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Hoy se cumplen diez
años del robo de los restos de Leandro Gómez
Hoy, 18 de noviembre, se cumplen diez años del hurto de los restos del general Leandro Gómez, tatarabuelo mío, del mausoleo en que descansaba contra su expresa voluntad testamentaria. Todavía no se sabe nada sobre el hurto y la mayor parte de lo que serían sus restos desapareció en la Jefatura de Policía de Paysandú.
Creo que la fecha merece una reflexión e invito a los sanduceros a la misma, dadas las vinculaciones con esa ciudad con la que quedó para la historia.
La versión que más cierra es que, como ahora, estábamos en tiempos de balotaje y alguien intentó generar un hecho político apelando a métodos deleznables. Y con mal éxito, el hecho apenas fue consignado por la prensa de Montevideo. Al parecer tuvieron que postergar el robo a un día en que jugaba Uruguay y Paysandú estaba preocupado por las inundaciones. El robo mismo nunca se investigó, pese a que el expediente está lleno de pistas sueltas.
Mucho tiempo después, alguien que dijo tener sus restos y no haber recibido un pago convenido, se puso en contacto con periodistas. Éstos le pidieron pruebas, lo que respondió echando seis huesos humanos a un tacho de basura municipal, al que le colocó el despreciable cartel: Urna Leandro Gómez.
Meses después, con conocimiento del Ministerio del Interior, los periodistas ofrecieron dinero a cambio del resto del cuerpo. Una patrulla policial avisada detuvo a la persona cuando entregaba una bolsa –de las de basura– con huesos, incluyendo parte de un cráneo.
A esa altura había tres grupos de huesos. Una pequeña cantidad que quedó en el mausoleo, los primeros seis huesos entregados en primer lugar y los de la bolsa. Esos últimos fueron registrados y fotografiados por la Policía, que entregó un informe al juzgado. Pero nunca más aparecieron. Hoy nadie sabe dónde están y las investigaciones iniciadas quedaron en nada, tras un entrevero de referencias mezcladas con los otros lotes.
Los otros dos lotes, el de la urna y los seis huesos, fueron estudiados varias veces y los científicos de la Cátedra de Medicina Forense aconsejaron no intentar extraer ADN con las técnicas actuales de lo poco que quedó en el mausoleo, que resultaría destruido. Nadie estudió el lote grande, que desapareció. Nadie sabe si los seis huesos pertenecieron a la misma persona que estaba en la urna.
El catedrático Dr. Hugo Rodríguez se encargó de acondicionar lo que sí le fue presentado en bolsas de papel separadas. Pero luego una orden municipal hizo entreverar todo. Hoy están en la oficina de un cuartel, que obviamente no es un lugar respetuoso para alguien que mereció respeto.
La reflexión es sobre nuestra relación fetichista con los cadáveres. Paysandú no era más grande o importante cuando los restos de Leandro Gómez fueron sacados a la fuerza, contra su voluntad testamentaria, del panteón que él había elegido en su ciudad natal. Pero quizá lo hagan aparecer es menos grande, como la que los mantuvo en un mausoleo que se llovía, con una cerradura violable y luego no hizo demasiado por defenderlos ni por recuperarlos.
Cada poco tiempo surgen iniciativas que los argentinos llaman necromanía, que proponen llevar huesos de un lado para otro. Eso no son homenajes, son profanación de cadáveres.
Jaime Secco