Después del trueno

Cuando la Deutsche Welle, de Alemania, y el francés Le Monde, describieron a Uruguay como “The new global drug trafficking hub”, la noticia se tradujo en forma lineal del inglés como “El nuevo centro mundial del narcotráfico”. El revuelo global fue provocado por la incautación en el puerto de Hamburgo de 4.5 toneladas de cocaína en un contenedor que partió del puerto de Montevideo, a pocos días del embarque de más de 600 kilos descubierto en un aeropuerto francés.
Al revelarse dicho artículo por todos los medios, el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, levantó presión. Recalcó que es “un disparate” la acusación a Uruguay como un centro mundial porque allí “es donde se produce la droga y en Uruguay no se produce. Y se distribuye sobre todo desde donde se produce”.
El secretario de Estado puso como ejemplo que en Colombia aumentó la producción de droga, al igual que en México, Perú y Bolivia. Por lo tanto, según el ministro, “decir eso de Uruguay, que no produce droga más que la marihuana legal, está mal”. Con este escenario amplificado, Bonomi aseguró que “se caracteriza mal el problema y como lo caracterizan mal, no lo solucionan. El problema es producción, mercado y distribución”.
Ocurre que el medio alemán nunca dijo que el país es un centro de producción de cocaína, sino un “hub”. Este término utilizado en la industria aeronáutica refiere a un punto de concentración y enlace de rutas aéreas, tanto si refiere a pasajeros como a cargas. Es decir, el término describe a Uruguay como un centro de concentración, acopio y distribución de droga. Porque puede ser un centro de distribución y no producir un solo gramo de la sustancia que distribuye. O también, un lugar de paso o de conexión con otros destinos.
Ambos casos –la cocaína que salió por Carrasco y el embarque por el puerto capitalino– provocó la renuncia del Director Nacional de Aduana, Enrique Canon, y el comienzo de una investigación en la justicia uruguaya.
Ante las consecuencias del anuncio y el bochorno internacional, corrieron varios integrantes del Poder Ejecutivo a anunciar la profundización de controles aduaneros y portuarios, con inversiones millonarias en dólares, como la compra de un escáner (otro más) para inspecciones exhaustivas.
Las incautaciones europeas son históricas para aquellas autoridades y las cifras millonarias en euros, obligaron a salir a sus pares uruguayos. Mientras nos aclaraban que las “fronteras son porosas” o que la “lucha contra el narcotráfico se ha perdido en cualquier parte del mundo”, en Europa comparaban la estabilidad y seguridad que ofrecía el país junto a Costa Rica y Chile, con la situación actual. El editor de la revista InSight Crime, especializada en la investigación del crimen organizado en América Latina, Chris Dalby, reconoció que las autoridades uruguayas no enfrentaban la violencia asociada al narcotráfico, a juzgar por la insuficiencia de los controles fronterizos. Una cuestión que claramente aprovechan los cárteles y clientes, ante un aumento sostenido de la demanda mundial de cocaína.
Es así que la ruta hacia el sur del continente es poco controlada y tiene el “clima ideal” para establecer un “hub” o conexión desde América del Sur a países europeos. De hecho las autoridades coinciden en que tanto los 872 kilos de cocaína incautados en otro procedimiento efectuado en Parque del Plata, que se suma a los dos mencionados, llegan desde Bolivia e ingresan al mercado de Europa a través de nuestro país. Si los gobernantes uruguayos lo saben, entonces pecan por doble negligencia, en tanto conocen la existencia de un problema, pero no actúan ni toman medidas.
Incluso si cualquier observador internacional, especializado en la actuación de los cárteles de la droga en la región, asociara la presencia por varios años de Rocco Morabito en Uruguay –sin ser detectado– y su posterior fuga, sin novedades hasta el momento, no estaría tan equivocado porque la mafia calebresa o ‘Ndrangheta que dirigía el capo italiano, se sustenta básicamente con el tráfico de cocaína.
Al menos por ahora, lo único que hacen las autoridades uruguayas es dar explicaciones sobre un escándalo político en el que ha volado solamente una cabeza. Creernos un país tranquilo y apacible, les hizo bajar la guardia. Pero, también en este caso y aunque no lo crean, estamos globalizados. Porque la falta de una estrategia de combate al narcotráfico o de una logística acorde a los tiempos que corren, no es un secreto para nadie. Y si el Poder Ejecutivo repite un día sí y otro también que “nuestras fronteras son porosas”, o el sindicato de los aduaneros avisa que el scanner que tienen está tirado en un depósito o si por una cuestión ideológica –y sólo por eso– no asignarán a militares a custodiar las frontera sino a drones, hay orejas que escuchan atentamente esos mensajes.
Claro que para eso deberán calcular las inversiones, porque no es cualquier dispositivo el que instalan en las fronteras secas. Deberán, también, informar sobre las características y cantidad de drones con que cuentan para llevar adelante esta tarea, mientras manejan un presupuesto tan acotado, de acuerdo a la última Rendición de Cuentas. Y ni que hablar del protocolo que deberán crear, porque eso no existe para las fronteras, al menos por ahora.
Las mafias tranforman su modus operandi continuamente y sostienen diversas facetas para un mismo negocio. Esa fragmentación despista y se nota. Nadie sabe hoy cuánto mueve el entorno de la cocaína ni la capacidad de carga, pero las dos actuaciones fueron una simple muestra. Un botón que ha desarrollado estrategias de ingreso desde hace al menos una década. Pero como ocurre en otros asuntos, ahora actúan y afinan el trabajo. Es “después del trueno”, pero nunca antes que suceda.