revisar y hay que hacer espacio para una construcción colectiva, para que la sociedad se adueñe de los cambios y para ello hay que escucharla e incorporar todos los aportes posibles.
Con la precariedad de nuestra niñez, con el perfil etario que tiene la pobreza en el Uruguay, que tiene cara de niño, debemos empezar a reflexionar sobre la educación desde otro lugar. Las escuelas, que deberán ser ya todas de tiempo completo, con desayuno, almuerzo y merienda, sea un segundo hogar, un espacio de amparo e inclusión, cálido, armonioso y de panzas llenas. Porque una cosa es comer y otra es alimentarse. Y para educar, el niño debe estar alimentado.

Las escuelas no como refugio, sino como el hogar del acto educativo, donde se estudia, se alimenta y se crece, en sentido amplio. Por ello no pocos países de la vieja Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial empezaron por allí. Después de la pandemia y a partir de ella, podemos empezar por rejerarquizar la escuela, la sagrada escuela vareliana, donde al alumno lo espera la maestra, las profesoras de educación física, de inglés, de teatro, de manualidades, la bibliotecóloga, la nutricionista y las asistentes de cocina y limpieza; toda la comunidad educativa.
Por aquello que tanto insistía José Pedro Varela, “los que una vez se han encontrado juntos en los bancos de una escuela, en la que eran iguales, a la que concurrían usando de un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales…”