LO QUE PAYSANDÚ NECESITA: Museos chilenos de la inmigración

La sede del Museo del Inmigrante.

(Por Horacio R. Brum. Valparaíso, Chile)

Valparaíso debió haber sido la capital de Chile. De frente al océano Pacífico, cuando las rutas de navegación al litoral oeste de Sudamérica sólo pasaban por el Cabo de Hornos, fue el puerto más activo del país y de la región. Como ciudad abierta al mar, recibió a millones de viajeros e inmigrantes, quienes hicieron un aporte de ideas y visiones del mundo muy diferentes de las de los chilenos encerrados entre las dos cordilleras del valle de Santiago, la capital que el gran escritor Joaquín Edwards Bello definió así: “…baluarte clerical, colonial y reaccionario”.

Los extranjeros dieron a Valpo –como la llaman con cariño sus habitantes–, una impronta cosmopolita y progresista que, desde mediados del siglo XIX y hasta las primeras décadas del XX, la puso por encima de Santiago en calidad de vida. El Mercurio de Valparaíso (fundado en 1827), es el diario más antiguo del mundo de habla hispana; la ciudad tuvo suministro e iluminación pública de gas en 1856, antes que la capital; en ella los extranjeros establecieron las primeras compañías de bomberos del país, y en su anfiteatro de cerros se construyeron edificios y mansiones que hasta hoy asombran por el desafío de la arquitectura a la topografía. Esa combinación de paisaje natural y paisaje urbanístico determinó que esta ciudad portuaria tenga la categoría de patrimonio de la Humanidad, concedida por la Unesco.

Uno de los edificios notables es el antiguo Colegio Alemán, donde se inauguró el mes pasado el Museo del Inmigrante, un proyecto privado que tomó tres años de restauración y adaptación y forma parte del espacio Destino Valparaíso. La idea fue de un empresario de raíces libanesas y sirias quien, según declaró a los medios, decidió dejar de lado su intención de convertir al lugar en apartamentos de inversión, para aprovechar su valor histórico y crear un homenaje permanente a los inmigrantes. “Es algo que yo he sentido siempre de manera muy profunda, porque creo que Valparaíso se hizo de inmigrantes… llegaron a estas costas sin idioma, sin costumbres, sin nada. Llegaron a esta otra parte, que estaba a mundos de distancia. Y, sin embargo, fueron capaces de salir adelante”, expresó Eduardo Dib Maluk, perteneciente a una familia que se estableció en el puerto en 1900, para dedicarse inicialmente al comercio de alfombras.

Con objetos aportados por los descendientes de inmigrantes, otros comprados e incluso algunos, como los baúles, valijas y otras piezas de equipaje, obtenidos mediante avisos en la prensa, en el museo se recrean ambientes representativos de cada cultura, por ejemplo: la sala para el té de las cinco de las familias inglesas, la cocina de los italianos o los talleres de costura de quienes llegaron del Medio Oriente para dedicarse a la industria textil. Documentos audiovisuales, audioguías, afiches de comercios antiguos y reproducciones de las páginas de revistas y diarios, están dispuestos para dar al visitante, en un recorrido de casi dos horas, el panorama de la vida diaria de aquellos que llegaron a Chile para construir una nueva vida, muchas veces alejada de la miseria o las persecuciones en sus tierras de origen. Por otra parte, en Destino Valparaíso hay espacios para la gastronomía y las actividades musicales y culturales en general, para atraer no solamente al público local, sino también a los turistas, de los cuales una proporción importante suele llegar en los buques de crucero que dan la vuelta a Sudamérica.

El Museo del Inmigrante no es único en Chile. Tal vez porque aquí no llegaron las oleadas migratorias como al otro lado de los Andes (los italianos fueron unos pocos miles, en la época en que Buenos Aires y Montevideo los recibían por cientos de miles), los descendientes de extranjeros mantienen muy vivas las huellas de la identidad de sus antepasados. Hasta en los conflictos, porque hubo un club social y deportivo denominado Estadio Yugoeslavo, que pasó a ser Estadio Croata, después de la cruenta disolución de Yugoeslavia, y la contracara del Estadio Israelita es el Estadio Palestino, que tiene un club de fútbol cuya camiseta lleva los colores de la bandera palestina. En cuanto a museos, los habitantes de ancestros alemanes del sur, entre Valdivia y Puerto Montt, la zona donde llegó el grueso de los inmigrantes de ese origen, han puesto un gran cuidado en conservar o restaurar casas e instalaciones fabriles. Esos lugares no son simples colecciones de objetos antiguos, porque en ellos es posible disfrutar de los platos heredados de Europa (la repostería chilena debe tanto a la alemana, que las tartas se llaman “kuchen”, la palabra en alemán para torta) y varios son escenarios de eventos culturales importantes.

De esa manera, se cumple lo que manifestó al diario El Mercurio el fundador del Museo del Inmigrante de Valparaíso: “No queremos que la gente venga a un museo y después no vuelva más, sino que regresen a ser parte de una programación entretenida, de actividades y de espacios de encuentro”.

Como el puerto chileno, Paysandú es una ciudad con raíces en la inmigración, pero si bien hay agrupaciones que se esfuerzan por mantener el recuerdo de ese origen, falta un lugar para la narración panorámica de la gestación de la identidad local. Por las características de su historia, ese lugar pudo haber sido la sede actual de los juzgados, en 18 de Julio y Zorrilla. La antigua sede de la tienda París Londres, edificio que es el único ejemplo fuera de Montevideo de la obra de Mario Palanti, el arquitecto italiano del Palacio Salvo y de varias construcciones importantes de Buenos Aires, entre ellas el Palacio Barolo, que es una atracción turística en la Avenida de Mayo. París Londres representó durante muchas décadas la pujanza comercial de los descendientes de inmigrantes que también supieron usar su fortuna en iniciativas privadas para beneficio de la comunidad, al donar a la ciudad el parque cuyo nombre recuerda a aquel edificio que hoy alberga solamente a la burocracia judicial.

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