A partir de la irrupción de la COVID-19 desde China y su difusión global hasta llegar al grado de ser una de las peores pandemias de la historia, el mundo no ha sido igual, porque más allá de la propia enfermedad y sus connotaciones y un grado de letalidad limitado en comparación con otras patologías, su gran poder de transmisión ha sido determinante para que afectara en mayor o menor grado todas las actividades y repercutido severamente sobre el tramado socioeconómico en cada país.
Hoy, en 2024, desde el punto de vista epidemiológico, y situándonos en Uruguay, tenemos que para este año, y iniciado el otoño, el Ministerio de Salud Pública está recomendando a la población administrarse una dosis anual de refuerzo, en el caso de las personas incluidas en los grupos de riesgo. Apunta a que se inmunice la población que presenta mayor riesgo de cursar formas graves de COVID-19, como es el caso de los mayores de 70 años, mayores de 50 años con comorbilidades, personas que presentan inmunosupresión moderada-severa, mujeres embarazadas, personas con síndrome de Down y personal de salud (según edad o grupo de riesgo), en el marco de una vacunación gratuita y voluntaria.
Ha corrido ya bastante agua bajo los puentes desde que la COVID-19 puso al globo de rodillas como nunca antes se había visto en el mundo moderno, y cuando se creía que los avances tecnológicos eran una defensa poco menos que infranqueable para pandemias de este tipo, lo que fue desmentido por una realidad que echó abajo como un castillo de naipes lo que se creía estaba muy bien fundamentado desde el punto de vista científico.
En Uruguay, el gobierno de Lacalle Pou tuvo el buen tino de no ceder a las presiones de que se decretara una cuarentena obligatoria, y en cambio apuntó a la libertad responsable y a mantener encendidos los motores de la economía, con una actividad que fue determinante para que no se cayera a niveles más bajos en el escenario económico, como sí ocurrió en la Argentina, donde la cuarentena no disminuyó el número de casos pero sí contribuyó a que se agravara la ya de por sí una enorme crisis.
En el Uruguay de hoy, los números indican, de acuerdo a Datosmacro.com, que nuestro país tiene en estos momentos 1.037.893 personas confirmadas de coronavirus, dato que se ha mantenido constante desde el valor anterior, y actualmente, la tasa de pacientes confirmados de coronavirus en los últimos 14 días es de 0 por cada cien mil habitantes. Se encuentra entre los países con menor tasa de enfermos confirmados del mundo.
En este momento hay 7.625 personas fallecidas por coronavirus, y desde los datos correspondientes al anterior relevamiento no ha habido ningún muerto por coronavirus.
Para interpretar estos datos, indica que Uruguay, con 3.426.260 de habitantes, puede considerarse un país intermedio en cuanto a población, de acuerdo a la tabla de población mundial.
Pero, pese al cuadro optimista que surge del escenario actual respecto a lo que ocurría hasta hace poco tiempo, con la pandemia, hay incógnitas que están lejos de disiparse y se está tratando de hacer en forma permanente una puesta al día para aprender de lo ocurrido y eventualmente adelantarse a los acontecimientos en casos similares.
De un reciente artículo publicado en el New York Times es pertinente extraer algunos conceptos en él detallados, y que indican que todavía se está en un proceso de análisis desde varias perspectivas, en algunos casos con las cosas más claras pero en otros todavía con grandes misterios sin desentrañar.
Igualmente, destaca que en los cuatro años que han pasado, “los científicos han desentrañado algunos de los misterios más grandes sobre la COVID. Ahora sabemos mucho más sobre cómo se propaga (no, guardar una distancia de 2 metros no es una protección garantizada), por qué no parece enfermar a los niños tanto como a los adultos y qué hay detrás de los síntomas poco comunes que puede causar”.
Consigna en este sentido que “para este momento, la mayoría de los estadounidenses se han contagiado de COVID-19 al menos en una ocasión. Mientras que la mayoría de esos infectados han sufrido síntomas parecidos a los de la influenza, algunos han sido hospitalizados con problemas respiratorios graves y otros no han tenido ningún síntoma”.
“Parte de esto se puede explicar por la cantidad de virus a la que estén expuestos, pero nuestro cuerpo también desempeña un papel muy importante. Las personas mayores o que tienen problemas de salud suelen exhibir síntomas más graves debido a que su sistema inmunitario ya está debilitado. En algunos casos, el organismo puede combatir el virus antes de que se replique lo suficiente para causar síntomas o eliminarlo con tal rapidez que una persona nunca da positivo. También hay evidencia sólida de que la vacunación hace que la enfermedad sea menos grave”, indica. Los expertos afirman que lo más probable es que las personas que nunca se han contagiado tengan todas las dosis de la vacuna, sean cautelosas sobre no exponerse (usan cubrebocas y evitan multitudes) o trabajan desde casa.
Además, los científicos han intentado investigar si hay algo único en términos biológicos sobre las personas que nunca se han contagiado de COVID que les dé una inmunidad contra la infección. Sin embargo, lo más cerca que han estado de descubrirlo es cuando encontraron que mutaciones en los antígenos leucocitarios humanos (los cuales mandan la señal al sistema inmunitario de que las células están infectadas) puede ayudar a eliminar el virus de manera tan rápida que una persona podría ser completamente asintomática.
Si bien en los primeros días de la pandemia, se pensaba que la COVID iba de superficie en superficie, estudios posteriores han mostrado que las superficies contaminadas en pocas ocasiones son las culpables de la propagación del virus. Es más probable que se esparza a través del aire que respiramos, como a través de grandes gotículas que se producen cuando alguien tose o estornuda, que es la razón por la cual los funcionarios de salud pública recomendaron al principio de la pandemia que se mantuviera 2 metros de separación con otras personas.
No obstante, las investigaciones después indicaron que el virus también podía ser transportado por aerosoles, partículas más pequeñas que podrían infectar a las personas a mayor distancia.
Pero sin dudas el tema es que no pocas personas vienen sufriendo consecuencias tras haber dejado atrás la enfermedad, incluso habiendo padecido el denominado COVID prolongado, con secuelas significativas en algunos casos pero mínimas en otros, y de las que todos los días se conocen datos nuevos en cuando al grado de la secuela.
Esto surge diariamente incluso en el boca a boca y en los consultorios médicos en nuestro país, con personas con determinados grados de comorbilidad, como pacientes asmáticos, que si bien superaron la crisis en la pandemia, al poco tiempo se han resentido de su salud con problemas respiratorios complejos que han acarreado desenlaces fatales.
Asimismo, una consecuencia que puede parecer menor, como la pérdida del olfato y el gusto, que se van recuperando con el tiempo, registran variantes y dolencias a primera vista muy menores, como nos han relatado personas que habían pasado por esta etapa, y que sin embargo han encontrado algunos cambios como el rechazar ahora algunos alimentos que antes eran de su agrado, simplemente porque sienten que su organismo los rechaza.
Poca cosa sí, en comparación con otros casos sí realmente preocupantes, pero que son indicativos de que todavía hay muchas cosas que no se conocen en cuanto a la acción de este virus en el organismo, y que sería de tontos minimizarlo, por lo que es de recibo y altamente conveniente que los grupos de población de riesgo se acerquen a los puestos de vacunación para recibir la vacuna cuando entramos ya en el otoño, como recomienda el MSP.
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