Escribe Ernesto Kreimerman: La política se volvió radical y rústica

“Los años peligrosos. Por qué la política se ha vuelto radical”, de Ramón González Férriz, ensayista y periodista, es un libro de coyuntura que busca comprender el presente y explorar futuros. Este ensayo fue publicado en enero, y emprende unas reflexiones que son continuidad a una mirada crítica de la España de los últimos lustros.

Desde “La revolución divertida, una interpretación histórico-cultural de las revueltas desde mayo del ‘68 al 15M”, empieza a recorrer un camino de profundización de sus reflexiones. Estas miradas cada vez más densas, se fueron sofisticando en otros de sus textos, como “El nacimiento de un mundo nuevo”, “La trampa del optimismo”, sobre los años noventa, más acá en el tiempo, “La ruptura”, donde conjuga cuestiones autobiográficas con el análisis para abarcar la disgregación de un grupo de intelectuales reformistas. Con cuestiones propias de cada geografía, esta evolución, quizás por aquello del desarrollo desigual, fue instalándose y desnudando un proceso, que aún “con sus muchas diferencias, compartían la exigencia de que las autoridades corruptas dejaran paso a los verdaderos representantes del pueblo y que se hiciera justicia económica. Además, ambos lograron una gran popularidad gracias a la transformación de las formas de comunicación. Y los dos empezaron a cambiar rápidamente”. Los dos movimientos referenciados por Ramón son, uno, el Tea Party de los Estados Unidos, y dos, el 15M español.

En este “Los años peligrosos” la mirada se amplía, e incluye cómo esta “mancha de aceite” se ha expandido. Esta revisión es, en palabras del autor, “un relato de la mutación que transformó esos movimientos populares en Podemos, el Brexit, el trumpismo, el independentismo catalán, Vox, Alternativa por Alemania o Syriza”. En esta descripción del enfoque con el que encaró su misión, el autor destaca que todas esas transformaciones “apelando a la cultura woke, por un lado, y al nacionalismo reaccionario, por el otro, han convertido nuestra política en un agrio choque entre tribus polarizadas y un conflicto irresoluble entre identidades”.

La radicalización política

El motto del libro bien podría ser “¿en qué momento se jodió la política?” Expresión de la que se valió Mario Vargas Llosa en su “Conversación en La Catedral”, “una especie de interrogante retórica no solo por el punto de partida de ese hecho, el momento en que se cifra la decadencia peruana, sino en un análisis desencantado de su presente y de su porvenir”. Pero en puridad, Vargas Llosa rescató esa pregunta, entre melancólica y trágica, del dictador peruano Manuel Apolinario Odría (de 1848 a 1856). “Cuándo se jodió…”, como remate de “un análisis desencantado del presente y del porvenir”.

Pero José Antonio Marina, en su libro “Las culturas fracasadas; el talento y la estupidez de las sociedades”, ha reflexionado sobre la derrota electoral de Vargas Llosa a manos de Alberto Fujimori, y ensayado una conclusión: ¿Por qué las sociedades toman decisiones que llevan a su destrucción? ¿Cómo podríamos liberarnos de la estupidez colectiva y llegar a ser sociedades más inteligentes? Entonces, “sin perder la democracia, hay que removerlo todo”.

Democracia volátil

En “Los años peligrosos” el autor apela a un lenguaje directo, sin devaluar la profundidad de la reflexión: “Tras la crisis financiera de 2008, que devastó países enteros y se llevó por delante las expectativas de millones de personas, se produjo una gran crisis política. Empezó con protestas de distinto signo que, poco a poco, fueron permeando los medios de comunicación, las ideologías mayoritarias, los sistemas de partidos y las instituciones. Esa crisis, que subsiste hasta hoy, ha ido mutando con gran rapidez. Comenzó como una insurgencia contra el sistema económico y derivó en una gran lucha acerca de las identidades. En España, por izquierda apareció Podemos, por derecha Vox, y estalló el procés. Pero esos cambios formaron parte de algo más amplio que sucedió en toda Europa y en Estados Unidos. Fueron quince años particularmente volátiles en los que la democracia cambió más de lo habitual. Años en los que las ideas radicales se fueron apoderando de nuestra imaginación”.

Ramón asume que casi nada “fue del todo nuevo. No lo fueron el radicalismo de izquierdas ni el de derechas, ni la denuncia sistemática de unas élites consideradas corruptas e ineficaces, ni el hábil uso de los medios de comunicación para generar y consolidar nuevos liderazgos, ni la política puramente teatral y performativa, ni las apelaciones de determinados grupos a su identidad”.

Lo singular ha sido que “esa forma de (hacer) política ha ido ocupando cada vez más espacio en el debate público… hemos ido asumiendo como algo normal que la política y los debates en torno a ella generen mucho ruido y una agresividad inducida. Sin embargo, esa no ha sido su única consecuencia. Ha tenido efectos mucho más peligrosos: algunas sociedades se han partido por la mitad, surgieron planes que han socavado seriamente la democracia liberal, y debates importantes sobre el feminismo, el patriotismo, la libertad de expresión, la ciencia o el funcionamiento de la economía se han convertido en simples peleas grupales”.
Al buscar las razones de “porqué se jodió”, Ramón ubica la profundidad de “la crisis económica (que) fue brutal y suscitó un resentimiento genuino y justificado contra las élites políticas, financieras e intelectuales que en cierto modo fueron responsables de ella, bien por sus acciones, bien por su incapacidad para comprender los excesos del sistema”. A renglón seguido, el cambio profundo del mercado de las ideas, la forma en que las élites políticas e intelectuales las generan y difunden, así como la manera en que la sociedad las consume”. No desatiende el impacto de las emergentes redes sociales y los teléfonos inteligentes. Los medios de comunicación escritos cayeron en una profunda crisis existencial y económica. Las televisiones se politizaron mucho y partidizaron más aún, así como la figura del intelectual tradicional se depreció.

En contraposición, “la política y el infotainment” —la mezcla de información con entretenimiento— lo contaminaron todo y, al hacerlo, borronearon los contornos de las ideas políticas, la rectificación constante de los mensajes, la fugacidad de las promesas, la espectacularización de las propuestas y la inmediatización de los ciclos.

Ramón, con acierto, señala que “no solo los medios vieron en la polarización y el infotainment una manera de ser más relevantes y mejorar sus perspectivas del negocio: los líderes de casi todos los partidos políticos, y con ellos los pensadores y los asesores de comunicación que les surtían de ideas y argumentarios, se dieron cuenta de que este clima, dominado por el sectarismo y la velocidad, podía ser electoralmente propicio para sus formaciones”.
La nueva política es vivir una volatilidad constante. Así de claro, el rasgo principal de la nueva política es la volatilidad. Y la falta de reflexión profunda, incluso en este buen libro, acerca de la construcción y gestión de ese imperio que no busca administrar ninguno de los dos poderes elegibles del estado, sino desde la invisibilidad del nuevo tejido construido allende las fronteras del estado de derecho.
La conclusión del autor es tremenda y desalentadora: la política se volvió radical y rústica. Y así no se hace vida.