Algo para no imitar de los alemanes

Las apreciaciones de reputados analistas internacionales sobre los problemas que enfrenta Alemania, la mayor economía de Europa y modelo mundial de desarrollo industrial y socioeconómico, por señalar solo algunos elementos del denominado “milagro alemán” a partir de la posguerra, coinciden en señalar que los actuales no son los mejores tiempos del país teutón, y a la vez generan dudas sobre sus perspectivas de recomposición en el corto y hasta mediano plazo, por cuanto están de por medio factores ya estructurales que se han ido deteriorando con el paso de los años y que no auguran una reversión más o menos rápida.

Algunos elementos que llaman la atención en este sentido, sobre todo a los ojos del viajero que ha estado en más de una vez, en diferentes situaciones, en Alemania, los aporta en nota de EL TELEGRAFO nuestro colaborador Horacio R. Brum, cuando bajo el título de “¿Es esto Alemania? Apuntes sobre una decadencia”, da cuenta de lo observado en su reciente viaje al continente europeo en su paso por este país.

Menciona altos y bajos en la actividad comercial, por un lado con el cierre de una importante cadena y otros negocios en la peatonal de compras más importante de Francfort, entre otros síntomas de una crisis que no ha comenzado hoy, sino que se ha venido profundizando a lo largo de los años.
Es cierto, como bien expresa Brum, que hace por lo menos tres años que los analistas de la economía del continente y los columnistas de los medios más importantes advierten que este país pierde fuerza como la locomotora de Europa, pese a que a primera vista sigue en auge el consumismo y en las principales ciudades también reina la especulación inmobiliaria, con la construcción de torres y oficinas.

El portal El Economista.es analiza precisamente, en línea con estas apreciaciones, que “algo está pasando en la ‘fábrica’ de Europa. La industria alemana no levanta cabeza y sus datos siguen mostrando un cuadro general preocupante. A una trayectoria ya descendente antes del Covid le han seguido una guerra en Ucrania que ha hecho trizas su estrategia de éxito de importar energía barata desde Rusia y un incierto escenario económico que han agrandado el agujero. De fondo, tendencias como una débil inversión y una creciente competencia mundial encabezada por China aceleran el proceso. Los expertos avisan de que los problemas vienen de antes, lo que invita a hablar de ‘crisis existencial’”.
Alemania también ha sido “víctima” de los cambios de modelo inherentes a la globalización, por cierto. Aunque su sector servicios ya representa el 70% del total de la economía, el poderoso sector industrial alemán no ha tenido igual en la región. Durante décadas ha sido auténtico punta de lanza de una locomotora europea (Alemania representa aproximadamente el 25% del PBI de la eurozona) basada en las exportaciones.

El Economista destaca que “este sector industrial aún tiene un peso en el PBI nacional notablemente mayor que el de sus socios de la eurozona con un 24% en 2022, según los datos de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa (Unece), frente a, por ejemplo, el 21% de Italia, el 17% de España o el 13% de Francia”.
“El 10% de las empresas manufactureras europeas son alemanas y solo en el sector manufacturero generan más del 30% del valor añadido bruto de la Unión Europea. De hecho, representan más de una quinta parte de todo el valor añadido de Alemania, uno de los porcentajes más altos de Europa. Las exportaciones están impulsadas por la columna vertebral alemana de pequeñas y medianas empresas (PYME) altamente innovadoras. Éstas constituyen más del 99,3% de todas las empresas y emplean al 55% de todos los trabajadores de Alemania. Muchas de estas PYME son líderes del mercado mundial en sus respectivos segmentos. Junto con empresas líderes a escala internacional –como Bayer, BASF, Daimler, Volkswagen y Siemens, por citar sólo algunas–, constituyen la base industrial manufacturera de Alemania”.

Entonces, con estos datos, ¿cómo puede ser que Alemania esté en crisis –ojo, crisis del primer mundo, no de las que vivimos por estas regiones– y tiene un horizonte muy problemático?
Bueno, el artículo ensaya alguna respuesta. Por ejemplo, que “todo ese currículum se ha visto arrugado a medida que llegan nuevos y preocupantes datos. El último aviso lo han dado los números de noviembre publicados este martes por el órgano estadístico federal Destatis. La producción industrial alemana cayó en noviembre por sexto mes consecutivo con un retroceso del 0,7% intermensual (se esperaba un leve repunte mensual), mientras que la cifra de octubre apenas se revisó ligeramente al alza, pasando de un descenso del 0,4% a uno del 0,3%. En el conjunto del año, la producción industrial bajó casi un 5%. Ampliando la mira, la producción está un 9,4% por debajo de su nivel anterior a la pandemia. Un dato escalofriante”.
Más allá de los datos fríos de la economía, debe evaluarse, para situarnos en la realidad, que los problemas que enfrenta el gigante europeo tienen en gran medida un origen endógeno, y un componente político ideológico interno nada despreciable, porque hay grupos de presión y lobbies que se han insertado en la política alemana y están llevando sistemáticamente agua hacia su molino, sin reparar en los inevitables efectos colaterales.

Algo de ello nos muestra en su artículo Brum, precisamente, al señalar que hay una disconformidad pública en una ola de protestas y huelgas sin precedentes que involucra una serie de áreas de actividad, incluyendo el transporte de trenes, que es parte medular de la dinámica en ese país y el centro de Europa.
Pero además, ya con 38 horas semanales, los alemanes, que han sido históricamente ejemplo de laboriosidad, están entre los europeos que menos horas trabajan, a la vez de situarse en uno de los mayores niveles salariales, lo que puede pensarse que se compensa con la alta industrialización, productividad y en general, todo lo que involucra el hecho de ser un país del primer mundo.
La cosa no es tan así, simplemente porque se ha ido tirando demasiado de la soga, y puesto en entredicho el modelo de bienestar, desarrollo y de generación de recursos para los subsidios que se otorgan al sector agropecuario a efectos de mantenerlo artificialmente en competencia –tal como hace Francia– con quienes tienen ventajas comparativas para producir, como es el caso España en el Viejo Continente y del Cono Sur latinoamericano.

A su vez, y en gran medida, las medidas y consecuentes plazos dispuestos para la incorporación de energías alternativas ha significado un arma de doble filo y encarecido la oferta, todo a partir de las presiones de grupos ecologistas que han logrado forzar la adopción de políticas que se ven muy bien en los discursos pero que tienen serias consecuencias para la población, porque ahora han dejado a Alemania dependiendo del gas natural procedente de Rusia.

Y nada es gratis en la vida, ni siquiera en Alemania, y todo ello se está haciendo a costa de los contribuyentes, los que a la vez siguen pujando por reducir la jornada laboral, y ello implica, quiérase o no, disminuir aún más la eficiencia y productividad del país, generando un circulo vicioso que deja cada vez más fuera de los mercados al país, mientras necesita más divisas para pagar la fiesta del estado de bienestar.

Y si esto trae esas consecuencias en nada menos que en la poderosa Alemania, generando incertidumbre para el presente y el futuro, cuesta creer –pero es cierto– que similar planteo de reducción de jornada laboral haya sido propuesto en nuestro país por el Pit Cnt, cuando sabido es que el trabajador medio uruguayo produce muchísimo menos que un europeo.
“Cuando las barbas de tu vecino veas arder…”, reza el refrán, que bien debería tenerse presente respecto a lo que está pasando en Europa, por más que nos separe un océano y estén del otro lado de la línea ecuatorial.