La salud de los gobernantes

La salud de los gobernantes siempre es una cuestión de Estado. No por el morbo que genera saber qué le sucede a un presidente, legislador, ministro o intendente. Si no los efectos que una enfermedad tiene sobre cualquier persona, y más si carga con una gran responsabilidad pública. A su vez, la historia demuestra que el oficio de gobernar suele pasar factura, a veces de forma grave, y que la enfermedad condiciona el ejercicio de ello.
Por estas razones, es que el manejo del padecimiento del presidente Tabaré Vázquez por parte de él mismo y de Presidencia, ha sido muy bueno, muy acorde a lo que sustentan los manuales de crisis. De inmediato, salió ante el país y los medios a detallar sobre su enfermedad, sin esperar a que los rumores hagan su trabajo y embarren la cancha. La claridad en la exposición no deja lugar a especulaciones, tan necesaria en un sistema democrático.
La actitud de Vázquez –a quien aún le quedan seis meses para presidir nuestra nación– contrarresta las posturas de diferentes países de América Latina que han manejado la salud de sus presidentes como un secreto de Estado. Sucedió con una operación a la que fue sometida Cristina Fernández de Kirchner cuando era mandataria de Argentina, o con el venezolano Hugo Chávez, muerto de cáncer y cuya enfermedad resultó ser manejada con una reserva absoluta.
En Cuba, por supuesto, también. Desde 2006, el entonces gobernante y líder cubano, el fallecido Fidel Castro, delegó el poder por una grave enfermedad declarada “secreto de Estado”. Nunca se divulgaron partes médicos oficiales y era el propio Castro quien daba pistas sobre su evolución a través de sus “Reflexiones”, los artículos de prensa que comenzó a escribir tras caer enfermo y en uno de los cuales reconoció que había estado “entre la vida y la muerte”.
“Las afecciones de un presidente afectan, en muchos casos, sus conductas. Es algo que tiene muchas implicancias. Para eso es importante ver la historia. Por ejemplo, lo que ocurrió con Juan Domingo Perón. Sus médicos le desaconsejaron ser presidente. Él no aceptó y la sociedad no tenía idea de cuán enfermo estaba al asumir. Eso debería haberlo sabido la gente, porque tal vez con una noción pública de lo que estaba ocurriendo se hubiera entendido, o se hubiera ayudado a entender, que no estaba en condiciones de ser presidente, con todo lo que significó su muerte y lo que vino después. Es un caso concreto. Mire qué impacto político tuvo la salud.
Con ejemplos es más fácil entender. Por eso siempre contesto con los casos. Eso explica el por qué de la necesidad de saber cómo está un mandatario. La mala salud de un presidente siempre tiene consecuencias políticas que padece la gente”, explicó el periodista y también médico neurólogo argentino Nelson Castro, quien escribió el libro “La verdad sobre la salud de Cristina Fernández de Kirchner”. Abundan en el mundo otros ejemplos de gobernantes cuyo estado de salud dio motivo a noticias que causaron conmoción o que fueron seguidas con angustia por la opinión pública.
En algunos casos no pasaron de un rumor o sospecha, en otros se debió activar rápidamente los mecanismos de remplazo, por no haber advertido con anterioridad de la situación.
David Owen, médico, que fue en los años de 1970 el canciller británico, sacó a luz en 2013 un libro en el que repasa las enfermedades de los principales jefes de Estado y de gobierno en los últimos 100 años (“En el poder y en la enfermedad”). En la publicación figuran varios mandatarios que han optado por ocultar su estado real de salud mientras estaban en el poder.
François Miterrand es tal vez el caso más llamativo. Sufría cáncer de próstata, pero pronto su obsesión por esconder la enfermedad se transformó en paranoia. El presidente francés tenía miedo de ser objeto de espionaje médico internacional y que lo descubrieran. Claude Gubler, su médico personal, se vio obligado a acompañar a Mitterrand en sus viajes con el equipo a cuestas y a colgar el gotero de las perchas de los armarios de los hoteles para no poner clavos en las paredes. Gubler confesó que “jugaron al escondite con la muerte durante once años”.
El problema, más bien, tiene lugar cuando la enfermedad, psíquica o física, tiene consecuencias concretas sobre las políticas de los gobernantes.
Según Jonathan Davidson, profesor del departamento de psiquiatría y de las ciencias del comportamiento en la Duke University, en Dirham (Estados Unidos), Harold Wilson y Ronald Reagan (que sufrieron demencia), Nixon (adicto al alcohol) y Kennedy (dependiente de fármacos) tomaron decisiones equivocadas debido a su estado de salud. “Por no hablar de aquellos mandatarios que, en un ataque narcisista y de endiosamiento, se dejaron llevar por su instinto en contra de la razón de Estado. Es lo que en la psiquiatría se conoce como síndrome de hybris”, señala.
Por este motivo, que Tabaré Vázquez haya dado el primer paso para anunciar su cáncer habla de civismo y de prudencia. Seguramente, el presidente estará en buenas condiciones para concluir su mandato, pero no deja de ser bueno que mantenga a la ciudadanía al tanto de sus análisis y puesta al día. No es secreto de Estado.