Aquí estamos, tanto héroes como villanos

Este mundo –nuestro– siempre ha sido el escenario por el que transitan héroes y villanos. Desde el fondo de la historia conocida hasta ahora mismo. Especialmente en momentos de crisis lo peor y lo mejor de cada uno de nosotros se manifiesta al desnudo. Algunos decididamente dan un paso adelante en la ayuda al prójimo, en la defensa del sentido de comunidad. Otros quedan atrapados en la codicia, la violencia y deliberadamente promueven la desigualdad.
Nada nuevo. En el verano de 1665 cuando la temida Peste Negra (que mató a 150 millones de personas) llegó al Eyam, Gran Bretaña, sus habitantes pronto comprendieron que para evitar que se siguiera expandiendo hacia pueblos vecinos solamente quedaba un camino: cuarentena. La historia contada por los sobrevivientes hace referencia a la estoicidad con la que la mayoría de los habitantes acató la decisión, guiados por el pastor William Monpesson. Catorce meses después, apenas unas decenas mantenían la vida. Pero ellos y sus muertos habían dado uno de los más grandes ejemplos de heroicidad en medio de una pandemia.
No hace muchos días, el crucero Greg Mortimer (lleva ese nombre en honor a uno de los dos primeros australianos en escalar el monte Everest en 1984) quedó fondeado en la bahía de Montevideo, sin autorización para llegar a puerto, debido a que tenía casos positivos de coronavirus. Con el paso de los días, muchos otros pasajeros fueron contagiados con la enfermedad y una media docena de ellos debió ser internada en hospitales de Montevideo debido a la gravedad de sus casos.
Ni que decir que tener a poca distancia a decenas de personas con coronavirus despertó miedo. Pero las autoridades nacionales mantuvieron la calma, no dejaron de atender a los pasajeros –poniendo en riesgo la salud de personal especializado– ni de entregarle provisiones. Otros puertos se habían declarado cerrados para impedir que el Greg Mortimer siquiera se acercara. No Uruguay. Por el contrario se optó por un acto humanitario, buscando que el gobierno australiano enviara un avión a Montevideo para la repatriación de sus ciudadanos.
“Gracias Uruguay” decía un mensaje escrito en una sábana cuando llegó el día del retorno. Un pasajero trasladado en ambulancia besó el hormigón del aeropuerto de Carrasco y otros se llevaron banderas y bufandas con los colores patrios de nuestro país. Desde algunos apartamentos de la rambla de Montevideo, hubo aplausos y manos en alto despidiendo a los viajeros mientras recorrían el camino a la terminal aérea.
Se fueron agradecidos y Uruguay quedó con la certeza de haber hecho lo correcto. De haber estado del lado de los héroes, de la ayuda humanitaria y de la cooperación internacional.
No muchas horas después, una habitante de Nuevo Berlín, Río Negro, fue trasladada a Paysandú, al CTI COVID-19. Fray Bentos no tiene una unidad especializada de Salud Pública, por lo que se determinó que fuera internada en nuestro Hospital Escuela del Litoral.
Instantes después que EL TELEGRAFO publicara en su página web y en Facebook el adelanto de la noticia, decenas de comentarios criticaban con severidad la presencia de la enferma, como si eso solo asegurara la rápida expansión de la epidemia. Como si el coronavirus hubiera sido liberado y se aprestaba a recorrer la ciudad.
El miedo de nuevo, no en todos, porque también hubo quienes llamaron a la cordura. Pero uno irracional. No se trataba de un enfermo “autóctono” y no se aceptaba que fuera tratada en nuestro hospital, como si no fuera práctica habitual el traslado de enfermos entre diferentes centros hospitalarios.
Con un solo caso de coronavirus, Paysandú parece seguro. Muchos de sus habitantes lo demuestran con su conducta. Ayer mismo, 18 de Julio vivió una tarde de domingo más, con cantidad de vehículos en la clásica “vueltita del domingo”, con la ventanillas bajas, sin ningún tipo de protección, alegremente compartiendo el mate (y los bizcochos). Cuando se va al supermercado muy pocos se acuerdan del distanciamiento social, por el contrario, las filas siguen haciéndose uno detrás de otro. Los espacios públicos están cerrados, pero se siguen organizando picados de fútbol y mateadas entre amigos.
Claramente parte de la población de Paysandú no ha tomado muy en serio las continuas advertencias que las autoridades sanitarias y nacionales hacen. Hay al menos miles de sanduceros que continúan viviendo su vida como si nada, como si las 120.000 muertes por coronavirus no fuera algo que deba tomarse en consideración.
Eso sí, con el concepto de ciudad amurallada. Que los enfermos “de allá” no vengan “acá”.
No queda otra que creer. En situaciones extremas lo mejor y lo peor del ser humano se manifiesta. Este es otro tiempo de héroes y villanos.
De todas maneras, aunque la humanidad a veces parece retroceder esta doble moral bien puede deberse a lo que podría llamarse la curva del progreso. No estamos en la Edad Media. Aunque hay mucha, tenemos menos pobreza. Hay más información, educación, tecnología, salud, expectativa de vida y conciencia global. Podemos avanzar más rápido y mejor. Siempre y cuando podamos domar ese miedo ancestral, que nos hace perder perspectiva, que avergüenza. Que nos demuestra que no somos tan buenos como pensamos. Somos humanos. A veces héroes, otras villanos.
Entre todo lo bueno de la experiencia del Greg Mortimer y el papelón ante una enferma COVID-19 en nuestra cercanía podríamos estar ante una buena oportunidad de hacer cambios positivos. Ha ocurrido antes, cuando la humanidad ha debido levantarse después de un cataclismo, de esos que Uruguay nunca vivió. Como fueron las guerras mundiales. Pero también es cierto que nuestra mala memoria juega en contra, por lo que es posible que esta lección de la pandemia sea fácilmente olvidada. Ojalá que no, que esta experiencia colectiva nos una más. Nos haga mejores. Entierre a nuestra cara de villanos.