Jerusalén, polémica asegurada

La ciudad tres veces santa vuelve a ser tema de conversación por estos días luego de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la reconociera como capital de Israel y de decidir el traslado de su embajada que se encuentra en Tel Aviv. El Estado de Israel, desde que ocupó en su totalidad Jerusalén en 1967 tras la guerra de los seis días, reivindica esta urbe como su capital única e indivisible.
Los países con representación diplomática en suelo israelí, en contra de esa postura con el argumento de que Jerusalén debe ser una capital compartida con los palestinos, decidieron en los años de 1980 instalar todas las embajadas en Tel Aviv, la moderna ciudad con costa sobre el Mediterráneo. La determinación de Trump no cambia mucho las cosas: el proceso de paz, de todos modos, sigue estancandísimo como de costumbre y la alianza de Estados Unidos con Israel tan inquebrantable como siempre. En todo caso, esto lo reafirma.
La hermosa, histórica, vibrante, encantadora ciudad de Jerusalén parece estar destinada a la polémica entre israelíes y palestinos. La ciudad es sagrada tanto para el judaísmo, con el Muro de los Lamentos como mayor símbolo donde se esconde la piedra de Abraham; para el islam, donde los musulmanes custodian la mezquita Al Aqsa (esto en árabe significa Jerusalén) y la Cúpula de la Roca donde Mahoma se elevó al cielo (Jerusalén, además, es la tercera ciudad santa para esta religión, luego de la Meca y Medina, ambas en Arabia Saudita); y para los cristianos. Aquí vivió y murió Jesús, allí fue enterrado y ahí resucitó. Hoy la amurallada ciudad antigua de Jerusalén se divide en cuatro barrios: judío, árabe, cristiano y armenio. Entre los cristianos predomina la presencia ortodoxa por sobre los católicos.
La cuestión no es solo política, es religiosa, social, de sobrevivencia y es un conflicto que lleva décadas. Arrancó en el momento mismo que la ONU votó a favor de la creación del Estado de Israel en el territorio conocido como Palestina. El organismo internacional también se volcó a favor de una nación palestina que debía repartir terreno con los judíos. Los palestinos y los árabes no aceptaron la resolución y le declararon la guerra a los israelíes, que estalló en mayo de 1948 en los alrededores de Jerusalén.
Al finalizar el conflicto, que le salió bastante caro a los árabes y que no tuvieron en cuenta la capacidad organizativa de los judíos, la ciudad santa se dividió en Jerusalén Este, bajo control de los árabes, y Jerusalén Oeste, en manos de Israel. La parte oriental, en tanto, estuvo en poder de Jordania hasta 1967.
Con la guerra de los seis días, Israel –que iba ganando hectáreas en cada conflicto– se anexó todo Jerusalén y hasta el día de hoy la controla en su totalidad. Eso no significó el fin del conflicto y la parte Este de Jerusalén, que sigue teniendo una población mayoritaria de palestinos, se transformó en uno de los principales focos de disputa entre las partes. Es que, los palestinos proclaman a Jerusalén Este como la capital de su futuro Estado.
Pese a la alianza con Israel, el gobierno estadounidense respetó la postura de la comunidad internacional respecto al conflicto y consideró siempre que la solución al conflicto es la creación de dos Estados que vivan pacíficamente uno al lado del otro. Washington, con mayor o menor involucramiento, ha estado cerca de los fallidos intentos de reconciliación entre los dos pueblos como histórico mediador.
El paso de Trump no sorprende desde que lo había anunciado en la campaña electoral, cuando dijo que pretendía fortalecer el vínculo de Israel y que existía la posibilidad de llevar la embajada estadounidense a Jerusalén. Según CNN, la embajada podría ubicarse en una parcela que Estados Unidos alquila desde 1989 o en el consulado que ya tiene en la ciudad sagrada.
Antes de informar su decisión a la prensa, Trump habló con cinco líderes de Medio Oriente: conversó con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu; el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas; con el rey de Jordania, Abdalá II; con el presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, y con el rey de Arabia Saudita, Salman bin Abdelaziz.
Más allá de que tiene una lógica la movida del inefable mandatario de Estados Unidos, echa leña al fuego de un conflicto complejo y de larga data. Remueve el avispero, agita las almas, apura los rencores. La decisión fue recibida con declaraciones de rechazo y hasta amenazas por la mayoría de los países musulmanes y de los grupos terroristas que advirtieron que tomarían represalias. Ayer se registraron incidentes en Cisjordania y en la Franja de Gaza.
Rusia, China y Europa alertaron sobre las repercusiones que puede tener el anuncio. Incluso el papa Francisco advirtió sobre el tema: “Hago un fuerte llamamiento para que todos respeten el statu quo de la capital, de conformidad con las resoluciones pertinentes a la ONU”, dijo antes del anuncio.
En definitiva, la determinación de Trump aísla a Estados Unidos en uno de los asuntos más delicados de una de las regiones más conflictivas del mundo. El mundo occidental se apoyaba en sus gestiones para al menos intentar un acuerdo de paz. El futuro, incierto de por sí, asoma con tormentas.