Argentina: la fiebre que alerta sobre la enfermedad

El hecho de que desde este lado del río evaluemos poco menos que como una locura las “propuestas” del programa de gobierno del candidato presidencial libertario Javier Milei, entre ellas la más detonante de las cuales es la posibilidad de usar el dólar como moneda de circulación nacional, no quiere decir que muchos argentinos no lo consideren seriamente, por cuanto ellos están sintiendo en carne propia las consecuencias de una inflación fuera de control que siempre le va ganando la carrera a los salarios.
En un informe del diario La Nación, varias consultoras consideran que agosto ha tenido una inflación de entre el 11y el 13 por ciento, es decir el doble de la que tiene Uruguay en un año, en una espiral inflacionaria que a esta altura aparece como incontrolable, porque se realimenta del instinto de supervivencia del argentino promedio, y que es inherente a todo ser humano.
En tal sentido un análisis del citado diario indica que “en la semana posterior a las PASO (elecciones primarias recientes en las que Milei fue el candidato más votado), las ventas de consumo masivo en supermercados dieron un salto de 27% interanual, cuando hasta ese momento subían 7% promedio; los pesos ‘queman’ en las manos, pero no es la única explicación para el fenómeno; el componente emocional tras la pandemia también influye”.
Destaca que “el miedo provoca la pulsión de acumular y guardar en el presente, previendo y temiendo la escasez futura; algunos harán stock de fideos, yerba, carne o pollo, y otros, de recitales, películas de cine, partidos de fútbol u obras de teatro. En la semana del 14 al 21 de agosto, luego de las PASO, al concretarse la devaluación que llevaría el dólar oficial mayorista a los $350 y el paralelo a los $730 actuales (+40% vs. el 14 de julio), y contra lo que intuitivamente podría suponerse, el consumo de bienes básicos en las grandes cadenas de supermercados no solo no cayó, sino que además creció vertiginosamente: +27% interanual. Hasta entonces, sus ventas subían 7% promedio en el año”.
En buen romance, la magnitud de lo que compraron los clientes de las grandes superficies se multiplicó por cuatro, lo que a primera vista podría interpretarse como un dato positivo: hubo un crecimiento del consumo, y por lo tanto la población tuvo más acceso a bienes y servicios, lo que mejora la calidad de vida y por ende denotaría confianza en el futuro y en la capacidad de compra.
Pero la realidad es muy distinta: de lo que se trata es de tratar de comprar ya todo lo que se pueda, a sabiendas de que esos mismos billetes valdrán mucho menos en pocos días. Además, de nada sirve ahorrar –por ese mismo motivo–, por lo cual lo mejor que se puede hacer es al menos disfrutar hoy todo lo posible con esos pesos que en cuestión de meses no alcanzarán para nada.
Como bien expresa el articulista, es tratar de más o menos ponerse a cubierto y “vislumbrar algo del inescrutable futuro que nos está esperando agazapado y amenazante”, en tanto “dado que el fenómeno inflacionario se acelera y los consumidores aconsejan ‘no dejes para mañana lo que podés comprar hoy’, porque ‘los pesos ahora sí que queman’, estamos viendo un típico comportamiento argentino: correr y cubrirse. Es un acto reflejo que está incorporado en la argentinidad porque ya se sabe que acá, como lo demuestra la historia, el que se duerme pierde”.
Consultoras económicas de renombre y prestigio, como Ecolatina, Econviews y EcoGo, prevén una inflación para agosto que se ubicaría entre el 11% y el 13%, agrega, a la vez de señalar que hacia adelante “el panorama no es más promisorio. Ya habríamos pasado de un régimen de 6/7% promedio mensual a uno de doble dígito prácticamente garantizado para los próximos meses. Ecolatina proyecta una inflación anual del 153% en su escenario base, y del 174% en el pesimista.
Igualmente, pese a la fiebre de compras de los que pueden hacerlo, ello ocurre sobre un mercado de consumo de productos básicos que al concluir el año podría ser un 12% más chico que 12 años atrás y acercarse a una contracción del 25% per cápita en el mismo período.
Una contradicción que habla del desquicio de la economía argentina, de lo que podemos tener una idea aquí mismo en Paysandú y en las ciudades litoraleñas para los que cruzan regularmente a Colón y otras ciudades entrerrianas: el que se queda con algunos pesos argentinos tras la incursión de compras a la vecina orilla cada quince días, pierde, porque se encuentra con que cuando vuelve a cruzar para obtener aquello que va a buscar, puede comprar mucho menos que lo que podía quince días atrás.
De eso se trata precisamente la inflación y la volatilidad de la moneda en circulación, porque ante el enorme déficit fiscal, y el costo de los planes sociales y otros gastos del Estado del vecino país, la medida utilizada para “contrarrestarlo” es emitir moneda, seguir imprimiendo, inundando así la plaza con papeles cada vez más devaluados.
De ahí la necesidad imperiosa del ciudadano promedio de hacerse de algo más o menos estable, mediante una moneda refugio de valor constante, caso del dólar y hasta pesos uruguayos, en esta coyuntura que distorsiona todo y a la que nadie encuentra respuestas en el sistema político, mientras su dirigencia parece la orquesta del Titanic.
En alguna medida ya en Argentina se ensayó alguna fórmula audaz del estilo Milei, como fue en la década de 1990, también ante una hiperinflación, el plan de convertibilidad del expresidente peronista Carlos Menem, en el que un peso equivalía a un dólar. Pero el problema de ese sistema es que la “maquinita de imprimir billetes” seguía en manos del gobierno, que gastaba más de lo que podía y por lo tanto tenía un fuerte déficit fiscal. Llegó un momento en que el esquema se vino abajo como un castillo de naipes, y la economía argentina volvió a la insondable oscuridad y vaivenes que se han sostenido década tras década, hasta llegar al día de hoy con la inflación descontrolada, subsidios cruzados, corrupción, varias cotizaciones del dólar, prohibiciones y restricciones de compras, cuotas de importación y restricciones de exportaciones, cuotificaciones, etcéteras.
Hoy, como describe La Nación, la Argentina tiene “la pulsión de acumular y guardar en el presente, previendo y temiendo la escasez futura”, en tanto “hay una conciencia generalizada y profunda, quizá como nunca antes, de la gravedad de la situación. Está instalado en el inconsciente colectivo que ‘se viene algo’. Y ese ‘algo’ se presume disruptivo y de consecuencias imprevisibles. En ese marco, el resultado electoral, totalmente abierto, introdujo más incertidumbre, no menos. Es vox populi que ‘puede pasar cualquier cosa’”.
Y pese a que la vocación mayoritaria hoy es de cambio, porque “esto así no va más”, las respuestas no parecen estar a la vista todavía en un sistema político inmaduro, enajenado, aislado de la realidad, donde se dan feroces peleas internas procurando acomodarse de cara al electorado. Volviendo a la figura del Titanic, es como tratar de conseguir los mejores camarotes en el barco destinado a hundirse.
Deseamos fervientemente que nuestros hermanos de allende el río puedan encontrarle la vuelta a un escenario que por ahora es muy, muy complejo, como tan impredecible y grave, y que por lo menos a través de sus inmensos recursos naturales puedan ir paliando la crisis para llevar las cosas a su cauce, en medio de tan fundado pesimismo.