Y llegó la Semana de la Cerveza ¡artesanal!

La rueda de la vida nos vuelve a colocar al comienzo de una edición de la Semana de la Cerveza. La gran fiesta de los sanduceros, aun cuando es también una celebración que siempre provoca críticas; porque del mismo modo que en Uruguay somos tres millones de directores técnicos de fútbol, en Paysandú somos 85.000 presidentes del comité organizador de la Semana de la Cerveza.
Cada uno de nosotros, cada maestro, tenemos nuestro librito y nuestra propuesta de cómo debería ser la principal fiesta del departamento que tiene más de medio siglo de trayectoria, que es marca registrada y que identifica a la ciudad y al departamento.
En general las propuestas del público no consideran el presupuesto disponible, que no se relaciona únicamente con lo que puede aportar la Intendencia Departamental de Paysandú, que está establecido en su Presupuesto Quinquenal, en lo que se puede recaudar por todo concepto durante la fiesta, sino por el “imaginario presupuestal”, ese que no tiene límites y que permite soñar con la presencia de las principales estrellas artísticas, por ejemplo, y de yapa, que todo sea gratis.
No obstante, esta es una fiesta que se lleva a cabo en un país donde se le destina poco al turismo interno, y donde el criterio que prima es que todo debe (no ya puede) ser total y completamente gratuito. Una forma de decir, claro está, porque nada es gratuito. Puede serlo para alguien en particular, pero siempre “alguien” tiene que poner la plata, así sea todo el departamento, a través de impuestos.
Por lo tanto, las críticas contra la Semana de la Cerveza tienen que ver con el “siempre lo mismo”, los mismos artistas, uruguayos o de por aquí cerca. En primer lugar, Uruguay tiene excelentes artistas que bien vale la pena disfrutarlos. Por otro lado, con un presupuesto global de un millón de dólares –razonable para evitar que la intendencia, el garante, deba desviar grandes sumas de dinero a su financiamiento– la grilla artística no puede financiar artistas internacionales. Sus costos son mucho más altos. Y aún si se decidiese gastar en un espectáculo de esta categoría, de seguro que al otro día de presentar los números –en rojo, obviamente– la mitad de Paysandú prende fuego a la Intendencia y cuelga al intendente en la plaza; o al menos lo incineran en las redes sociales, que tiene más o menos el mismo efecto.
Entonces puede ser que si se mira el escenario de la Semana de la Cerveza, este tenga los grandes atractivos de la escena nacional, pero no el de esas estrellas que se ven en la televisión, actuando en los grandes escenarios del mundo. Con un poder adquisitivo muy superior dicho sea de paso. Incluso dentro de fronteras, los costos son bastante superiores. El truncado festival de Andresito, con artistas de similar nivel, iba a cobrar 900 pesos la entrada. En la Semana, la más cara, incluyendo ingreso al predio y al anfiteatro, 500 pesos. E igualmente la gente se queja y protesta.
Pero bueno, esta es una de esas discusiones bizantinas que tenemos los sanduceros y renovamos cuando se acerca la siguiente Semana de la Cerveza.
Empero, esta edición no se distinguirá por tener mejores o no tan mejores artistas. El anfiteatro ciertamente es importante, pero este 2018 hará historia por otra cuestión, por la mismísima cerveza. Claro, fue esta milenaria bebida la que dio origen a la celebración, en abril de 1966, en el apogeo de “nuestra” cervecería Norteña. Así, que cerveza por la noticia, siempre estuvo como gran protagonista.
Pero este año será diferente. Porque David le ganó a Goliat, porque la cerveza industrial, que dominó históricamente el predio ferial no estará presente, probablemente por dormirse en los laureles y porque su lugar será ocupado por cinco cervecerías artesanales del interior del país, una de ellas de Paysandú.
Cualquiera puede decir que se trata de un retorno a las fuentes, porque en realidad la cerveza comenzó siendo artesanal, mientras se perfeccionaba su proceso de elaboración, lo que se concretó en tiempos de la revolución industrial.
Los posteriores descubrimientos por parte de Louis Pasteur, de los mecanismos del desarrollo microbiano y de la fermentación, permitieron un mayor control sobre el proceso de fermentación y conservación de la bebida.
Pero, como el ser humano va de ciclo en ciclo, hace algunas pocas décadas volvió a cobrar fuerza la cerveza artesanal. Actualmente, el mundo está presenciando una revolución en la historia de esta bebida, que viene de la mano del Renacimiento de la Cerveza Artesanal, que comenzó en la década de 1970 en Estados Unidos y se ha ido extendiendo con el tiempo por el resto del mundo.
Uruguay no ha quedado ajeno a ese movimiento y Paysandú tampoco. El siguiente paso, la Semana de la Cerveza. Este año se dio casi de manera impensada, cuando la cervecera industrial no se presentó a la licitación con la intención de negociar privadamente su participación. Pero el grupo de cinco artesanales sí se presentó y ganó por varios motivos. Ofreció más dinero que lo ofertado en 2017 por la industrial que domina el mercado nacional, no se presentó el adversario, y supo establecer la fuerza a partir de la unión, para enfrentar quizás su mayor desafío, satisfacer la demanda de una celebración como la Semana de la Cerveza.
Algunas de las mayores oportunidades son producto de la casualidad. Los pequeños productores de cerveza –porque están lejos de poder competir ni con la capacidad de producción ni con tienen la logística de distribución de empresa dominante– tendrán en estos nueve días la mayor vidriera quizás jamás soñada. La posibilidad de establecer en el marco de las opciones a sus variedades, sus gustos diversos. La cerveza artesanal, acostumbrada a establecerse en circuitos pequeños, desde hoy y hasta el 1º de abril serán la representación de la milenaria bebida estarán en el centro del blanco de la mayor fiesta de la región.
Pero las críticas no esperaron a que comience la Semana. Los argumentos son una vez más, los de siempre: “el litro antes costaba $100; ahora seguro va a costar $150”; “Si no está la cerveza que yo tomo, no me interesa”; “El trabajador no puede ir con su familia y tomarse una cerveza”; “Con esto entierran la Semana de la Cerveza”, etcétera.
Sin embargo, este resultado fortuito puede traer más de positivo que de negativo. En primer lugar, porque hoy la cerveza artesanal “está de moda” y es un producto que atrae al turismo por si mismo. Basta ver por ejemplo el movimiento que produce nada menos que en la turística Bariloche o El Bolsón, localidad argentina donde se produce la mayor parte del lúpulo que se planta en América del Sur, y que le da a la cerveza su gusto particular. Tanto que el canal internacional de cable Nat Geo dedicó un reality completo, Barones de la Cerveza, a un emprendimiento de este tipo en el sur argentino.
Eso de por sí es interesante, porque nuestra Semana no debería ser vista como una fiesta para los sanduceros, sino una fiesta hecha por sanduceros para disfrutarla nosotros, pero más que nada para atraer al turismo –es el máximo evento departamental— que nos dé movimiento, genere trabajo, inyecte dinero en plaza. Otra cosa sería una gran kermesse, y para eso sería demasiado cara.
Respecto al valor de venta, otra vez estamos encarando mal el análisis: “Semana de la Cerveza” no tiene por qué ser la semana del borracho barrigón, tomando la birra que sale del grifo a raudales hasta caer. Bien puede ser el lugar para degustar algo diferente, aprender que cervezas hay muchas, no solo “la” que se vende por todos lados. Algo así como una cata, donde degustar distintos tipos de bebidas, con diferentes consistencias, colores, aromas, más o menos amargas, etcétera.
Para tomar una Pilsen barata, nunca mejor que la del almacén de la esquina, del supermercado después de darle un golpe de frío en el freezer. Y para eso tenemos todo el año.