Salud: nuevas y viejas amenazas

Como bien lo demostró la pandemia de COVID 19 la afectación de la salud es capaz de sacudir al mundo y, paralizar –o al menos afectar fuertemente– las economías locales. Demás está decir que a nivel familiar e individual los impactos pueden ser muy severos en todos los ámbitos de la actividad humana –trabajo, educación, esfera social– e incluso resultar fatal para la vida misma.
Hoy en día no solo el virus de COVID 19 sigue siendo un problema para las sociedades del mundo, sino que se vaticinan nuevas pandemias en un contexto en que los desafíos en la esfera local también son muy importantes debido a la existencia de nuevas y viejas amenazas para la salud de la población.
América Latina y el Caribe fue la región más afectada por la COVID-19 a nivel mundial con el 29% de las muertes confirmadas pese a contar con apenas el 8% de la población global. La pandemia generó una crisis más allá de la salud afectando la economía y muchos otros aspectos de la vida en sociedad. Ante la posibilidad de nuevas crisis sanitarias ocasionadas por este u otros motivos, algunas regiones están trabajando fuertemente en la prevención de futuras pandemias y cómo enfrentarlas. A modo de ejemplo, cabe señalar el caso de los países caribeños –que tienen poblaciones pequeñas con territorios altamente interconectados y fronteras permeables y un clima tropical que los hace susceptibles a enfrentar brotes de nuevas enfermedades debido a su rápida propagación–, crearon un Fondo Pandémico en 2022 con apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Se trata de un instrumento del G-20, que aporta recursos no reembolsables para inversiones en preparación ante futuras pandemias en regiones y países de ingresos medios o bajos. El mismo se financia a través de donaciones de gobiernos y fundaciones, y canaliza estos recursos hacia los beneficiarios, entre los cuales se encuentran agencias nacionales o regionales de salud pública. De acuerdo a lo informado oportunamente por el BID, el objetivo de esta iniciativa es promover la resiliencia a nivel regional a través de una coordinación efectiva, la ampliación del alcance de los sistemas de vigilancia epidemiológica, y el fortalecimiento de las capacidades de detección y respuesta a enfermedades infecciosas incluyendo la necesidad de conectar el universo de la salud humana con el monitoreo de enfermedades en el sector ambiental y veterinario.
Por otra parte, se considera que el cambio climático es una de las amenazas sanitarias más potentes de este siglo. No resulta menor, en este sentido que la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28) incorporara algunos avances que incluyen el reconocimiento a la política de salud como un área fundamental a abordar en relación al cambio climático.
Según la Organización Meteorológica Mundial, los fenómenos climáticos extremos se han multiplicado por cinco desde 1970 y 2019, siendo América Latina y el Caribe una región especialmente vulnerable. No es difícil darse cuenta que el cambio climático provoca incendios forestales, sequías, inundaciones, olas de calor y tormentas que ponen en jaque a las poblaciones y también causan daños directos en enfermedades respiratorias, las trasmitidas por vectores, la salud mental y el deterioro de enfermedades crónicas o la afectación en los niveles de contaminación. Todas estas cuestiones afectan a numerosos sectores de la población pero sus efectos acaecen fundamentalmente en aquellos sectores que ya tienen desventajas preexistentes, como las comunidades rurales, los niños, ancianos, mujeres, las minorías étnicas o las personas con discapacidad.
Los países de la región también continúan enfrentando nuevos desafíos provocados por viejos conocidos: las enfermedades emergentes y reemergentes se han incrementado sistemáticamente en los últimos años en el mundo y están llegando a la región algunas que ameritan contar con protocolos de actuación de los organismos competentes para minimizar impactos en la salud y el ambiente y generar antecedentes procedimentales ante futuras situaciones.
Entre éstas tenemos al dengue y chikungunya, trasmitidos por la picadura de mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictu además de una serie de nuevos riesgos por zoonosis y enfermedades veterinarias, que también pueden afectar a los humanos. Recordemos por ejemplo que entre 2022 y principalmente durante 2023, la región de las Américas ha venido sufriendo una epidemia de influenza aviar en animales asociada al subtipo A(H5N1).
En Uruguay por ejemplo, los especialistas hablan de un aumento sostenido de COVID 19 y las autoridades de la salud han llamado a la población a incrementar la prevención en viajes a países vecinos debido al aumento de casos de dengue y chicungunya.
Datos recientes, provenientes de una solicitud de acceso a la información pública contestada en noviembre pasado por el MSP con datos del Departamento de Vigilancia en Salud y del sistema informático SG-Devisa indican que en 2023 se habían notificado (a la semana epidemiológica 45) un total de 558 casos sospechosos de dengue y chikungunya, de los cuales se confirmaron 85 casos de chikungunya, 20 con antecedente de viaje y 65 sin antecedente.
Si bien ninguno requirió ingreso a cuidados intensivos y no se registraron fallecimientos, es un elemento a tener en cuenta, especialmente si se considera que 63 ocurrieron en el brote ocurrido en Paysandú. En cuanto al dengue, la misma fuente informó de un total de 41 casos en el país, de los cuales 39 eran con antecedentes de viajes y 2 sin ese antecedente.
Actualmente la situación regional del dengue se ha agravado y la ministra de Salud, Karina Rando, informó el miércoles que hay 22 casos de dengue importado pero ninguno autóctono, aunque advirtió sobre la complejidad de la situación regional debido al aumento exponencial de casos en Brasil. “Uruguay está preparado, pero todavía no hemos tenido una repercusión en espejo de lo que ha sucedido en Brasil (…) Tenemos que ser conscientes de que en cualquier momento pueden aparecer casos de dengue autóctonos”, agregó.
En definitiva, ante estas nuevas y viejas amenazas a la salud tan presentes en las agendas de nuestros países, la concientización y prevención resultan claves. Esa es una tarea en la que los gobiernos tienen responsabilidades específicas pero en la cual no podrán lograr los resultados esperados sin la participación activa y consciente de la población. Cuidémonos entre todos, todo lo que nos sea posible.