Prohibir por prohibir

Mientras la ciudadanía se mostraba sorprendida e indignada por las declaraciones de un expresidente, el inefable José Mujica, por cuanto recomendaba no ponerse delante de las tanquetas –al ser consultado por la crisis que se desarrolla en Venezuela–, se conoció la insólita prohibición de que en las obras de teatros se enciendan cigarros de utilería o electrónicos para representar el acto de fumar y también que los usen apagados.
La medida divulgada el jueves por el semanario Búsqueda –aunque en 24 horas fue cambiada, debido a la marcha atrás del Ministerio de Salud Púbica ante el reclamo popular–, fue comunicada a fines de abril a todas las instituciones teatrales del país en un comunicado de la Comisión Interinstitucional Asesora para el Control del Tabaco, y decía buscar “contribuir a la desnormalización del uso del tabaco” y “preservar la salud de la población”, para lo cual “se considera de suma importancia los mensajes que se brindan desde las actividades culturales”.
La lógica ilógica de esta línea de pensamiento es desconcertante. Con el mismo criterio se podría prohibir una gran variedad de manifestaciones culturales y teatrales, como las escenas en las que se comete un crimen o hay un suicidio, por ejemplo por violencia hacia la mujer –cuántas obras clásicas pasan por estas coyunturas–, o porque el guión marca que se digan malas palabras o que alguien insulte a otro. Y así se puede seguir hasta el infinito y se acabaría con el arte.
Esta decisión déspota del gobierno atenta contra la libertad de expresión y artística, y es digna de un ente dictatorial, que le va indicando a la población qué tiene y que no debe hacer, poniendo palos en la rueda en las expresiones más populares y culturales.
Para justificarse, el comunicado del gobierno traía a colación la legislación vigente, que data de 2008, que prohíbe la publicidad y promoción del tabaco, el patrocinio de las marcas y el consumo de tabaco en espacios públicos.
Una serie de cambios que incidieron en la conducta de los fumadores, en primer lugar, pero también en los actores que en las obras fuman cigarrillos con sustancias no perjudiciales para la salud.
“El acto de fumar, aunque sea con cigarrillo apagado o con productos que simulen ser cigarrillos, están comprendidos dentro de las prohibiciones establecidas”, continuaba el texto oficial. Y, por supuesto, en este tipo de determinaciones no podría faltar la fiscalización, que debía estar a cargo del Ministerio de Salud Pública, el que realizaría los “controles pertinentes” y aplicaría “las sanciones previstas”.
Este acto fascista contó con el general rechazo de los ciudadanos, algo que se dejó ver claro en las redes sociales que explotaron de indignación. Entre ellos, los más afectados, la Sociedad Uruguaya de Actores (SUA), afines –hay que decirlo– a este gobierno y a las ideas de izquierda.
Los artistas vieron en esta movida un intento de censura y de atropello a la libertad creativa, y la presidente de SUA, Alicia Dogliotti, rechazó “este tipo de comunicados sin previo diálogo y lleno de contradicciones para nuestro trabajo”.
Para ahondar en lo dictatorial, y como dice Dogliotti, la prohibición se resolvió sin la consulta previa a los gremios y asociaciones teatrales. El director teatral Fernando Amaral, consultado por Montevideo Portal, dijo que la resolución era “inexplicable”, alegando que no puede considerarse que el teatro incentive a fumar.
“Si decís eso tendría que llevarse a miles de situaciones”, añadió y puso como ejemplo que si en una obra de teatro alguien ‘mata’ a alguien puede entenderse que incentive los asesinatos. “El teatro es un reflejo de la realidad y es lo que hace, lo que siempre hizo y lo que siempre hará. Es un reflejo de lo que pasa en una sociedad. Es ridículo que se nos diga que de alguna manera estamos incentivando a fumar porque hacemos que fumamos. Creo que tira abajo todo lo que es el teatro”, manifestó.
“Todo es mentira, el teatro es mentira. Que ahora nos digan que tampoco podemos hacer la mentira es absolutamente chistoso”, había expresado el director teatral.
Hubo más reacciones en ese sentido y en la línea de que, aplicando el criterio del gobierno, se deberían eliminar o modificar un montón de históricas y célebres obras. “Se deberán cambiar escenas enteras de: ‘La muerte de un viajante’, ‘Extraña pareja’, ‘Un tranvía llamado deseo’, ‘Doña flor y sus dos maridos’, ‘Tu cuna fue un conventillo’, todas las obras de gangsters y cabarets, los sainetes, etcétera. Prohibir por prohibir, sin sentido”, había escrito en Twitter el reconocido actor y humorista Diego Delgrossi.
En cualquier caso, esta nueva perla que nos presenta la administración de Tabaré Vázquez no debería sorprender.
Este prohibido simular fumar se encuentra en sintonía con el prohibido pagar en efectivo –con esa obligatoriedad de estar inmerso en el sistema financiero–, con el prohibido cambiar de mutualista –el famoso corralito mutual–, con el prohibido poner la sal en las mesas de los restaurantes y bares.
Al tiempo que se van incluyendo obligatoriedades ridículas e igual de fascistas como transmitir propaganda estatal, siempre con la amenaza de recibir una sanción. Los gobiernos socialistas son muy adeptos a este tipo de pasos, en el que el aparato estatal todo lo controla e indica qué debe o no debe hacer el ciudadano, siempre con la excusa del bien común. Prohibir por prohibir, mientras se difunde el consumo de la mari- huana. Vaya paradoja.