Un chiste muy en boga hasta no hace muchos años --bien fundado-- decía, ante la pregunta de qué se podría hacer si estuviera por acabarse el mundo, que la mejor opción era: “me voy a Uruguay”. Y ante la inevitable pregunta del porqué, la respuesta era de que “porque lo que ocurre en el mundo llega veinte años más tarde”.
Pero en este mundo globalizado y los nuevos tiempos, las cosas han cambiado, pues la globalización, entre otros aspectos positivos y negativos implica que en la mayoría de las cosas, estamos al día en avances tecnológicos y en conocimiento de lo que pasa en el resto del planeta, así como de la llegada de los sucesos, para bien o para mal.
Y en materia de empleo, la tendencia de los últimos años indica que se vienen destruyendo puestos de trabajo en la industria y en determinados sectores productivos, donde el impacto del costo de la fuerza laboral en la ecuación de las empresas nos deja fuera de competencia en los mercados para exportar.
Un convidado de piedra inevitable, a esta altura, porque tiene que ver también con el avance tecnológico y la eficiencia de las empresas, es la aplicación de la Inteligencia Artificial (IA), una herramienta que está cada vez más a nuestro alcance, pero que asimismo tiene sus bemoles, porque bien utilizada es un instrumento extraordinario, pero con incidencia negativa si por ejemplo se utiliza mal. Por ejemplo, cuando se usa extensamente por estudiantes que tratan de cortar camino en sus estudios y exámenes.
A la vez, la irrupción de la Inteligencia Artificial en el ámbito laboral está redefiniendo el concepto de empleo en todo el mundo, y en nuestro país, aunque lo tenemos en forma incipiente todavía, no va a ser una excepción. Estamos inmersos en una transición del mercado en la que de acuerdo a las previsiones de los analistas la capacidad de la IA para reducir puestos de trabajo parecería superar con creces la velocidad a la que se están generando las nuevas oportunidades asociadas a esta misma tecnología.
Esta perspectiva también ejerce una presión económica y social sobre determinadas actividades, tanto en los que están actualmente trabajando como así también sobre aquellos que intentan reinsertarse o, peor aún, aquellos que recién comienzan su camino profesional en un mercado que, lejos de expandirse, parece encogerse peligrosamente como consecuencia de esta tecnología.
No nos llamemos a engaño, este desafío se ha planteado recurrentemente en la historia de la humanidad: siempre ha habido alguien que se ha sentido amenazado por el discurrir de los avances tecnológicos, en el área que sea. Pasó con la revolución industrial, en la que la producción de tipo artesanal dio paso a la fabricación y armado en serie a gran escala, más adelante con la computación, luego con la robotización, que sustituyó a trabajadores en soldadura, precisión y armado de los componentes de industrias como la automovilística y la electrónica, y así sucesivamente. Es decir, la historia indica que planteado el desafío, se llegó gradualmente a la reconversión y adaptación de las piezas en el tablero. Y cuando se observa esta evolución con la perspectiva de los años y las décadas, se infiere que el camino que se tomó era inevitable, por más inquietud y zozobra que se haya vivido en el momento por quienes han padecido estos cambios en carne propia de una u otra forma.
Con la IA este desafío es precisamente a la vez el presente y el futuro, y de ahí que para vastos sectores de actividad la incertidumbre por lo que ocurra ante el futuro sea un hecho real y peor aún, desconocido y de difícil pronóstico a priori.
Vamos a situarnos en el mundo; si echamos un vistazo a las cifras recientes, la tendencia es clara. La ola de despidos ha ido creciendo en Estados Unidos, con más de 806.000 recortes de empleo anunciados en lo que va de 2025, la cifra más alta para ese período desde 2020, según datos de Challenger, Gray & Christmas, aunque naturalmente, no todo es culpa de la IA ni mucho menos.
Pero ya las compañías se suman a esta “era de eficiencia de la IA”, a menudo optando por más recortes y menos contrataciones. A setiembre de 2025, el total de recortes específicamente atribuidos a la Inteligencia Artificial ascendió a 17.375, sumándose otros 20.219 cortes atribuidos a “Actualizaciones Tecnológicas” que, probablemente, incluyen la implementación de IA. Esto se contrapone con el crecimiento y valoración del mercado corporativo de ese mismo país. Mientras la valoración de las empresas crece, y sus estructuras logran escalas tecnológicas, el empleo se contrae.
En mayor o menor medida, este escenario se da sobre todo en las naciones desarrolladas y naturalmente en las filiales en otras partes del mundo de las grandes corporaciones, fundamentalmente, a partir del común denominador de empresas que se van actualizando más rápidamente que otras, tanto en la producción de bienes como de servicios, entre otras áreas, pero es evidente que esa marea tecnológica es imparable, sobre todo porque en el plano de la competencia y la búsqueda de la eficiencia, la aplicación progresiva de la IA se impone por la contundencia de los hechos, aunque no en todos los sectores por igual.
El punto es que mientras las compañías se suman a esta “era de eficiencia de la IA”, la creación de empleo no logra seguir el ritmo y esta tendencia parecería estar replicándose globalmente.
Todo indica que para 2030 el porcentaje de tareas humanas reemplazadas por tecnología crecerá un 76%. La complejidad de esta transición golpea con particular dureza a dos grupos vulnerables: los trabajadores desplazados que buscan reinsertarse y, críticamente, los recién graduados universitarios, solo por mencionar los grupos más notorios.
Para los desplazados, el desafío no es solo encontrar un nuevo trabajo, sino encontrar uno que no caiga rápidamente víctima de la siguiente ola de automatización.
Históricamente, el desempleo causado por la adopción de tecnologías que ahorran mano de obra ha sido relativamente marginal y temporal, tendiendo a desaparecer en un par de años a medida que surgen nuevas ocupaciones. Por ejemplo, el 60% de los trabajadores actuales están en ocupaciones que no existían en 1940, lo que implica que más del 85% del crecimiento del empleo desde entonces ha sido resultado de la creación de puestos de trabajo impulsada por la tecnología.
En resumidas cuentas, la promesa de que la IA creará más trabajos de los que destruye sigue siendo, por ahora, una promesa de largo aliento que contrasta con la realidad inmediata de los despidos y la falta de oportunidades para las nuevas generaciones en diversas áreas. El desafío inmediato es mitigar el impacto de esta transición, proporcionando las herramientas de reconversión necesarias para los desplazados y asegurando que la IA contribuya a potenciar la eficiencia y no excluya masivamente la intervención del factor humano.
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