En el marco del Día del Patrimonio, se rindió homenaje a los pioneros de la vitivinicultura en el país y la ciudad en una conferencia encabezada por Jorge Pedoja, presidente de la Comisión de Patrimonio Cultural. El evento, titulado “La vitivinicultura y la inmigración en Paysandú”, tuvo lugar en las instalaciones de la Sociedad Unione e Benevolenza.
La charla destacó, en primer lugar, la labor de dos grandes impulsores de la viticultura en la región: el español Francisco Vidiella y el francés Juan Harriague, quienes transformaron la producción de vino en Uruguay, dejando un legado que perdura hasta nuestros días.
Vidiella (1820-1884), originario de Cataluña, y Harriague (1819-1894), un vasco que introdujo la cepa Tannat en Salto, son considerados los precursores de la vitivinicultura en Uruguay. Según Pedoja, “ambos fueron los pioneros que impulsaron lo que hoy conocemos como la viticultura uruguaya”.
Vidiella, en Colón, Montevideo, y Harriague, en Salto, marcaron el inicio de una industria que hoy sitúa a Uruguay en el mapa mundial del vino, especialmente con su cepa insignia, el Tannat.
La llegada de la vid al Río de la Plata
El relato de Pedoja transporta a la época de la colonización de América, cuando la viticultura comenzó a echar raíces en el continente. Con la llegada de los españoles tras el descubrimiento de América, se introdujeron diversas especies de plantas y animales, entre ellas la vid. Uno de los factores clave en su propagación fue la religión católica, porque el vino resultaba indispensable para la celebración de la misa.
“Fue gracias a la religión que llegó el vino”, afirmó Pedoja. Además, “Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano y rey de España, decretó en 1531 que los barcos que partían hacia el Nuevo Mundo llevaran consigo vides de olivo y uva”. Esto permitió que las primeras plantaciones se establecieran en las capitanías de Chile –y de allí a Argentina– y Perú, donde franciscanos y jesuitas se encargaron de desarrollar viñedos que no solo abastecían las misas, sino que también se expandieron comercialmente.
Los jesuitas jugaron un papel crucial en la expansión de la viticultura en América del Sur. En Chile, fueron responsables de la siembra de extensos viñedos, aprovechando el sistema de riego prehispánico en zonas como Santiago y Valparaíso. En Argentina, se establecieron en las regiones de San Juan y Mendoza, áreas que hasta hoy son conocidas por su producción vitivinícola de calidad.
Pedoja también destacó el impacto de la inmigración en la viticultura local, particularmente de italianos, españoles y franceses, quienes trajeron consigo el conocimiento y las técnicas vitivinícolas que se consolidaron en la región. “Los italianos tuvieron mucho que ver con el vino acá”, subrayó.
El lento desarrollo en Uruguay
El desarrollo de la viticultura en Uruguay resultó ser un proceso lento y accidentado, marcado por guerras civiles y dificultades económicas. Durante gran parte del siglo XIX, la producción de vino se mostraba limitada y mayormente destinada al consumo familiar y religioso. Sin embargo, hacia 1870, con el avance de la revolución industrial y la modernización de los métodos de producción, Uruguay comenzó a experimentar un cambio. “Recién en la década de 1870, cuando empezamos a estabilizarnos como país independiente, la viticultura cobró un impulso más serio”, explicó Pedoja.
Al mismo tiempo, uno de los mayores desafíos a los que se enfrentó la viticultura en Uruguay y en todo el mundo fue la plaga de la filoxera, que devastó viñedos en Europa a finales del siglo XIX. Esta pequeña mosca atacaba las raíces de las vides, causando la muerte de las plantas. “La filoxera afectó gravemente a los viñedos europeos, lo que obligó a buscar soluciones, como injertar las vides europeas en raíces americanas más resistentes”, comentó Pedoja.
En Uruguay, la adaptación fue exitosa, y aunque el ADN de las vides cambió, se mantuvo la esencia de las cepas originales. El Tannat uruguayo, por ejemplo, es un reflejo de esta evolución genética y de las particularidades del suelo uruguayo, lo que lo diferencia del Tannat francés.
El auge de la viticultura en Paysandú
A fines del siglo XIX y principios del XX, Paysandú se consolidó como uno de los principales centros vitivinícolas del país. Según datos proporcionados por Pedoja, en 1888 había 24 viticultores en Paysandú, comparado con los 33 que había en Montevideo. Para 1935, el número de viticultores en Paysandú había crecido a 167, superando incluso a Salto, que tenía 153. Este auge estuvo impulsado por inmigrantes italianos, franceses y españoles que trajeron consigo la tradición vitivinícola de sus países de origen.
Un capítulo especial de la historia de la viticultura en Paysandú lo ocupa la bodega Falcone, fundada en 1886 por los hermanos José y Domingo Falcone, inmigrantes italianos provenientes de Basilicata. La bodega, conocida como 20 de Setiembre, es un testimonio vivo de la tradición vitivinícola familiar que ha perdurado por más de un siglo.
“Los hermanos Falcone llegaron a Paysandú en barco, y comenzaron el cultivo de vides y la elaboración artesanal de vino”, relató Pedoja. La bodega, que aún se mantiene en funcionamiento, es un ejemplo de cómo las familias inmigrantes italianas dejaron una huella imborrable en la industria vitivinícola uruguaya.
Hoy en día, la vitivinicultura en Paysandú sigue siendo una parte fundamental de la identidad local. Con bodegas como Falcone, Bertolini Broglio, Wasiluk, Vinoterra, Ariano, entre otras, el departamento mantiene viva una tradición centenaria que mezcla historia, inmigración y pasión por el vino.
“Es un proceso maravilloso que continúa con la tercera y cuarta generación de viticultores”, concluyó Pedoja. “El patrimonio no es solo lo que pasó, sino lo que sigue pasando y lo que dejamos para el futuro”.
Este fin de semana del Día del Patrimonio, las puertas de las bodegas sanduceras estuvieron abiertas al público, invitando a los visitantes a conocer más sobre esta historia que une a Paysandú con el vino, la inmigración y la tradición. → Leer más