En los últimos días el precandidato presidencial por el Frente Amplio, Yamandú Orsi, ha realizado diversas declaraciones en relación con los niños que han sido alcanzados por balas en distintos tipos de actos delictivos. Entre otros conceptos, Orsi expresó (según el periódico La Diaria) que “la violencia se generaliza y ya no se mira si son niños; hay códigos que se rompieron”.
Sobre la generalización de la violencia no puede haber dos opiniones diferentes: se trata de un fenómeno que está fuertemente ligado con el narcotráfico y la venta al menudeo de sustancias prohibidas, lo que ha llevado el tráfico a las casas de familia de los barrios más vulnerables, permitiendo montar una red muy poderosa de “bocas” a través de las cuales se comercializan y que pueden ser desarmadas y armadas muy rápidamente; de hecho la queja más frecuente de quienes viven cerca de un lugar como esos es que pueden ser cerradas por la Policía pero vuelven a ser abiertas en forma casi inmediata. Las afirmaciones de Orsi fueron rechazadas por la vicepresidenta de la República, Beatriz Argimón, quien, de acuerdo con Montevideo Portal, “pidió al Ministerio del Interior que elaborara un informe con cifras de menores de 12 años asesinados en la última década. (…) De acuerdo con los datos que compartió la propia Argimón en X, en el último gobierno del Frente Amplio hubo 32 niños asesinados y en lo que va de este período hubo 17. En tanto, se detalla que este año se registró la cifra más baja de asesinatos de menores de 12 años, dado que hubo dos. En 2016 el registro asciende a 17, siendo la más alta de la década”.
Tal como suele suceder en estas discusiones a través de los medios (modalidad utilizada para generar visibilidad a sus protagonistas y no para trabajar en terminar con el problema en sí), la noticia nueva reemplaza velozmente a la anterior y de aquellos escasos fundamentos o datos confiables que se hayan dado a conocer de uno y otro lado, poco o nada queda transcurridos algunas horas o días. Suele decirse que “dato mata relato”, pero ello tampoco garantiza nada, porque basta con cuestionar el origen de los datos o la forma en que fue realizado el proceso previo a su preparación para que se invalide lo afirmado por la parte contraria. Como sucedía con los jugadores desafortunados en los juegos infantiles de mesa, el debate “vuelve al punto de partida” mientras se siguen perdiendo recursos materiales, capital humano, tiempo y lo más importante: vidas humanas que en este caso se trata nada más y nada menos que de niños.
Sin lugar a dudas es un tema complejo, multicausal y cuyos efectos y soluciones deben ser abordados asimismo desde distintas perspectivas y disciplinas. En el trabajo del año 2023 titulado “La incidencia del narcotráfico en Uruguay” (Trabajo final de grado Licenciatura en Comunicación de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República) su autor, Lautaro Rijo, sostiene lo siguiente: “Si hay algo que sobresale al día de hoy en materia de narcotráfico es el nivel de violencia que éste desata. Cosa que no siempre fue de esa manera. El director de policía Diego Fernández declaró en conferencia de prensa en octubre de 2020 que la violencia en los delincuentes es cada vez mayor y que estos ‘están transversalizados por la droga’. La principal diferencia entre los primeros narcotraficantes que llegaron al país a principios de los años 90 y los de hoy es la violencia que estos últimos manejan. Para Mario Layera, hay un cambio de conducta que tiene que ver con la adquisición de métodos violentos. En los años 90, si bien había violencia no era tan significativa como ahora. Muchos líderes narcos (locales) han muerto ejecutados y veo que hay una tendencia que no ha parado de que los líderes vayan rotando continuamente y eso genera un movimiento y una competencia y una gran violencia entre ellos. Eso se puede ver incluso en las cárceles. Es un fenómeno que surge muchas veces de las relaciones en los centros penitenciarios.
Hoy en día, hay una creciente importancia de la cárcel como centro organizador de los mercados de droga. Los códigos internos que existen en la cárcel se trasladan hacia afuera del centro penitenciario, y a medida que los cabecillas de las bandas caen presos, empiezan a dirigir los operativos desde dentro, lo que significa que, aún encerrados, conservan su liderazgo. (…) Otra de las consecuencias del presente nivel de violencia es el avance del sicariato. Este fenómeno como tal no tiene su origen en el narcotráfico, pero en América Latina el fenómeno del narcotráfico terminó desarrollando el fenómeno del sicariato.
Para el sociólogo Gustavo Leal, el sicariato en el narcotráfico es necesario porque los narcotraficantes necesitan más controles de seguridad en áreas que son sensibles en toda la cadena. Esta cadena del delito se desdobla mucho más en muchos roles. (…) El sicariato también empezó a afectar el universo de personas que no están relacionadas al mundo del delito. Y comenzó a ser verosímil la posibilidad de dirimir un conflicto (de cualquier tipo) a través de la muerte por encargo o por el contrato de asesinos asalariados. “Yo creo que hoy lo que ha sucedido es que el sicariato en Uruguay es un fenómeno que desbordó hace bastante tiempo ya la cápsula del narcotráfico y hoy es ya una forma de dirimir conflictos que se ha extendido no solamente en el mundo del delito, sino también en personas que tienen conflictos de distinto tipo y logran acceder a eso”.
El trabajo académico referido expresa, asimismo, que “para Rosario Rodríguez, anteriormente asesora en políticas de Defensa del Ministerio de Defensa, el sistema estatal en general puede volverse permeable si es que no genera herramientas para evitar el ingreso a sus estructuras. El tráfico es favorecido si la presencia del Estado es débil o ausente, con un frágil estado de Derecho y posibilidades reales de corrupción. El caso que sí demostró que hubo corrupción fue el de la fuga de la Cárcel Central en 2019 del mafioso Rocco Morabito. En este caso, un policía fue formalizado ante el soborno para poder escapar. La policía logró erradicar elementos de corrupción dentro de su propia fuerza. Lo mismo podría suceder con los funcionarios en los puertos, debido a que la mayor salida actual de la droga es a través de los contenedores”. Por otro lado, Clara Musto opina que en la medida en que no existan controles serios, “uno tiene que tener todas las razones para pensar que existe corrupción”.
Teniendo en claro la complejidad del tema, resulta desalentador y frustrante que algo tan importante sea tomado como “botín de guerra” de una campaña electoral que embiste todo a su paso y se destaca por su irracionalidad. Nadie se preocupa en aportar propuestas o instrumentar acuerdos de largo plazos que dispongan políticas de Estado para solucionar problemas (ni siquiera uno tan importante como este). Lo que les importa a muchos actores políticos es posicionarse políticamente, teniendo el palo bien a mano para poder colocarlo en la rueda del adversario (y del país todo) y seguir contando los niños alcanzados por balas controlando cuidadosamente si el saldo final favorece o perjudica su patético discurso electoralista, de vuelo rasante y gran mezquindad. Al fin y al cabo, para ellos se trata solamente de niños de zonas marginadas.