Atraso cambiario: nada nuevo bajo el sol

Recientemente la Unión de Exportadores del Uruguay (UEU) salió a la opinión pública para dar a conocer un comunicado en el que “alerta” sobre las consecuencias que implica el valor del dólar contenido en nuestro país, el que ha seguido su tendencia a la baja y por lo tanto erosionando la competitividad de quienes venden productos al exterior.
La gremial empresarial expresa que “desde la Unión de Exportadores del Uruguay (UEU) alertamos acerca del impacto que está teniendo sobre el sector exportador la fuerte caída de la cotización del dólar de las últimas semanas”.

“Durante el presente año, Uruguay ha sido un caso atípico en el mundo por la fuerte baja de la moneda estadounidense, que el pasado viernes llegó al menor nivel de 34 meses. El tipo de cambio real global acumula un descenso de 11% en 10 meses, lo que incide en una fuerte pérdida de competitividad frente a clientes y competidores”, consigna.
Asimismo destaca que “la situación internacional cambió en comparación con el primer semestre del año. Los precios internacionales bajaron y la inflación en Uruguay comenzó a ceder. En ese contexto, es necesario modificar el rumbo de la política monetaria que viene llevando adelante el Banco Central del Uruguay (BCU)”.

“La exportación es un motor fundamental para la economía uruguaya. Un sector exportador poco competitivo es un sector que no invierte, que no crece y que no genera empleo. Esperamos que las autoridades entiendan la gravedad de la situación y actúen en consecuencia”, agrega la Unión de Exportadores del Uruguay.
El planteo de la gremial coincide con los reclamos que se manifiestan desde diversos sectores relacionados con el comercio exterior, como es el caso de las gremiales del agro, sector en el que hasta mediados de año habían podido contrarrestar el dólar bajo con buenos precios internacionales, sobre todo en el caso del ganado que pagaba China, pero el gigante asiático redujo su participación en las compras y a la vez se redujeron los precios, por lo que el efímero “boom” ya tuvo su tiempo y el escenario tiende a normalizarse, pero con un dólar no solo quieto, sino en retroceso. Esto provoca una sustancial caída de la rentabilidad, y precisamente en el sector exportador que andaba mejor.

El descenso del 11 por ciento en diez meses es un índice muy significativo, sobre todo porque ha operado mientras en el resto del mundo el dólar se fortalecía, todo lo que conspira contra los exportadores a la hora de traducir en pesos los dólares que ingresan, en un país esencialmente caro cuando se traducen las cotizaciones internas en pesos a dólares y ello debe trasladarse a los precios de lo que se produce.
Pero el tipo de cambio es un parámetro que no debe considerarse aislado ni mucho menos, sino en el contexto global de los demás índices de la macroeconomía, y porque además funciona en los dos sentidos: a los importadores el dólar “planchado” les sirve, porque abarata los artículos que se importan y pone al alcance del consumidor bienes y servicios que con la divisa valorizada quedarían fuera del alcance de muchos compradores.
Sería negar la realidad que un dólar contenido opera favorablemente para muchos sectores de la economía y alienta el consumo, pero el uso de este instrumento como un ancla de precios no es un tema nuevo ni mucho menos una exclusividad de este gobierno, menos aún si tenemos en cuenta que cuando asumió la administración del presidente Luis Lacalle Pou ya había un atraso cambiario significativo, un déficit fiscal del orden del 5 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI), una desaceleración muy marcada de la economía, creciente desempleo y estancamiento del proceso de mejora del salario real, síntomas claros del desequilibrio.
El punto es que corregir el desfasaje no era fácil, o mejor dicho, era y es fácil en cuanto a lo que se debe hacer, solo que ningún gobierno quiere hacerlo porque son medidas impopulares y constituyen un factor traumático al inicio, con perjuicios serios para los sectores de ingresos fijos, como los trabajadores y pasivos, y a la vez tienen carácter inflacionario en un país en que todo se mira en función del dólar.

En este tema ningún partido está en condiciones de arrojar la primera piedra, porque en todos los gobiernos el dólar ha sido usado como instrumento antiinflacionario y la “flotación” sucia ha sido más sucia que flotación, por cuanto a través del Banco Central se manejan los instrumentos monetarios para indirectamente controlar el precio del dólar y mantener girando los “platitos chinos”, uno de los cuales es precisamente la inflación. A la vez el déficit fiscal opera como un factor de distorsión porque el Estado gasta más de lo que le ingresa, y por ahí empieza el problema, que se va transformando en una bola de nieve.
Un intento de zafar de este corral de ramas se pretendió hacer en dictadura, con un dólar de valor prefijado en el tiempo a través de la “tablita” del exministro de Economía Valentín Arismendi, y como en todos los casos, el resultado fue un gran déficit fiscal, porque la valorización de la divisa se fue atrasando ante la expectativa negativa del mercado y los operadores se volcaron al dólar, hasta que el sistema estalló y se generó una maxidevaluación de consecuencias catastróficas, ante una población que se había endeudado en dólares confiando en que los precios se sostendrían de acuerdo a la tablita.

Ahora no hay “tablita” sino la mencionada flotación sucia, con la consecuencia de un dólar subvaluado pero al que ajustar al alza implica al principio muchos problemas y costos políticos que se quieren evitar a toda costa, porque además habrá algunos ganadores y muchos perdedores en la rueda de la economía.
Los exportadores, que son los que generan las divisas, requieren condiciones para colocar sus productos, y su participación es fundamental para un país que depende de lo que vende.
Si a los exportadores no les va bien, en poco tiempo este problema se trasladará a toda la economía y el ciudadano común ya no tendrá para consumir al reducirse el empleo, el circulante y la actividad en general, en un efecto dominó archiconocido.
Las medidas traumáticas no son una solución, en ningún escenario, y la apuesta debe ser al gradualismo, con el ojo puesto en los precios internacionales y tratar de equilibrar el gasto estatal sin cargar el fardo sobre los sectores reales de la economía.
Fácil de decir pero no de hacer, sobre todo cuando se avecinan tiempos electorales y todo movimiento haría que se complique aún más el panorama ante la caída del salario real y persistir factores inflacionarios mundiales como la guerra en Ucrania. Todo indica entonces que el tiempo de los correctivos necesarios en este gobierno ya ha pasado y que salvo algunas medidas graduales pensando en un futuro mediato, se seguirá pateando la pelota hacia adelante, para que los que vengan tomen la posta y que la Providencia ayude.