Escribe el Ing. Ramón Appratto Lorenzo: Mi homenaje permanente al general Aparicio Saravia

Nunca fui a Masoller, lo más cerca fue Pueblo Fernández en Salto, a pocos kilómetros, cuando fui por OSE a implantar el agua potable en ese interior lejano.

No llegue porque iba en vehículo oficial. No obstante creo que buena forma de homenajearlo es trasmitir sus valores. Y si hay un lugar donde irlos a buscar, son las seis cartas que se escriben entre él y su hermano Basilicio, comandante colorado, en plena “revolución de 1897”.

De las 6 cartas la sustancial es la segunda de Aparicio. Cartas escritas en la carpa de campaña del campamento de guerra. Pero que muestran manejo del idioma, concreción e hilván, dignos de alabanza, impregnadas de profundos sentimientos humanos y de valores entonces reverenciados y que muchos van olvidando.

Mi homenaje es transcribirla. “Caraguatá, 6 de mayo de 1897. Señor comandante don Basilisio Saravia, Presente. Mi querido hermano: he recibido tu larga nota, leyéndola dos veces con profundas angustias de corazón.

Voy a responderla, procurando expresar en párrafos brevísimos, las muchas y muy obvias observaciones que ella sugiere. Es mi conciencia que se formó al calor de las santas oraciones con que nuestra madre nos adormía y se agrandó admirando las humildes pero augustas virtudes del que nos legó tú apellido y el mío.

Responda a mi conciencia un eco de la tuya y nuestro debate habrá concluido a pesar del respeto que profesas por tu carrera y de la divisa color encarnado con que adornas tu lanza.
Me dices en tu carta que la revolución a cuyo frente vengo, arruina al país. Eres injusto, hermano.

El país hace mucho que está en ruinas; pesa sobre este suelo, que adoramos los dos, la huella que han dejado los gobiernos que crees gobiernos de orden y que han sido gobiernos de licencia.
Mientras Bernardo Prudencio Berro, mientras Giró, mientras el probo Atanasio Aguirre, mientras los presidentes del partido que hoy están en armas cuidaban la hacienda pública y acrecían las comodidades privadas por la pureza de su administración, los gobiernos a que tú te refieres en tu extensa nota, han hecho lo contrario, pues sube hoy a 130 millones lo que debe el país, cuando en tiempo de Berro el país debía dos millones tan sólo y el hada de la prosperidad vestía de esmeralda sus praderas feraces y llenaba los trojes de sus ciudades recién nacidas.
Es por eso, hermano, que estoy en donde estoy, y aquí estaré al morir.

En el bando de los administradores de buena fe; en el partido de las probidades presidenciales; junto a aquellos que suben y bajan pobres del poder; donde nuestro padre que no sabía manchar sus canas hubiera estado en la hora de las grandes y supremas crisis de la conciencia pública. Yo no puedo tener remordimientos.

No soy yo, hermano, ni es mi partido el causante cruel de esta guerra civil. No soy yo, hermano, ni es mi partido los que hemos convertido en sistema el fraude electoral, los que hemos saqueado la riqueza pública; los que hemos alejado a la inmigración de nuestras orillas donde hoy chispean los fuegos del vivac; los que hemos engendrado el pretorianismo en el cuartel y el utilitarismo en todas las fases de la vida cívica.

Son otros y a éstos debes encaminar tu carta que ha venido equivocada de dirección. ¿Tú crees servir a la patria en el puesto que ocupas? Pues no la sirves.
Sirves tan sólo a un círculo; la patria es algo más de lo que tú supones; la patria es el poder que se hace respetar por el prestigio de sus honradeces y por la religión de las instituciones no mancilladas; la patria es el conjunto de todos los partidos en el amplio y pleno uso de sus derechos; la patria es la dignidad arriba y el regocijo abajo; la patria no es el grupo de mercaderes y de histriones políticos que han hecho de las prerrogativas del ciudadano nubes que el viento lleva, y que se sientan hoy en donde se sentaban próceres y adalides en los tiempos heroicos de nuestra historia.

¿Dices, en fin, que la voz de la sangre no ha enmudecido en ti y que ella inspira aún las efusiones de tu corazón? ¡También en mi la siento que grita y se queja! ¡Hay una sombra amada que no olvidaré nunca; la sombra de Chiquito, de mi heroico Chiquito que me habla del deber y me habla del honor en medio de la noche y cuando todo duerme en las carpas tranquilas! ¡Esa sombra me dice que hago bien en hacer lo que hago; que mi causa es la causa por la que él dio la vida!

Esa sombra me dice cuando todo calla y el corazón dialoga con los recuerdos, que debo a su memoria el honor de creer que murió como bueno, por un ideal sano, aquel bizarro mozo que llevó mi apellido, que amamantó mi madre con mieses de su seno, y se sentó en la mesa de mi familia al lado de mi padre y al lado de mis hijos! Abandonar la empresa; juzgar mi causa mala; ¿sabes lo que sería? ¡Injuriar la memoria de ese muerto adorado, que compartió risueño nuestros juegos de niño y adoró la bandera del partido en que estoy! Por eso, cuando miro mi poncho color negro, medito que no debo profanar el luto de mi alma, claudicando o cediendo, y sigo mi camino, respondiendo a los que salen a motejarme, lo que Esquilo respondía a los que por blasfemo le apedreaban; está bien; ¡al tiempo por venir! Antes de terminar estas líneas debo advertirte de la conducta ilógica por ti observada en este doloroso drama.

Antes de ahora pensabas, y pensabas bien, que la situación política encarnaba en la personalidad de don Juan Idearte Borda, era una situación ominosa por el sistema cien veces corrompido y corrupto por la misma representado. Hoy piensas de otro modo.

Tú sabrás las razones. Yo no puedo, ni debo, ni quiero juzgarlas, que el grito de la sangre no lo consiente y la voz del cariño me lo prohíbe; pero deseo, en cambio, manifestarte lo mucho que me duele y lo harto que me pesa verte luchar en pro de una canarilla sin ley ni patria, contra las más legítimas aspiraciones y contra los más generosos anhelos del alma de esta tierra de desventuras. Tú me dices que eres soldado de un gobierno constituido, olvidando que lo fue mal.

Yo te preferiría soldado de la nación, del derecho, de la libertad, de la honradez administrativa; lo que no obsta para que bien te quiera quien no olvidará nunca los vínculos sagrados que a ti le unen. Es tuyo siempre. Aparicio Saravia.” (*) Hoy cuando vemos quienes dejan por el camino la Carta Orgánica del mismo partido que les provee cargos rentados, por avaricia y mezquindad, nos provoca gran desazón. Puede que alguno de esos vaya a Masoller, pero para que los vean, vacíos de contenidos y llenos de ambiciones. Mientras “continúan con sus talegas bien amarradas”.

(*) Páginas 225, 226 y 227 “Crónicas de Aparicio Saravia” Tomo I. Prof. Washington Reyes Abadie.