Juan Ramón Santa Cruz, una vida signada por el trabajo

Juan Ramón Santa Cruz Buriano, nació el 22 de setiembre de 1928 en nuestra ciudad y hoy, a sus 92 años, recibió gentilmente a Pasividades para compartir algunas anécdotas de una vida signada por el trabajo desde que tenía apenas 9 años.
Hijo de Ramón Santa Cruz y Juana Eufemia Buriano, recuerda que “desde los 5 años y hasta los 12 me crié con unas tías. Mi padre había quedado muy pobre y yo me empecé a quedar en la casa de mi abuela –junto a su madre y sus 5 hermanos–. Un día mi padre fue a verme y me preguntó ‘¿cómo pasa acá?’, le respondí: más o menos, pasamos medio mal’. En ese tiempo agarraban un tarro con harina de maíz y le echaban leche, lo cortaban en pedazos con una piola y nos daban de comer; me crié así. Después empecé a salir para un lado y para otro a trabajar y me fui haciendo más maduro”.
“Fui a la Escuela 6 pero no aprendí nada y a los 9 años me fui a trabajar a un comercio ubicado en Setembrino Pereda y Sarandí, la Casa Moltedo, de Juan y Manuel Moltedo. Yo era repartidor de ese almacén, salía con un canasto e iba hasta calle Entre Ríos”, relata nuestro entrevistado. “Los Moltedo tenían un depósito pues compraban en el interior de la campaña los cajones de huevos que luego revendían para Montevideo; primero los pasaban en la luz para ver que el huevo estaba claro y a los rotos yo los llevaba para el almacén y los usaban para la cocina”, comenta. Y agrega que “al poco tiempo de dejar de trabajar en el almacén, me llamó Manuel Moltedo para que fuera a trabajar al depósito”, dando pauta de lo valorada que había sido su labor en la firma.
Paysandú “hace 90 años era bastante chico, de calle Salto al Norte para adelante eran puras quintas de los italianos, ellos empezaron a hacer pozos de agua, pero en aquellas partes altas usaban una noria –es un artefacto movido por fuerza animal o también mecánica para elevar agua de pozos poco profundos–, que movían con un caballo al que le tapaban la cabeza, luego golpeaban cualquier cosa para hacer ruido y lo hacían caminar, para regar toda la quinta”, ilustra Santa Cruz. “El brocal de uno de esos pozos es el que está por calle Salto”, agrega.
De su niñez, también recuerda que “viajaba con mi padre, que tenía un carro para acarrear leña y carbón desde Santa Elisa que después vendía acá en la ciudad”.

“ME ABURRÍA DE NO HACER NADA”

Además de repartidor, “tuve distintos trabajos”, señala orgulloso y enumera que “fui peón de lechero, tambero, trabajé en el hipódromo. Trabajé en la UTE, donde estuve 5 años. Ese trabajo me lo consiguió Miguel Pereira Serra, que fue diputado por dos períodos; era un hombre muy bueno, muy amable, siempre les buscaba trabajo a los que precisaban. Entré ahí cuando tenia 18 años pero me fui aburrido de no hacer nada. También trabajé en Ancap, estuve un año. Tuve varios trabajos buenos y los deje porque me aburría”, reconoce.

EN “LA CERÁMICA”

Durante más de 35 años y hasta jubilarse trabajó en “La Cerámica”. “Antes de jugar los campeones del mundo en el 50, fui a ‘La Cerámica’, la fábrica de ladrillos que está en San Félix, por recomendación de mis hermanos que trabajaban ahí fui a hablar con el encargado, que en aquel entonces era el Lito Peralta –era de Porvenir y después se hizo músico–. Me dice ¿qué dice compañero? –era un hombre muy educado y conversador–, le contesté ‘ando acá en busca de trabajo’.
Pregunta, ‘¿qué apellido es usted?’, ‘Santa Cruz’, respondo, cuando se entera que soy hijo de don Ramón, me dice ‘yo a usted lo conozco desde antes de nacer’, yo lo miré y me salió decirle ‘yo no me acuerdo’ y el me dice ‘usted estaba en la barriga de la vieja’, recuerda Santa Cruz con una sonrisa mostrándonos el buen humor de su personalidad. De aquellos años en la fábrica, considera muy orgulloso que “nosotros hicimos una gran gestión” y recuerda “éramos como 75 y a veces hasta 100 trabajadores con práctica para el trabajo; se hacía todo a máquina. En ese tiempo se estaba trabajando con una máquina vieja. En ‘La Cerámica’ estuve entre 35 y 36 años hasta que me jubilé y fui presidente de la asociación de ladrilleros”.

SU PROPIA FAMILIA

Con tan solo 16 años formó pareja con quien sería su compañera durante más de seis décadas y hasta que falleció con más de ochenta años, María Celia Zapata. Con ella formaría su propia familia que está integrada por una única hija, María Amabelia –que vive al lado de su casa–, tres nietos y cinco bisnietos.
“Después que me jubilé me dediqué a hacer quinta para mi consumo, pero también tenía para regalar. A veces estaba comiendo los domingos y venían vecinos del barrio a decirme ‘che Ramón preciso unas lechugas, unas acelgas’ y yo les decía ‘pasá a la quinta a buscar y sacá”, comenta.
Hasta que en nuestro país se declarara la emergencia sanitaria, Juan Ramón asistía y participaba de actividades en asociaciones de adultos mayores. En tanto, sobre su rutina diaria nos dice que en su casa, donde también vive su nieta Romina, “me acuesto temprano, me levanto tarde y me gusta sentarme en el patio solo a mirar”.
Ya al terminar nuestra charla, y mirando el largo recorrido transitado, Juan Ramón asegura estar conforme, “en verdad que sí, vivo bien, mis nietos son muy buenos”, concluye sonriente y nos despide muy cordialmente.