Escribe: Ernesto Kreimerman La reivindicación de la irresponsabilidad

Miquel Ramos, periodista del diario Público de España, ha titulado así una de sus columnas recientes. Me pareció una brillante síntesis de lo que viene pasando en el mundo. Todo vale, dice Miquel, para salir en la foto, para ser noticia. En el desarrollo de su columna, razona de la siguiente manera: “Quizás el tiempo que vivimos, con la realidad paralela que transcurre en redes sociales y en los microcosmos que allí se crean, han permitido que este uso y abuso del bulo, la mentira y la irresponsabilidad haya dado el salto a la política, amparado, además, por una absoluta impunidad y una banalización del debate público hasta extremos tan patéticos como peligrosos”.

Y va al detalle: “la reivindicación de la irracionalidad y el negacionismo de todo lo que implique alguna decisión política, ya sea por la historia, el clima, el medio ambiente o la violencia machista, han venido para quedarse”.
Más de una vez nos hemos ocupado de las andanzas de Trump. También Miquel. Y lo describe muy bien: “Trump nos sirve, además, para volver a ese mito del derechista antisistema: antidemócrata, sí, pero nunca anticapitalista, porque ellos son un producto y beneficiarios de este mismo sistema. Son su propia caricatura. Su excreción”.

La desinformación…

La idea de apelar a la desinformación como una herramienta táctica, aunque es cierto que podría decirse que es muy antigua, en su expresión contemporánea su origen se remonta a los años 20 del siglo XX, cuando se instala “una oficina especial de desinformación para realizar operaciones de inteligencia activas”. El término desinformación cobra real significación en la década de 1950, en plena guerra fría, como parte de la práctica habitual de los servicios de inteligencia soviético, británico y estadounidense.
Ya no hay guerra fría como aquella, pero hay una dimensión más amplia y atomizada de nuevos conflictos de interés, con nuevas búsquedas de posicionamientos estratégicos.
Los procedimientos son cada vez más complejos, y ningún soporte de comunicación es ajeno a estas prácticas. Pero hay una condición concluyente: la desinformación se convierte en creencias personales cuando la audiencia internaliza la desinformación de manera antagónica (Diaz Ruiz, Carlos; Nilsson, Tomas (2023).”Disinformation and Echo Chambers: How Disinformation Circulates in Social Media Through Identity-Driven Controversies”).
Así, hay que asumir una verdad decepcionante: las organizaciones responsables de la formulación de políticas preventivas, como por ejemplo la Comisión Europea en 2018, y también las empresas tecnológicas, como Meta Facebook, más recientemente, en el 2021, identificaron a la desinformación como una amenaza creciente “para la que carecemos de contramedidas efectivas”. Más allá de que la conclusión se parece más a un quitarse responsabilidades, también desnuda lo complejidad del problema.

La desinformación, a diferencia de un “error honesto” o un “vacío por incompetencia”, es una práctica que recurre a “todas las formas de información falsa, inexacta o engañosa, diseñada, presentada y promovida para causar daño intencionalmente o con fines de lucro” (Informe de la Comisión Europea 2018). Lo intencional es predominante, aunque también el lucro, y ello porque se ejecuta por “mano ajena”, para evadir responsabilidades legales. Y esta “ajenidad” origina un costo, y por tanto, un lucro. Una suerte de sicariato en las redes.
Aquí está una de las cuestiones medulares; la intencionalidad.  Que se pierde en la autoría, pero se reivindica en la reproducción (“yo sólo le dí rt”, por ejemplo). Las redes sociales son un ámbito en el que es imposible evaluar si las falsedades son intencionales, incluso hasta por lo efímero de su “vida útil”, su condición de vertiginosamente perecedero. Un multiplicador que siembra desinformación en las redes sociales tiene éxito si logra lectores que internalizan las ideas que comenzaron como engaño como sus propias creencias.
Las personas, según un trabajo de Nichola O´Shaughnessy del año 2020 (“De la desinformación a las noticias falsas: hacia el pasado”), a veces “consumen desinformación que quieren creer porque confirma su visión del mundo y promueve sus intereses”. En esta mirada, el objetivo de estas campañas de desinformación más que captar nuevos adherentes, lo que buscan es defender el “territorio conquistado”. Es una estrategia ofensivamente defensiva.

Las fake news…

Miquel retoma su análisis con unas conclusiones pertinentes: “la reivindicación de la irracionalidad y el negacionismo de todo lo que implique alguna decisión política, ya sea por la historia, el clima, el medio ambiente o la violencia machista, han venido para quedarse”.
Aunque Miquel dirige su mirada hacia Estados Unidos y hacia Trump, en el Río de la Plata, aunque hay otros ejemplos, como el de Javier Milei en Argentina. Se trata del “mito del derechista antisistema”. Y Miquel nos desafía: “vayámonos preparando para ver hasta dónde son capaces de estirar la irracionalidad y la irresponsabilidad”.
Para Milei, lo ha expresado literalmente, el aborto es una cuestión de propiedad privada. Pero también la contaminación de los ríos es un asunto de propiedad privada…y de los mercados. Este fue su razonamiento: “si el agua empieza a escasear, deja valer cero entonces empieza un negocio, y van a ver como se termina la contaminación” (https://www.clarin.com/politica/javier-milei-aseguro-privatizan-rios-termina-contaminacion-cruzaron-ambos-lados-grieta_0_zPku8Ayn3X.html).

Y explica su fundamento: “¿Qué creen que va a pasar si el agua empieza a escasear? Eso deja valer cero entonces empieza un negocio, ahí se va a ocupar de apropiarse de ese río y ahí va a haber derecho de propiedad y van a ver como se termina la contaminación…”. Todo se reduce a una cuestión de propiedad privada. Los rechazos a la ocurrencia de Milei fueron abrumadores, pero la más contundente fue ésta: “Debe leer a John Locke, padre de nuestras ideas”. JL, filósofo inglés y médico, referente fundamental del empirismo y del liberalismo político. En su obra central, “Dos ensayos sobre el gobierno civil”, de 1690, formuló los principios esenciales del constitucionalismo liberal, al expresar que “todo hombre nace dotado de unos derechos naturales que el Estado tiene como misión proteger: fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad”. Para Locke, la idea de que el Estado nace de un «contrato social» originario, abandonando la idea del origen divino del poder, y que este pacto no conducía a la monarquía absoluta, sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno limitado. Pero las ideas del liberalismo de Locke, del “padre del liberalismo clásico” no están en el acervo de Milei. En sentido estricto, todo se reduce a una cuestión de propiedad privada. A una cuestión de poderosos. Simplemente eso.

La irresponsabilidad….

En esa visión, la sociedad es un espacio de convivencia con reglas mínimas, fijas e inquebrantables. La primera, es la de la propiedad privada… siempre que tenga valor de mercado. La segunda, hace la tuya a tu costo. La tercera, sálvese quien pueda. Y la cuarta, todo vale para defender esos privilegios, incluso mentir, desinformar, promover la ambigüedad, tanto sintáctica, semántica como pragmática. Así, en sentido amplio, la ambigüedad como atributo cuyo sentido no puede ser resuelto según un proceso resoluble en un número finito de pasos.
Nada de esto tiene que ver las viejas ideas siempre vitales del batllismo de José Batlle y Ordoñez, que dieron carácter, sustento e identidad a nuestro país. Todos principios lejanos y ajenos a esta La reivindicación de la irresponsabilidad.