Escribe Ernesto Kreimerman: Iamim Noraim, días de reflexión, de incertidumbre…

Cuando David Ben-Gurion leyó la declaración de independencia de Israel, emocionado e imperturbable, le confió a la audiencia que estaba leyendo de un pergamino, pero en realidad estaba dando lectura a un impreso de hoja mimeográfica porque Otte Wallish apenas había copiado un fragmento mínimo, con esa hermosa caligrafía inspirada en un Sefer Torá del siglo XVI. Era mayo de 1948. Pero la carga simbólica del contenido de aquel texto no iba a opacarse por un asunto de meticulosidad artística.

Ben-Gurion, un inteligente viejo gruñón, que hacía ostentación de su capacidad de interpretar la coyuntura sin edulcorar, con un sincero y crudo sentido de la realidad, poniendo las cosas en perspectiva. Nada de lo que significó el proceso de consolidación y definiciones estratégicas le fue ajeno. Más aun, fue el responsable de decisiones trascendentes, que incluso dieron un sentido especial y casi único al nuevo estado. Israel nació sin constitución y sin una definición de sus límites. No había tiempo para esas consideraciones pues apenas nacido el nuevo Estado debió enfrentar la agresión de sus vecinos, que rechazaron violentamente la resolución de Naciones Unidas.

La otra labor inmensa de David, y que absorbió buena parte de su esfuerzo cotidiano, fue la de dar sentido y contenido a la imagen democrática de Israel, un factor potente en su esencia, y en el contraste con sus vecinos. Todo en la vida de este intenso dirigente estaba siempre refrendado por una carga de simbolismos que reforzaban sus definiciones. Incluso su propia persona.

En 1910 se contó entre los fundadores y primeros editores del periódico de su partido, “Ajdut” (hebreo, “unión”), en el que comenzó a firmar sus artículos con el nombre de David Ben-Gurión, inspirado en Yosef Ben-Gurión, uno de los líderes de la primera guerra judeo-romana contra los romanos (años 66-73). Nacido como David Yosef Green, cuando comenzó en 1910 a firmar columnas de opinión y análisis político de ese periódico, lo hizo con el nombre que luego sería propio, David Ben-Gurión.

No hay políticos, ni estadistas, ni locos…

En otros tiempos, no tan lejanos, quienes aspiraban a desarrollar una carrera política, para su proyección ponían la mirada en el largo plazo. Como una suerte de convoy del futuro, trabajar en el día a día, con dirección al futuro. Para José Ortega y Gasset, estadistas eran aquellos gobernantes capaces de adoptar medidas pensando en el mediano y largo plazo.

Winston Churchill marcaba la diferencia en otra regla: la diferencia entre un político común y un estadista radica en que el primero únicamente piensa en el triunfo electoral, mientras que el segundo, el estadista, pone las cosas en perspectiva, y hace foco en las generaciones futuras.
Pero además de políticos y estadistas, el mundo tiene locos, soñadores. Warren Bernis lo sintetizaba así: “Los soñadores, a menudo, son personas de mentalidad científica con poesía en sus almas”. Pero fue León Felipe, quien nos recuerda que estos hacedores de futuro son un bien escaso: “Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y… ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo”.

Israel, crisis política…

De las elecciones del 1º de noviembre de 2022 quedó el siguiente reparto de los 120 escaños del Parlamento (la Knesset): Likud (liderado por Benjamín Netanyahu) 32 escaños; Yesh Atid (liderado por Yair Lapid) 24; Sionismo Religioso (liderado por Bezalel Smotrich) y Otzma Yehudit (liderado por Itamar Ben-Gvir) 14; Unidad Nacional (liderado por Benny Gantz) 12; Shas (liderado por Arie Deri) 11; Judaísmo Unido de la Torá (liderado por Yitzhak Goldknopf) 7; Israel Beitenu (liderado por Avigdor Liberman) 6; el partido árabe islamista Ra’am (liderado por Mansour Abbas) 5; el partido árabe Hadash-Tal 5 (liderado por Ayman Odeh) y el partido Laborista (liderado por Merav Michaeli) 4. Por primera vez el partido comunista Meretz se ha quedado fuera de la Knesset.

Recién el 29 de diciembre de 2022 se constituyó el XXXVII gobierno de Israel. La Knesset votó la investidura por 63 votos a favor y 54 en contra. El líder del Likud, Benjamín Netanyahu, juró como primer ministro. Este gobierno, una coalición de seis partidos, es el de corte más derechista desde la creación del estado de Israel. El gobierno cuenta con 33 ministerios; sí, leyó bien, 33, “apenas” seis más que en la anterior legislatura, cuatro de ellos sin cartera y siete viceministros.

63 votos en la Knesset, 33 ministros. ¡Qué devaluación política! Para dimensionar este despropósito, apliquemos la regla a Uruguay. El oficialismo tiene aquí 73 legisladores, lo que ensayando la misma métrica, nos marca que deberían establecerse 38 ministerios. Pero en Uruguay hay apenas 14; o sea, 19 menos. ¡Ah! 24 menos si lo comparamos con la misma proporcionalidad.

Este es otro ángulo que desnuda el deterioro de la cuestión pública desde que se ha instalado la lógica de la continuidad en el poder como mérito exclusivo para ganar una elección y volver a gobernar.

Ellos, los extremistas…

Los quince jueces del Tribunal Supremo (TS), comenzaron a analizar los recursos contra la ley de debilitamiento del poder judicial, y reconcentración del poder en el ejecutivo, siendo ésta la principal iniciativa del gobierno que quiebra la relación entre los poderes del estado. A esta instancia se llega después de varios meses de protesta, con decenas de miles de israelíes saliendo a las calles a protestar todas las semanas.

Esa sesión del TS duró 13 horas y media. En la audiencia, se escucharon a abogados de las asociaciones que apelaron contra la ley validada hace tan sólo dos meses en el Parlamento. Una norma anuló la llamada cláusula de razonabilidad, y acabó con la capacidad del Tribunal Supremo para revisar y revocar decisiones del gobierno en base a si estas eran razonables o no, lo que dio vía de salida a la primera medida de peso del paquete de leyes de la reforma judicial.

Para muchos, los miles que semana a semana se volcaron a las calles a protestar, se trata de un desmantelamiento del estado y “su triángulo de oro: los poderes legislativo, ejecutivo y judicial”.

Gali Baharav Biara, fiscal general, exhortó al Tribunal Supremo a revocar la legislación aprobada. Para Gali, se trata de “un golpe fatal a los cimientos democráticos”. Y rescatarla de esa encrucijada, es restablecer el principio de los equilibrios entre los poderes del estado, y del rol del poder judicial como garante de las minorías y del estado de derecho.

Ahora mismo los judíos del mundo transitamos los iamim noraim, los días que van de año nuevo, Rosh Hashaná, hasta el Día del Perdón, Iom Kipur. Días de reflexión, y de reinicio. También están corriendo los plazos legales para las alegaciones jurídicas para cada una de las partes.

De las definiciones que se adopten en las próximas semanas dependerá la calidad institucional de la democracia israelí. También dependerá la calidad de la relación con la diáspora. Una mala decisión sería una frustración muy grande. Una desilusión muy dolorosa que abrirá las puertas a otros debates, como el de la centralidad de Israel en el universo judío.

La carga simbólica del contenido de la reforma opaca irrenunciables principios democráticos, que han dado identidad a Israel, resultado de una meticulosa ingeniería jurídica, hoy amenazada. Son cuestiones de fondo, radicales, de sentido profundo. Que hacen a Israel, de la misma manera que hacen a la diáspora. Y que definen la calidad de su estrecha relación. O la interrogan.