Cada vez que en muchas de estos tristes intercambios acerca de lo que se está viviendo en el mundo a partir de los hechos del 7 de octubre y todo lo que vino después escucho aquello de que “bueno, llevan tantas décadas así… que esto es algo de nunca acabar”.
Apenas las oigo, me viene a la memoria aquella hermosa y sabia afirmación de aquel manchego eterno, el que se enfrentó a los gigantes como molinos de viento: “Como me quieres bien, Sancho, hablas desa manera –dijo don Quijote–, y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles…”
Lo que intento transmitir, en esas ocasiones y en ésta también, es otra sensatez cervantina: “Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”.
Sólo dolor y muerte
El viernes me fui a dormir con la imagen de las muertes del 7 de octubre. Desde todas partes llegaban a mi WhatsApp una triste novedad: que tres de los secuestrados por Hamás habían sido hallados muertos, asesinados, y que las Fuerzas de Defensa de Israel habían rescatado sus cuerpos. Ahora, por ellos y por todos, corresponde enterrar el cuerpo debajo de la tierra. En la tradición judía, según el Talmud y el Midrash (Bereshit Rabá 100:7) aprendemos que el alma sólo tiene paz completa una vez que el cuerpo es enterrado y retorna a la tierra.
La primera señal es que trascienden en nosotros, y en nuestros hijos. Que somos parte de una larga cadena, un eslabón con ciertas responsabilidades. Cultivar la memoria es ir más allá del recuerdo, es incorporarlo a la conciencia, priorizarlo desde los valores, una memoria de lo humano, desde la identidad judía hacia la convivencia universal. No como una repetición sino como una inspiración, fundacional y prospectiva.
Zajor, del hebreo memoria, se presenta como un sentido orientador, donde historia y memoria se tocan, se funden pero no se confunden, y por ello, desde ésta y otra perspectiva, la memoria es conciencia (de nuevo) y es esencia de interioridad.
El terror
El 7 de octubre fue un día terrible. Ya lo sabemos todos. Más de 1.200 personas asesinadas, cientos y cientos de heridos y más de doscientos secuestrados, muchos de ellos fueron asesinados. Fueron torturados, violados, violentados…
La respuesta militar, cuando fue necesario, no estuvo a la altura de la emergencia ni tampoco de los antecedentes. Aún falta saber cómo fue que pasó eso. Más allá de los errores, la única y exclusiva responsabilidad es del atacante, de Hamás. No fueron por un objetivo militar, ni estratégico. Fueron para sembrar el terror. La acción fue una operación terrorista.
Eligieron golpear a Israel en zonas vecinas a Gaza, en donde la población ha sido históricamente afín a todos los procesos de paz, a los que en el pasado reciente eran buenos vecinos, hacían negocios, trabajaban, atendían su salud. Sembraron de sangre tierras cultivadas de paz.
El objetivo, lo han dicho explícitamente, era despertar la furia y el miedo. Hay que reconocer que lo han logrado. A partir de allí, y al amparo de una premisa básica, la de proteger a sus habitantes de la saña terrorista, se desataron acciones militares de respuesta.
La guerra
Toda guerra o todo conflicto armado comporta daños y víctimas, asesinando de forma despiadada con la realidad instalada hasta entonces, resumen de una historia de esfuerzos y sacrificios, de anhelos y afán de superación.
Desde otro ángulo, la paz no es lo que se contrapone a la guerra sino a la violencia. Ésta se expresa por lo menos de tres maneras, según Johan Galtung. A saber, los tres tipos de violencia son: una directa; dos, estructural; y tres, cultural.
La violencia directa va desde la que se padece en las guerras, que va desde el enfrentamiento entre ejércitos llegando hasta la violencia criminal, la violencia terrorista y de género, éstas últimas también pueden suceder en tiempos de paz.
La violencia estructural se origina por un orden injusto, sea económico o político, que produce desigualdades tremendas, hambre y pobreza. También caben aquí las normas discriminatorias en, por ejemplo, discriminación de las mujeres y de grupos minoritarios.
La violencia cultural es simbólica y constante en el tiempo. Es la violencia que legitima las otras violencias, la directa y la estructural.
Estas “tres” violencias convergen desde hace años en Medio Oriente. Estas tres violencias se desarrollan sobre recorridos políticos económicos cuya escala ha trascendido a la propia región. En este sentido, el fin de la Segunda Guerra Mundial, la descolonización, impactó con un rediseño del mapa: Rep. Árabe Siria (1961), Rep. de Irak (1958), Líbano (1943), Irán (revolución iraní, 1979), Palestina, Israel (1948, reconocimiento de NNUU), Reino Hachemita de Jordania (1958), Kuwait (1990-1), Bahréin (1971), Arabia Saudita (1932), Qatar (1971), Emiratos Árabes Unidos (1971), Omán (1951 y 1970), Yemen (guerra civil), República Árabe de Egipto (Primera Rep. 1953, Segunda Rep. 1971), Sudán (Primera Rep. 1956), Libia Rep. Árabe 1969, (2da. Guerra civil 2014), Chipre (1960) y Turquía (Rep. 1923).
La complejidad política de la zona se agudiza en los 1970, los movimientos nacionalistas, la crisis del petróleo, la caída de Irán, de Irak y Libia, entre otros. Además, por supuesto, del fin de la URSS, el islamización de Turquía, la recomposición de Rusia, la muerte de Arafat y, para no olvidar nada, los múltiples esfuerzos y frustraciones de Israel y la OLP-ANP para la paz y la convivencia, con fronteras seguras.
¿Y ahora?
Todo ello forma parte de esta realidad. Son parte del problema. La salida, el paso al futuro, no es mirando hacia atrás, hacia las huellas que dejaron en unos y otros los errores y los fracasos. La solución posible es una construcción diferente.
Posiblemente el planteo de Yoav Gallant, ministro de Defensa desde 2022, y miembro de la Knesset por el Likud, es un desafío directo a Netanyahu: “No permitiremos que Hamás controle Gaza. Tampoco queremos que Israel lo controle. ¿Cuál es la solución? Actores palestinos locales respaldados por actores internacionales”, pues “el día después de Hamás solo lo lograrán los actores que reemplacen a Hamás”. Esta visión del día después estaría en línea con el pensamiento más extendido entre las fuerzas de seguridad de Israel. La idea es simple e involucra a las fuerzas de seguridad palestinas.
Otro componente importante para la viabilidad de esta idea: está en línea con la mirada de la administración Biden. Y en momentos en que las relaciones personales entre Biden y Netanyahu están “agriadas”, el fortalecimiento del rol de Gallant puede fortalecer el diálogo inmediato.
Para Gallant, que en enero ya había adelantado el aspecto central de su propuesta: “los residentes de Gaza son palestinos, por lo tanto, los organismos palestinos estarán a cargo, con la condición de que no haya acciones hostiles o amenazas contra Israel”. De allí surge la necesidad de instrumentar un grupo de trabajo multinacional para la estabilización de Gaza. Debería, para tener andamiento este camino, comprometerse Estados Unidos, Europa y otros socios árabes, especialmente con un rol fundamental Egipto, como un “actor central”.
Podría ser este un camino posible. De su formulación se puede intuir que sería sin el liderazgo de Netanyahu y seguramente, con más cambios en la coalición. Yoav Gallant al sondear las reacciones a su plan ha jugado sus fichas.
Es tiempo de decisiones difíciles.