Tras el discurso del presidente

El contexto de un año electoral no es el mejor para evaluar las cosas en política, cualquiera sea el país del que se trate, porque al grado de subjetivismo propio que interviene en estos temas se agrega sobre todo el de las interpretaciones de acuerdo al color del cristal con que se mire, y muchas veces la verdad falta a la cita o se reemplaza por verdades a medias, por conveniencia.
Y por supuesto, un discurso presidencial es siempre el centro de las miradas y en año electoral el epicentro de los cuestionamientos o aprobaciones de verdaderas “hinchadas” de quienes están inmersos en la política partidaria, además de visiones ideológicas muchas veces fundamentalistas, que jamás reconocerán un acierto de un rival y tampoco los errores propios, por lo que todo lo que surja en esta área debe tomarse con pinzas y con el cuidado del caso.
La reciente exposición del presidente Luis Lacalle Pou ante la Asamblea General Legislativa, el 2 de marzo, al iniciarse el último año de su período de gobierno, precisamente encuadra en estas consideraciones, cuando hay cumplidos ya cuatro años de gobierno y resta un año en el que queda poco margen para eventualmente enmendar y corregir errores, y queda en una sobreexposición en la que además gradualmente va compartiendo poder con los precandidatos y luego el candidato presidencial de su partido, de cara al formidable desafío de la campaña electoral.
Y para exponer precisamente el tenor de las evaluaciones que se hacen, dejando de lado el análisis del contenido por nuestra parte, tenemos que por un lado, desde el oficialismo se ha destacado en las últimas horas “todo lo bueno” que se ha concretado, pese a los formidables condicionamientos de la pandemia de la COVID-19 que puso de rodillas al mundo, y luego la inflación mundial por la invasión rusa a Ucrania, mientras que para la oposición, lo más importante ha sido el incumplimiento de promesas –sin importar los motivos–, todo lo que queda por hacer y destacar a la vez que lejos de ser un “estadista”, como señalan desde el Partido Nacional, el mandatario “parece que vive en otro país”.
La verdad, como suele acontecer, seguramente no pasa por ninguno de estos extremos, y se corre para uno u otro lado, de acuerdo a las simpatías de cada uno y como sostiene el refrán, como le va a cada uno en la feria y la parte que le toca como cuota parte de responsabilidad.
El firme aspirante a la candidatura nacionalista, Alvaro Delgado, evaluó por ejemplo que “no solo se cumplió con lo que se comprometió sino que se hizo mucho más. Seguramente uno compara el 2023 con el 2019 y la cantidad de indicadores que hoy se manejaron (en materia económica, en salario real, menos desempleo, más inversión, menos inflación) son todos datos de la realidad que no se pueden discutir. Se puede discutir conmigo, con los ministros y con el presidente, pero no se puede discutir con la realidad, los datos son objetivos. A veces cuesta entender por qué no hicieron las cosas antes, cuando hubo 15 años de bonanza y mayoría propia” en las cámaras legislativas.
Pero estos datos no son compartidos desde la oposición, y por ejemplo el precandidato presidencial Mario Bergara si bien consideró que la exposición “fue republicana” y que eso llevó al Frente Amplio a aplaudir por momentos conceptos volcados por el presidente, hay temas pendientes muy importantes que no fueron tocados, y al respecto señaló que “no hubo ninguna referencia, por ejemplo, a que la economía uruguaya hace un año que no crece”.
En la misma línea, el senador del Movimiento de Participación Popular (MPP), Alejandro Sánchez, subrayó que “el presidente no vive en el mismo país que nosotros”, a la vez que mencionó que ahora se terminará “con el quinquenio de mayor letalidad de homicidios. Habló de las viviendas, pero de las 50.000 que se prometieron no habló nada. Nos habló de saneamiento, ahora dijo que eran 61 localidades, cuando en el año 2020 dijo que eran 260. Hay un bajo cumplimiento de los compromisos”.
Seguramente en medio de estas evaluaciones subjetivas se plantea el análisis del ciudadano medio –aunque seguramente muy pocos habrán seguido el discurso completo para sacar sus propias conclusiones– y como ocurre invariablemente, cada uno se pronunciará en el contexto del humor social ante la gestión gubernamental de esta administración, con sus pro y sus contra, con lo que se hizo, con lo que no y por qué, mientras que por supuesto, quien tiene la camiseta partidaria puesta seguirá integrando la hinchada en sintonía con su partido y referentes ideológicos.
Hay sin embargo un aspecto en el que sí, en honor a la verdad, corresponde ponerse del lado de la vereda del presidente cuando dijo que “ninguno de los efectos que se dijeron con la LUC (Ley de Urgente Consideración) sucedieron”, en referencia a la ley que fue cuestionada por la oposición. En esta línea, habló sobre las “ocupaciones y piquetes”, cuya idiosincrasia cambió después de que se aprobara la ley.
“¿Qué decíamos? Que quien quiera manifestarse, con justicia con razón, y otras no, que lo haga; ahora, el que quiere trabajar, que pueda entrar al establecimiento”, expresó.
Pero hay mucho más que tiene que ver con los eslóganes y pronósticos catastróficos/o falsedades que anunciaron –y que por supuesto no se dieron– quienes abogaron por derogar parcialmente la LUC y que quedaron expuestas como tales: la portabilidad numérica que iba a “fundir” Antel, los desalojos “express” que dejarían en la calle a miles de inquilinos, el “gatillo fácil” que no fue tal, medidas “contra la educación” autoritarias y muchos etcéteras más que fueron parte de tantos dislates lanzados alegremente como verdad absoluta, en una práctica que debería ser erradicada de nuestro sistema político, pero que lamentablemente se recrea una y otra vez.