Adaptarse es vivir

Pese a que en nuestro país sigue primando la idea de que persiste algo así como una “temporada turística”, la realidad indica que esto es cada vez menos de esta manera, o dicho de otra forma, esto es así cada vez para menos personas, para menos uruguayos, a priori, y para menos visitantes extranjeros también. Claro que siguen existiendo aquellos que tienen las posibilidades económicas y hasta de pronto tienen propiedades en nuestro país y llegan para instalarse durante varios días, pero lejos está de ser la generalidad. Porque incluso cuando se habla de la temporada de cruceros, se trata por definición de estadías cortas y hasta muy cortas, y lo que incide siempre en que sea una buena o mala temporada es la cantidad de barcos que llegan, porque en la variante de la duración de la visita no va a depender de la decisión del cliente sino de la partida, previamente estipulada.

Pero vayamos al caso específico del turismo interno, que es el que prima en números en nuestra región, en un comportamiento que se evidenció como una tendencia tras la pandemia, pero que en esta zona ya había tenido un crecimiento importante de la mano de iniciativas como el Corredor de los Pájaros Pintados, que había dado mucha visibilidad a otros destinos de la costa del río Uruguay y de la región litoraleña como complemento a la oferta termal. Ahí asomaron propuestas como las de Guichón y San Javier, por ejemplo, de la mano de un fenómeno que hoy se ha consolidado como una práctica del turista uruguayo que en grandes rasgos podríamos esbozar como salidas cortas, en vehículo propio o arrendado, a lugares cercanos y a más de un lugar cada vez, estableciendo como una suerte de itinerancia. Durante el cierre fronterizo a causa de la pandemia el turismo interno tuvo una fase de crecimiento; luego, cuando se reabrieron los pasos de frontera, sufrió un golpe muy duro a raíz de la diferencia cambiaria y lo que se dio en llamar “efecto Argentina”, que ocasionó una distorsión en la medida que los precios que se manejaban en la vecina orilla, o mejor dicho, el rendimiento que tenían allí nuestros pesos uruguayos convertidos a dólares, hizo que fuese una mucho mejor opción salir de país para aquellos que venían recorriendo suelo oriental.

Pero el turismo interno no cesó, solamente se ralentizó, y ni hablar de los eventos, que en los distintos departamentos de nuestro país se organizan por más de 200 cada año, y que siguieron convocando con propuestas en la que mayoritariamente se presentaron artistas nacionales.

Ahora, que la brutal diferencia que existía en una y otra orilla en el rendimiento del dinero se alivianó, las pequeñas empresas uruguayas destinadas al turismo están volviendo a tener una actividad por encima de la línea de rentabilidad. Pero todo esto que ocurrió estuvo regido por los vaivenes del mercado más que por políticas que buscasen corregir un rumbo. No quiere decir esto que no se haya hecho nada, porque sí hubo importantes acciones, como por ejemplo el IVA tasa cero para residentes –no podemos hablar del anunciado subsidio de 50% en los alojamientos en el marco del Turismo para todos porque en diez días que han transcurrido ya de febrero no se ha sabido nada más al respecto de parte del Ministerio de Turismo–.
Molestó anteriormente a autoridades de esa Cartera que en esta misma sección afirmásemos que el rol de la Secretaría de Estado se ha vuelto muy menor respecto del que debería ser. Y no vamos a caer en el facilismo de criticar que se viaje a las ferias internacionales, porque bien sabido es que esos ámbitos son los adecuados para difundir la oferta y para tratar de concretar negocios con distribuidores internacionales, y tampoco vamos a objetar el gasto en publicidad y difusión, que vaya si será necesario, y en forma permanente. Pero no debe limitarse a eso. No alcanza. Se comentaba recientemente en esta página que el Observatorio Inteligente que se ha implementado es un instrumento interesante, pero que hay que buscar complementar la información para que sea relevante y sumarle a este insumo la visión de quienes están trabajando en el territorio, que son a la postre quienes están más en contacto con los visitantes y quienes recaban preciosa información. Está bien asesorarse con directores de Turismo y jerarcas como intendentes y alcaldes, pero la verdad de la milanesa la tiene el casero que recibe a los visitantes en un balneario de la costa o quien les atiende en un bungalow en las termas o en un parador en medio de la ruta.

Hace muy pocos fines de semana se publicó en Quinto día un informe basado en un taller ofrecido por técnicas del Ente Turístico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Más allá de que evidentemente los conceptos expresados aplican para una ciudad enorme, no es mala cosa sacar apuntes de cómo se manejan las cosas profesionalmente en un destino sumamente exitoso, con una variedad de propuestas históricas y culturales a las que acaso nos podríamos equiparar sumando todos los atractivos que tenemos en el Uruguay. Pero ello no debería ser un problema, porque en realidad a lo que deberíamos apostar es a que más extranjeros extiendan su visita a Buenos Aires complementándola con un cruce a Uruguay, y viceversa, por supuesto.

Ese artículo en Quinto Día es una buena guía como para tomar referencias –no copiar sin miramientos, ojo, no se malentienda– a la hora de trazar políticas turísticas y generar primero una oferta que se adapte a estas nuevas costumbres y, a partir de allí, comenzar a buscar que esas estadías se extiendan y se incremente el gasto. Lo que no se puede es limitarse a esperar a que las cosas se acomoden por sí solas, porque puede ocurrir que alguna vez no se acomoden. Hay que buscar inversores, sí, claro, siempre, y bienvenida esa guía que se va a implementar. Pero no es, ni de lejos, lo único que se puede hacer. Hay cosas más sencillas, más a mano, y más baratas, que pueden cambiar mucho.