Las diversas caras de la pobreza

No es una novedad que la escuela pública uruguaya es el comedor más grande que tiene el país y atiende, desde hace décadas, a niños provenientes de familias que atraviesan situaciones de extrema vulnerabilidad. Sin embargo, llamó la atención el titular que anunciaba la inclusión a liceales de primer y segundo ciclo en el servicio que brinda Primaria.
En realidad, esto ya funciona así. Lo único que faltaba era la confirmación oficial, pero en los hechos, los Centros Educativos Asociados (CEA) atienden a los estudiantes que continúan el ciclo educativo.
Y la cifra de beneficiarios es considerable porque el programa de Alimentación Escolar provee 276.800 almuerzos, desayunos y meriendas y eso significa que el 80% de los niños reciben alimentación en las escuelas públicas.
Es decir que el sistema educativo tiene mucha experiencia en atender a los niños que sufren la situación de sus familias y que permanecen incambiadas conforme pasan las distintas administraciones. Porque hay un núcleo duro de pobreza que permanece.
Hace unos cuantos años esta atención se interrumpía cuando el niño dejaba la escuela y comenzaba el ciclo básico o UTU. En consecuencia, el niño terminaba abandonando el sistema educativo porque la familia no podía hacerse cargo de la alimentación y los estudios de su hijo.
Actualmente a Primaria concurren unos 342.000 niños, de los cuales 255.000 reciben alimentos y de este total, unos 5.000 son liceales. Es decir que el universo de niños y adolescentes que reciben alimentación en los comedores es casi que el 10% de la población uruguaya.
Sería muy largo de analizar las razones por las cuales no hubo un abordaje integral del problema, en tanto los enfoques educativos a tiempo completo existen en el mundo entero, pero encarados de otra forma.
Tampoco es una novedad que en las pequeñas realidades de las comunidades educativas, a diario existen docentes que se encargan de la gestión alimenticia en contacto con los organismos competentes, como el INDA, porque hay adolescentes que llegan con hambre a estudiar.
Es que la realidad, además se refleja en los números. A fines de marzo pasado, el Instituto Nacional de Estadística (INE) presentó los resultados de la Encuesta Continua de Hogares, donde señala que el 8,1% de la población está por debajo de la línea de pobreza y eso significa un incremento de 0,2% con respecto a 2017. En cualquier caso, tampoco es válida la comparación con guarismos reflejados hace 15 años, porque lo que en realidad refleja es que a pesar de las mejoras en los indicadores económicos durante la denominada “década ganada”, la supuesta riqueza no alcanzó a toda la población. Asimismo, hay que reflexionar sobre el acceso de este sector a las pautas de higiene porque por ejemplo en estos hogares que se encuentran debajo de la línea de pobreza hasta tomar un baño caliente en días gélidos no es algo habitual ni posible en muchos casos.
Probablemente sean realidades que no están visibilizadas en los indicadores básicos de bienestar social. Por eso el sistema educativo hace un gran esfuerzo para mantener a los adolescentes provenientes de estos hogares bajo su órbita.
El punto crítico de dicha realidad es que en la casa de estos niños o adolescentes hay adultos en similares condiciones y no está calculado en su globalidad, la cantidad de personas que no se alimentan diariamente en Uruguay. Porque lo que conocemos son las cifras que maneja la educación primaria u otros programas específicos como Uruguay Crece Contigo, orientado también a la franja etaria de 0 a 6 años.
El INE dice que 172 de cada 1.000 niños menores de 6 años son pobres, que 66 de cada 1.000 hogares con jefatura femenina está por debajo de la línea de pobreza y 42 con jefatura masculina en la misma situación.
Además, evidencia que la malnutrición afecta a las trayectorias educativas en un país donde el abandono del sistema formal adquiere niveles importantes en la educación media, fundamentalmente en la etapa de la adolescencia. Porque si se profundizara, probablemente la cifra se extendería por encima de 5.000 estudiantes de estos niveles que son atendidos bajo condiciones particulares en los CEA. La encuesta continua de hogares anterior, correspondiente a 2016, revelaba que el 2,79 por ciento de los niños de 13 años, el 5,8 por ciento de los adolescentes de 14 y el 9,54 por ciento de 15 años no asisten al sistema educativo. Por lo tanto, la alimentación que recibe esta población es un dato que no amparan las estadísticas.
Como sea, quedan en evidencia algunos aspectos. En primer lugar, que Uruguay produce alimentos muy por encima de la cantidad necesaria para sus habitantes y de buena calidad, como carne, frutas o granos. El país ha experimentado niveles importantes de desarrollo que le han permitido contar con recursos necesarios para erradicar la malnutrición, particularmente la escasez en los sectores de alta vulnerabilidad.
Sin embargo, las visiones son diferentes. El exdirector de la División Salud de la Intendencia de Montevideo por una década (2005-2015), Pablo Anzalone, escribió un día en su cuenta de Twitter:
“El 4% de los niños pasa hambre en Uruguay. Pero nos cuesta decirlo”. Tal afirmación, coincide con las del ministro Danilo Astori, en oportunidad de un llamado a sala, cuando señalaba que “sin dudas, todavía hay niños con hambre”, como antesala a los argumentos que comparaban con un descenso de la pobreza en relación a períodos anteriores. Pero tal postura disparó en aquel entonces los desacuerdos y polémicas con otros integrantes del gobierno. Es que admitir tal escenario genera la imposibilidad de una visión unificada bajo el criterio del Poder Ejecutivo, que debería presentar la versión oficial del gobierno. Y confirma, además, el exceso de institucionalidad que se dedica a los mismos colectivos, pero en forma descoordinada.