El desafío es atender al país real

Los datos dados a conocer recientemente por el Área de Estadísticas Económicas (AEE) del Banco Central del Uruguay (BCU), en su publicación de Cuentas Nacionales referente al segundo trimestre de 2020, indica que en este período se registró una caída de 10,6% en el Producto Bruto Interno (PBI) en términos interanuales, lo que traducido a términos corrientes significa una sustancial caída de actividad económica en el país.
A su vez, con relación al trimestre inmediato anterior, en términos desestacionalizados, el PBI disminuyó 9,0%, y según el BCU, como no podía ser de otra manera, en este resultado incidió la emergencia sanitaria asociada al COVID-19 que afectó la movilidad de las personas y el normal funcionamiento de los establecimientos productivos.
El informe explica que el sector que más bajó fue Comercio, reparaciones, restaurantes y hoteles, mientras que Transporte, almacenamiento y comunicaciones fue el único que creció en el segundo trimestre en comparación interanual y desestacionalizada.
Los efectos de la pandemia explican la mayor parte de esta caída, pero la diferencia radica en que una cosa hubiera sido enfrentar las consecuencias de la emergencia sanitaria en un país con solidez financiera e indicadores económicos favorables y otra muy distinta, como nos ha tocado, hacerlo con parámetros muy desfavorables, que se fueron deteriorando sobre todo lo largo de 2019 y que no fueron corregidos, sino que se fueron acentuando durante la última administración Vázquez, continuando la tendencia debido a decisiones desacertadas del gobierno del expresidente José Mujica.
Eso sí, la cosa pudo haber sido peor si el actual gobierno hubiera seguido los “consejos” del expresidente Tabaré Vázquez y del Sindicato Médico del Uruguay (SMU), en el sentido de que debía declararse una cuarentena total, en lugar de la medida racional de mantener más o menos en marcha los motores de la economía mediante convocatorias a la distancia social, el uso de protocolos y medidas paliativas que han ido en la misma dirección, pero sin la postura suicida desde el punto de vista económico, como ha sido el camino por el que han optado gobiernos como el de Argentina, con desastrosos resultados a la vista.
Esta caída del orden del 10 por ciento en la actividad, sin embargo, ha tenido ya un incipiente rebote por la recuperación de actividades sujetas a determinadas restricciones que igualmente indican que todavía estamos lejos de la normalidad, y que no es de esperar una mejora sustancial en lo inmediato, ante el escenario que tenemos en el país como también por la incertidumbre que persiste a nivel mundial, tanto desde el punto de vista sanitario como el económico, consecuencia del primero.
Pero claro, hay diversas circunstancias, y en un escenario con demasiadas incógnitas a dilucidar la suerte que le toque a cada uno en esta ruleta dependerá no solo de la evolución del escenario global, sino también de la espalda financiera con que cada país haya afrontado la pandemia y cómo quede una vez superado el desastre económico-sanitario.
En este sentido es evidente que los países con solidez financiera, que han volcado miles de millones de dólares de sus reservas financieras para atemperar las consecuencias del trance, parten de otra situación para la recuperación plena.
Y en nuestro país se han conjugado factores adversos que fueron manejados con ligereza por el gobierno anterior, como es el caso del déficit fiscal, con el ministro de Economía y Finanzas Danilo Astori señalando que el entonces déficit del 2,5 del PBI era demasiado elevado y que se llegaría al fin de su período de gobierno con un abatimiento sustancial, cuando en realidad la cosa fue exactamente al revés. El déficit se duplicó, porque los compromisos lo superaron, porque se ha incorporado un gasto estatal rígido que debió afrontarse con menor recaudación por la caída de la actividad económica, lo que se tradujo en desempleo en ascenso y empresas en situación cada vez más comprometida por la pesada presión tributaria y altos costos de la energía, entre otros factores.
Tenemos por lo tanto, la huella fresca producto de lo que no se debe hacer para poder dar sustentabilidad al país y no pasar de frustración en frustración. Es que los eslóganes suenan muy lindos a los oídos, pero cuando la realidad golpea con crudeza en contraste con las ilusiones por los cantos de sirena, nos encontramos con que vivir el momento, con el gasto desenfrenado del Estado como si la bonanza derivada de las condiciones favorables del exterior fueran a durar para siempre, solo es asegurarse desventuras.
Si encima nos cae una pandemia como la que todavía nos afecta, convendremos en que nos metimos en la tormenta perfecta, de la que costará salir. Si algo se debería aprender de una buena vez es que las recetas que nos llevaron a quedar tan vulnerables deberían desterrarse para siempre, por más paros que haga el Pit Cnt.
Como bien señala el economista Jorge Caumont, en el suplemento Economía y Mercado del diario El País, es difícil tener que elaborar una combinación de políticas macroeconómicas que apunten al crecimiento, cuando una de ellas, la fiscal, se encuentra en una situación que solo admite trabajar con el gasto, “ante la bien fundada promesa de la nueva administración económica de no variar la presión impositiva”.
“La política fiscal con aumentos tributarios y del gasto del sector público no se ha manifestado, al cabo de varios años, en un crecimiento sostenido de la producción y el empleo: su desenlace ha sido la existencia de mayores desequilibrios financieros con mayor endeudamiento”, analiza.
Es que este es precisamente el resultado que tenemos a la vista de llevar a la práctica políticas desde la izquierda con la idea de que el Estado es la solución a nuestras desventuras de siempre, cuando el tamaño, la ineficiencia y la necesidad de recursos por el Estado es el problema omnipresente y elemento devastante de nuestra economía.
Ante las urgencias, desandar rápidamente este camino para generar la sustentabilidad que nos ha faltado no es fácil, porque inevitablemente cerrar la canilla no es un asunto simpático cuando están a la expectativa amplios sectores de la actividad estatal y lobbies que están prendidos al Estado, a los que por supuesto va a molestar y afectar que se atienda por una vez, por lo menos, al país real, a los que ponen el trabajo y los capitales de riesgo para emprender, que es la única forma en que podremos salir adelante en toda circunstancia.