A partir del anuncio de que Japón vertería al mar aguas presuntamente “inocuas” procedentes de la catástrofe nuclear de Fukushima, originadas por la devastación provocada por un tsunami que se abatió sobre las costas asiáticas, han vuelvo a agitarse las aguas en torno a una controversia que data desde hace muchos años, más precisamente desde que se ha pasado a utilizar la energía nuclear como fuente de generación de electricidad en muchas naciones.
La controversia, por supuesto, tiene que ver con el grado de riesgo que implica el funcionamiento de una central nuclear, tanto para el país que la incorpora como para todos sus vecinos y en buena medida a nivel global, por cuanto es realmente aventurado determinar a priori hasta dónde puede llegar la contaminación cuando se desata y se compromete seriamente la eficiencia de su contención, por decir lo menos.
Como muestra de esta agitación, tenemos que en las últimas horas Japón urgió a China “garantizar la seguridad de los residentes japoneses en China” después de una ola de acoso telefónico a empresas niponas, resultado del controvertido vertido al mar de las aguas residuales de la planta nuclear de Fukushima.
Desde el jueves, día en que se inició el vertido, numerosas empresas japonesas denuncian haber recibido múltiples llamadas de China, y en este sentido Hiroyuki Namazu, un diplomático japonés encargado de asuntos asiáticos y oceánicos, instó a la Embajada de China en Tokio a difundir un llamado a la calma, según un comunicado del Ministerio de Relaciones Exteriores publicado el sábado.
También se produjeron incidentes similares en China contra establecimientos japoneses, informó.
Mientras, Tokio insiste en que la descarga del agua al océano es segura, habida cuenta de que el proyecto es respaldado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), mientras Pekín, en cambio, acusa al gobierno japonés de contaminar el océano y prohibió la importación de cualquier producto procedente del Mar de Japón.
En procura de calmar las protestas, el domingo, las autoridades niponas publicaron datos que a su juicio demuestran que las aguas de la costa de Fukushima siguen manteniendo niveles de radiactividad dentro de los umbrales de seguridad.
Pero no todos los cristales por lo que se mira tienen el mismo color: el New York Times, en un análisis del tema, considera que “Japón está mostrándole al mundo cómo no manejar los desechos radiactivos” a la vez que advierte que “si Japón vierte su agua contaminada proveniente de Fukushima en el océano, ¿qué impedirá que otros países hagan lo mismo?”
Considera, en coincidencia con las aprensiones de China –país en el que la preservación del medio ambiente no es una prioridad, dicho sea de paso– que Japón comienza a verter “más de un millón de toneladas de agua radiactiva tratada en el océano Pacífico. Actualmente, el agua está almacenada en la deshabilitada central nuclear de Fukushima. Se espera que se necesiten décadas para liberar toda el agua de la planta, la cual quedó devastada en 2011 por un tsunami generado por el poderoso terremoto de Tohoku. La Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco, por su sigla en inglés), que opera la instalación, y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) afirmaron que la radiación que se liberará será de concentraciones tan bajas que tendrá un impacto radiológico insignificante en las personas y el medio ambiente”.
Pone eje en que “al final, podría resultar que eso es cierto, si todo sale según los planes de Tepco, con un ritmo constante y sin mayores contratiempos, al menos durante los próximos 30 años. Sólo el tiempo lo dirá. Pero la preocupación más importante aquí tal vez no sea técnica, científica y radiológica, sino en torno al ejemplo que se está dando”.
Así, destaca que el gobierno japonés y Tepco tomaron la decisión de liberar el agua después de un proceso que no ha sido del todo transparente ni ha incluido debidamente a importantes partes interesadas, tanto en Japón como en el extranjero.
“Esto planta las semillas de lo que podrían ser décadas de desconfianza y discordia. Pero quizás lo más preocupante es que Japón está sentando un precedente para otros gobiernos que podrían ser incluso menos transparentes. Esto es peligroso, sobre todo en Asia, donde más de 140 reactores nucleares están en funcionamiento y, gracias al crecimiento en China e India, docenas más están en construcción, en etapa de planificación o han sido propuestos. Si Japón, una potencia cultural y económica mundialmente respetada, puede salirse con la suya al verter agua radiactiva, ¿qué detendrá a otros países?”
Y este es precisamente el punto, porque si Japón y Tepco están en un aprieto sobre qué hacer con los productos derivados del peor accidente nuclear del mundo desde Chernobyl en 1986, ¿dónde queda parado el resto de los países que han apelado a este recurso? E incluimos a América Latina, por cuanto nuestros vecinos Argentina y Brasil cuentan desde hace muchos años con centrales nucleares en funcionamiento y no hay garantía absoluta de que no vayan a ocurrir jamás accidentes tanto en lo que respecta al funcionamiento de la central, como en lo que tiene que ver con la disposición de desechos nucleares que no son degradables ni en cientos de años, y que dispuestos en tambores herméticos son enterrados en cementerios de las centrales atómicas.
En el caso de la accidentada central de Fukushima los restos de combustible nuclear derretido dentro de los reactores dañados están siendo enfriados mediante agua bombeada, la cual entra en contacto con un cóctel tóxico de sustancias radiactivas conocidas como radionucleidos. A esto se suman aproximadamente 100 toneladas de agua subterránea y de lluvia, que cada día se filtran a los edificios del reactor y también se contaminan. Toda el agua se envía a través de un potente sistema de filtración para eliminar gran parte de la radiactividad y se almacena allí mismo en más de 1.000 tanques de acero gigantes. Pero la cantidad de agua crece constantemente y Tepco ha advertido repetidas veces que se está quedando sin espacio de almacenamiento en Fukushima, por lo que se ha apelado a esta liberación tan cuestionada por los países asiáticos bordeados por las aguas que ahora reciben esta contaminación.
Debe tenerse presente además que Tepco y el gobierno japonés han incurrido en un grave déficit de confianza por Fukushima, habida cuenta de que durante el desastre de 2011, minimizaron en repetidas ocasiones los riesgos, retuvieron información crucial sobre las amenazas a la seguridad pública e incluso se resistieron a utilizar el término “fusión del núcleo”, aunque eso fue lo que ocurrió. Investigaciones independientes realizadas por una comisión oficial japonesa, el OIEA y otras entidades, le atribuyen gran parte de la culpa a una supervisión regulatoria deficiente y falta de preparación, a pesar del historial que tiene Japón de terremotos y tsunamis.
Y si esto ocurre con Japón, es explicable que la comunidad científica mundial tome con pinzas y aprensión las medidas y datos que aseguran que está todo bien con la maniobra de vertido al mar, y también que mientras por un lado se pone énfasis en la necesidad de seguir incrementando la matriz energética renovable para la preservación del medio ambiente –lo que es fundamental para la sustentabilidad del ecosistema– por otro lado se siguen enterrando y almacenando desechos nucleares que quiérase o no son una bomba de tiempo para la humanidad toda, en un contrasentido que da la pauta de que los intereses en juego siguen primando por sobre la responsabilidad y el sentido común, planteando serias dudas sobre las garantías que se dice tener respecto a las medidas de seguridad. → Leer más