(Por Horacio R. Brum)
Cada vez que escampa y los vientos aminoran en Concepción, esta ciudad sureña de Chile que ha sido azotada por los temporales durante casi dos meses, cientos de personas se instalan en las calles céntricas a vender lo que sea: ropa y zapatos viejos, baratijas, utensilios de cocina usados, paltas… Otros tocan música por unas monedas, algunos mendigan y otros más solamente se tiran a dormir en cualquier portal seco, tapados hasta la cabeza con frazadas embarradas.
Concepción es la capital de la región del Bío Bío, así nombrada por el río que la atraviesa de los Andes al Pacífico. La tasa de pobreza regional es inferior al 8%, pero esta cifra casi se duplica al medir la pobreza multidimensional, que no solo se refiere a los ingresos, sino también la solidez y la comodidad de la vivienda, el acceso a la educación y a la salud, así como otros factores relacionados con la calidad de vida. No obstante, en las regiones vecinas a la del Bío Bío están los casos peores de esa pobreza; la región de Ñuble, al norte, tiene una tasa del 25% y en la Araucanía, al sur, ésta es del 28% y supera el 37% cuando se mide el ítem vivienda. En tres localidades de la zona se bate el récord nacional de pobreza multidimensional, con porcentajes que afectan a más del 55% de sus habitantes. Sin embargo, la Araucanía es el centro de la industria forestal, uno de los rubros de exportación más importantes, actualmente afectado por los movimientos terroristas indigenistas, que pretenden establecer un territorio autónomo mapuche.
Las plantaciones forestales y la industria de la celulosa son igualmente importantes en la región del Bío Bío, pero aquí la economía y el empleo han sufrido varios golpes fuertes desde 2010, cuando el gran terremoto dejó en Concepción y otras ciudades marcas visibles hasta hoy. En octubre de 2019, el terremoto fue político, con el alzamiento popular que obligó a la clase dirigente a hacer cambios de fondo en lo que hasta entonces se presentaba como el exitoso modelo económico chileno. Al igual que en Santiago, a las protestas pacíficas masivas siguió una ola de violencia y saqueos, que en la capital del Bío Bío causó casi tanta destrucción como el gran sismo. De su visita a la ciudad en esos días, este corresponsal recuerda escenas que se parecían a la destrucción provocada por una guerra civil, con comercios incendiados y pavimentos arrancados para la construcción de barricadas. Todavía hay en el centro edificios con las huellas de los incendios, como la sede de la Asociación Cristiana de Jóvenes o la abandonada torre de la Cámara de la Construcción.
Entre 2020 y 2023, la pandemia de la COVID-19 reveló, como en todo Chile, que cientos de miles de personas estaban en riesgo de hambruna si no podían salir a ganar el jornal del día; las autoridades tuvieron que repartir cajas de ayuda alimenticia y artículos de primera necesidad, lo que se repitió ahora en menor escala, aunque no fue la enfermedad sino la lluvia y el viento los que privaron a muchos hogares del sustento diario. Ello explica la presencia de una multitud de vendedores ambulantes en las calles de Concepción y otras ciudades que sufren los temporales, en cuanto la meteorología lo permite.
Oficialmente, el porcentaje de chilenos en situación de pobreza es inferior al 7%, pero muchos hogares están en una línea muy delgada de la cual pueden caer hacia abajo, porque una buena parte de su poder adquisitivo se basa en el endeudamiento y otra en las ayudas sociales. En esas condiciones, perder el trabajo o sufrir una reducción del sueldo equivale a convertirse en pobre de la noche a la mañana.
En la región del Bío Bío ese drama tiene muchas facetas y probablemente la peor es el cierre de las minas de carbón, en 1997. La decisión fue tomada por el gobierno del presidente Eduardo Frei, a causa de la falta de competitividad internacional en precio y calidad del combustible, cuya extracción favoreció la prosperidad durante casi un siglo y medio de las localidades de Lota, Coronel y Curanilahue. A pesar de las grandes inversiones hechas por las autoridades para la reconversión laboral de los mineros y para crear nuevas fuentes de trabajo, estas tres ciudades forman un triángulo de pobreza y problemas sociales. Por los temporales de estos días, Curanilahue (con una población de 34.000 personas, aproximadamente la tercera parte de la de Paysandú) fue declarada como la “zona cero” de la catástrofe porque, además de las lluvias, resultó inundada por el desborde de tres afluentes de un río cercano. 1200 viviendas quedaron bajo agua y algunas fueron totalmente inutilizadas.
Estas no son las primeras inundaciones severas que sufre Curanilahue; ya en 2017 se produjo una situación de catástrofe y cada invierno muchos vecinos tienen que luchar contra las lluvias y las crecientes, sin poder trasladar sus hogares a zonas de menos riesgo, porque no tienen los recursos económicos para comprar otras casas. Por otra parte, hay viviendas construidas sobre tomas de terrenos, lo que hace que los propietarios no tengan título legal alguno sobre ellas, una situación bastante común en todo el país. También están desprotegidos quienes habitan los “campamentos”, una forma de asentamientos precarios donde las viviendas se construyen principalmente con materiales de desecho, como maderas de embalajes. Según el ministerio de Vivienda, los campamentos han aumentado entre 2022 y 2024; hay casi 1.500 en todo Chile y el más grande alberga 1.600 familias. La región del Bío Bío, con 225 de estos asentamientos, es la segunda en su número, después de la de Valparaíso. En esta última, al igual que en el Bío Bío, todos los veranos se producen grandes incendios de origen forestal que arrasan los barrios precarios. Este año, el saldo en la ciudad portuaria fue de 137 muertos.
Conscientes de que la posibilidad de catástrofes va en aumento, las autoridades nacionales han creado organismos que siguen de cerca la evolución del cambio climático y recopilan información para prevenir los riesgos, como el Atlas de Riesgo Climático (arclim.mma.gob.cl). El problema es que, al igual que en tantas otras partes del mundo, el sufrimiento provocado por los fenómenos meteorológicos extremos es directamente proporcional a la pobreza de las poblaciones.
Una anécdota de la pobreza en Concepción: en un supermercado del centro, los cortes de carne envasados al vacío están envueltos en una malla de plástico gruesa, a la cual hay adherido un marbete, como los que se ponen a las ropas caras en las tiendas, para que suene una alarma si alguien intenta llevárselas sin pagar. Hay además quesos en cajas de plástico, de esas que se emplean con igual fin para proteger del hurto a los perfumes o los cosméticos caros.
Según una de las cajeras, el hurto de carne es común, así como el de los quesos u otros productos alimenticios en envases pequeños.