Uruguay: un “Estado Medusa”

Medusa es uno de los personajes más icónicos de la mitología griega. Hija de de Forcis y Ceto (dos deidades marinas), Medusa poseía una cabellera compuesta por serpientes vivas que se movían en forma independiente una de otra y tenía además el poder de convertir en piedra a quien la mirara a los ojos. El Estado Uruguayo (que ayer cumpliera 190 años de existencia) tiene al menos dos cosas en común con la figura de Medusa. En primer lugar, las distintas reparticiones que lo componen (muchas de las cuales duplican recursos humanos y gastos de funcionamiento para cumplir una misma actividad) actúan muchas veces de manera sin la más mínima coordinación, algo que suma costos y pérdidas de tiempo a los contribuyentes. En segundo lugar y como si de la misma Medusa se tratase, el Estado Uruguayo puede convertir en piedra a cualquier emprendedor, o empresario en general, que cometa la locura de innovar o intentar crecer en un país en el cual muchas iniciativas dignas de apoyo terminan siendo ahogadas por una maraña de requisitos administrativos y formalidades varias que parecen no tener fin. Este flagelo se ve potenciado por una clásica costumbre de la clase política uruguaya que hemos criticado en varias ocasiones, y que se reproduce a lo largo del tiempo en todos los partidos: cada jerarca que asume un cargo ejecutivo se ve invadido por una súbita pero implacable “fiebre refundacional” en la cual se modifican procedimientos y requisitos administrativos, logos institucionales, autos oficiales (al fin y al cabo es un símbolo de “status” para la persona designada y que además le sale gratis porque lo paga “Juan Pueblo”) entre otros ejemplos con los cuales se quiere demostrar “que hay un nuevo sheriff en el pueblo” como si se tratara de una película de cowboys. El paso del tiempo ha dejado en claro que el Estado Uruguayo tiene su propia bitácora que sus capitanes, contramaestres y marineros han hecho mutar de manera cruel e inexorable: ya no aspira a ser el escudo de los débiles, sino que se contenta y esmera por defender a sus funcionarios y sus prerrogativas.
Muy lejos de todos esos caprichos administrativos, el contribuyente continúa sometido a la “dictadura de los papeles”, en el cual se le solicitan en forma simultánea y para un mismo trámite copias certificadas, declaraciones juradas, documentos protocolizados, papel sellado, firmas certificadas, originales para exhibición, entre otros requisitos que lo llevan a peregrinar de una oficina a otra presentando en más de una de ellas la misma documentación. Todo este peregrinaje burocrático no es gratis: insume muchos gastos en fotocopias, timbres, montepíos notariales, honorarios profesionales, sellados, por citar algunos, pero también consume tiempo (que al fin y al cabo también es dinero para quienes trabajan) que debe distraerse de las actividades laborales, de descanso o de ocio. Y es parte del “costo país”, porque significa tiempo del funcionario público “imprescindible” para controlar todo esa burocracia, que lo pagan los contribuyentes. Luchar contra este fenómeno no es fácil, ya que a los burócratas no les importa el dinero que gaste el contribuyente (después de todo ellos tendrán mes a mes su sueldo sin importar que existan crisis o pandemias) y tampoco se preocupan por el tiempo (en la burocracia las urgencias temporales no existen porque los seres humanos son reducidos a números de expedientes y son tratados como tales).
Esta brutalidad estatal ha sido puesta de manifiesto tanto por el escritor Franz Kafka (1883-1924), autor de obras como “El Proceso” o “El Castillo” donde se trata esta temática como por el filósofo Max Weber (1864-1920) a través de sus múltiples obras. Como ha señalado el filósofo, sociólogo, escritor y ensayista español José María González García al referirse al último de los autores nombrados, “Para Max Weber, la burocracia mantiene su eficacia gracias a la jerarquía administrativa que regula todos los asuntos objetivamente, con precisión y ‘sin alma’, precisamente como una máquina”. De esta forma, ‘la superioridad técnica del mecanismo burocrático es tan indiscutible como la superioridad de las máquinas sobre el trabajo manual’. Como engranajes de esta maquinaria, Weber describe la tendencia de los individuos a aferrarse a un puestecillo para escalar inmediatamente el siguiente, la tendencia conservadora a considerar la burocracia como una fuerza neutral y superior a los intereses de clase o partido, y la pasión por ser ‘hombres de orden’. Estos tres engranajes contribuyen a mantener el buen funcionamiento de la maquinaria. Pero, según Max Weber, se trata de buscar qué ‘debemos oponerle a tal mecanismo para dejar libre a una pequeña parte de la humanidad de esta parcelación del alma, de este dominio absoluto del ideal de vida burocrático’”.
Así pues, poco importa si un mismo documento es solicitado varias veces por diferentes oficinas públicas en lugar de crear un sistema digital, centralizado, ágil y actualizado al cual puedan acceder las mismas en tiempo real en lugar de exigir que se presente una nueva copia de una partida de nacimiento, de un certificado expedido por el Banco de Previsión Social o por la Dirección General Impositiva, incluso la copia de un estatuto social de una sociedad anónima o una sociedad de responsabilidad limitada, entre otros. En el ámbito del Ministerio de Economía y Finanzas, por ejemplo, en las últimas semanas se ha comenzado a exigir una declaración en la cual se deje asentado información sobre las empresas que desean realizar importaciones sin tener en cuenta que la misma ya se encuentra en poder del propio Estado y lo único que se necesita es que las distintas oficinas dejen de comportarse en forma errática e independiente (como las serpientes que componían la cabellera de Medusa) y trabajen en forma coordinada.
Si bien es verdad que un día sí y otro también los gobiernos de los diferentes partidos han anunciado con bombos y platillos la creación de ventanillas únicas, expedientes electrónicos o trámites unificados, lo cierto es que los contribuyentes uruguayos continúan deambulando por las oficinas públicas duplicando el tiempo perdido y los gastos realizados como si se tratara de una película de zombies cuyas imágenes se repiten una y otra vez.
Frente a una burocracia estatal que se preocupa por cómo mantener y acrecentar sus beneficios sin importar que le suceda al resto de la población, sería bueno buscar una posible respuesta en la propia historia de Medusa. Perseo (hijo de Zeus y de una mortal llamada Danae) fue quien puso fin a la vida de Medusa al cortarle la cabeza, tarea para la cual utilizó un escudo en cuya superficie pudo verla reflejada sin tener que mirarla directamente y evitando así que lo convirtiera en piedra. Tal vez los uruguayos deberíamos, más allá de banderías políticas partidarias, comenzar a exigir en forma clara que la burocracia de los empleados públicos se ponga a tono con los intereses del país y los derechos de los contribuyentes, en lugar de ahogarlos en una tormenta de papeles en la cual se solicitan una y otra vez los mismos documentos para presentarlos en diferentes oficinas.