Por Horacio R. Brum: ¿Es esto Alemania? Apuntes sobre una decadencia

(Fráncfort).- Hotel Capri, en la avenida Europa de Fráncfort; un establecimiento diseñado para alojar a los asistentes a los numerosos eventos internacionales que se realizan en el complejo ferial Frankfurt Messe. Después de un largo viaje desde Sudamérica, con la llegada al muy frío y gris invierno alemán, este corresponsal y su esposa están haciendo el registro en la recepción, cuando entra un individuo vestido con ropas invernales deterioradas, que se ayuda para caminar de un bastón ortopédico. El hombre balbucea algo y el recepcionista se apresura a hacerlo salir del hotel, sin violencia pero con energía. “Busco un ángel, busco un ángel”, dice el sujeto, que se trata de un mendigo, al parecer con algún desequilibrio mental.
Personajes similares serán vistos durante el resto de la estadía en la ciudad, algunos de ellos refugiándose al atardecer en los portales de las tiendas del Zeil, la peatonal de compras más importante, donde muchos negocios han cerrado definitivamente. Por estos días, el golpe más fuerte al ambiente comercial es la quiebra de las tiendas de departamentos Galeria Kaufhof-Karstadt, una cadena tradicional con sucursales en todo el país. Oficialmente, la empresa se ha declarado insolvente, pero es la tercera vez que ello ocurre desde 2020 y en el ambiente financiero y de negocios se multiplican las opiniones en el sentido de que el grupo Signa al cual pertenece, propiedad de un magnate austríaco y con intereses en varias ciudades europeas, podría estar en serias dificultades económicas.
La caída de Galeria bien puede simbolizar lo que está sucediendo con Alemania, ya que hace por lo menos tres años que los analistas de la economía del continente y los columnistas de los medios más importantes advierten que este país pierde fuerza como la locomotora de Europa. A primera vista, sigue en auge el consumismo y en las grandes ciudades continúa la especulación inmobiliaria que hace que en Fráncfort, por ejemplo, se demuelan edificios de no más de 30 años de antigüedad, para levantar otras torres de oficinas o apartamentos. Sin embargo, la disconformidad pública se está manifestando en una ola de protestas y huelgas sin precedentes. Desde la Navidad pasada, han ido a la huelga o han hecho manifestaciones de protesta los farmacéuticos, los transportistas, los ferroviarios, los médicos generales del servicio público y los granjeros. Estos últimos bloquearon las calles y las carreteras con sus tractores en muchas partes, y con unos 5.000 vehículos detenidos en una avenida del corazón de Berlín lograron que el ministro de Agricultura dialogara con ellos en un acto masivo. De todos modos, los conflictos siguen sin resolverse; esta semana, los maquinistas del ferrocarril comenzaron su segunda huelga en quince días, que durará hasta el martes, y hay amenazas de más acciones de protesta. Con 41.000 kilómetros de vías, Alemania es un país fuertemente dependiente de los trenes, tanto para el transporte de carga como de pasajeros, por lo cual el paro ferroviario tiene consecuencias que incluso pueden llegar a afectar el abastecimiento de productos esenciales para la población. Por otra parte, debido a su posición central, el territorio alemán es un nudo de comunicaciones ferroviarias para casi toda Europa, las cuales ya están sufriendo alteraciones, y se calcula que el paro genera pérdidas de más de un millón de dólares por día.
Con una jornada promedio de 38 horas semanales, los alemanes están entre los europeos que menos trabajan y tienen una enorme estructura de beneficios sociales. Los maquinistas ganan unos 4.000 dólares mensuales, casi el doble del promedio nacional, pero sostienen que su trabajo es estresante y están exigiendo una jornada de 35 horas, mientras que los granjeros pueden llegar a ganar 12.000 dólares por mes y el año pasado recibieron en conjunto casi 8.000 millones de dólares en subvenciones. Ahora, estos últimos se quejan de que el gobierno intenta recortar esos fondos y lo cierto es que sin subvenciones el sector agropecuario alemán y de buena parte de la Unión Europea no podría competir con países como los de nuestra región. Una granja alemana tiene menos hectáreas de lo que en el Río de la Plata se considera una chacra y un plantel promedio de vacas lecheras no supera los 200 animales. Los cultivos también son de pocas hectáreas, con un alto uso de fertilizantes, algo que el gobierno de Alemania presiona para que se reduzca, como parte de la ofensiva ambientalista promovida por el partido Verde que integra la alianza gobernante.
Los Verdes han tenido un papel determinante en otra crisis que afecta al país: el aumento del costo de la energía. Ellos promovieron el cierre de todas las plantas nucleares de electricidad y el fin del uso del carbón, lo que llevó a un error estratégico de las autoridades de Berlín: la dependencia Rusia en el suministro del gas natural. Otro error estratégico, al seguir la línea marcada por Washington a los europeos para el apoyo económico y militar a la Ucrania invadida por Putin hizo que Moscú cerrara la llave del gas. Por ello, Alemania se ha visto obligada a buscar otros proveedores del combustible, con mayores costos, y a acelerar el desarrollo de las energías alternativas. Esto último es fácilmente comprobable en un recorrido en tren, al ver que casi no quedan campos que no tengan parques eólicos o grandes extensiones de paneles fotovoltaicos.
Las medidas de sustitución de las fuentes de energía están afectando directamente al bolsillo del ciudadano común. Un ejemplo es el de la obligación de sustituir la calefacción por gas por las bombas de calor, un sistema que consiste básicamente en perforar un pozo de 30 o más metros, en el cual se inyecta agua para que sea calentada por la temperatura natural de las profundidades de la tierra. Además de ser poco práctico en las grandes ciudades, instalar este sistema cuesta entre 40.000 y 60.000 dólares; si se tiene en cuenta que al menos el 40% de los jubilados (que suelen vivir solos, en un país donde se deja demasiado al Estado el cuidado de los mayores) recibe no más de 1.500 dólares, queda clara la magnitud del problema creado por la medida gubernamental. Lo que puede parecer una jubilación elevada desde la perspectiva uruguaya, no lo es tal aquí, donde un kilo de carne picada común se paga unos 20 dólares.
2023 cerró con una inflación acumulada de 4,1%, lo que para la mentalidad colectiva del país es muy elevado y crea un clima de incertidumbre económica. En una nación donde todo está previsto y todo se planifica a largo plazo, la incertidumbre es desestructuradora. La posibilidad de reducir el consumo y “ajustarse el cinturón”, tan común en nuestras tierras, resulta aquí traumática, como lo resumió una columna del prestigioso semanario Die Zeit, que se caracteriza por sus análisis en profundidad: “Las dificultades aumentan hoy con tanta frecuencia, que la vida se hace cada vez más difícil; los precios aumentan, hay que trabajar más y la gente siente que su día se hace cada vez más estresante”.