Es notorio que por regla general, cuando un partido político e incluso una coalición –en nuestro país tanto la de izquierdas como la multicolor– llegan al poder, si bien desarrollan dentro de sus posibilidades y con mayor o menor énfasis lo prometido en la propuesta electoral, en la realidad, a la hora de la verdad, las intenciones o enunciados tienden a diluirse. Un ejemplo válido es aquello que señalara el expresidente Tabaré Vázquez de hacer “temblar las raíces de los árboles” que quedó en agua de borrajas, y no solo porque la realidad manda, sino porque también el sentido común y las exigencias inherentes al interés general suele imponerse.
Vienen a cuento de estas reflexiones los conceptos vertidos recientemente al semanario Búsqueda por el empresario Eduardo Urga, productor ganadero y accionista del Frigorífico Pando, cuando considera que tanto los gobiernos blanco como colorado y los del Frente Amplio han mantenido determinado eje central de medidas respecto al agro que no hacen diferencia contundente a la hora de la evaluación, más allá de las intenciones.
Consideró que “haber tenido 15 años de gobierno del Frente Amplio y ahora tener uno de la coalición multicolor –y previamente haber tenido a blancos y colorados– empieza a desmitificar esto de izquierda o derecha”.
“Eso tiende a desaparecer, si no desapareció ya: los partidos son mucho más de centro, más o menos liberales. De los dos lados pudimos borrar una cantidad de fantasmas, que si bien se siguen expresando, cuando llegan al poder prima una suerte de responsabilidad que mitiga esas voces”, reflexionó el empresario, a la luz de lo que considera ha sucedido en las últimas décadas en el Uruguay con gobiernos de todos los colores.
Recuerda que “en los años del Frente Amplio el agro vivió un ciclo excepcional, por un contexto internacional que se hubiera dado con cualquier gobierno. Puedo aceptar los desequilibrios en la política monetaria y fiscal en esos períodos –más allá de que en los últimos años se generó una bomba de tiempo al indexar salarios y causar un problema de competitividad– pero lo imperdonable fue haber perdido la chance de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos. Eso supone una condena permanente, no atribuible a un error en la gestión”.
En estos párrafos Urbal va al nudo de una problemática que no puede evaluarse como un dato más, sino que tiene que ver con muchos de los problemas que ha heredado el nuevo gobierno, potenciados naturalmente por las consecuencias económico-sanitarias de la pandemia.
En gran medida, este análisis, si bien se hace desde el punto de vista del agro, refiere en realidad al perfil de la política económica desarrollada por los gobiernos de izquierda, y a lo que nos hemos referido en numerosas oportunidades: se tuvo una concepción voluntarista, de creer que la bonanza venida desde el exterior iba a durar por décadas, y que por lo tanto no había que preocuparse por el futuro sino vivir el presente.
Es así que con un ingreso de divisas como nunca antes visto por el elevado precio de las materias primas exportables de Uruguay, el gobierno gastó aún más de lo que ingresaba en forma adicional por este escenario favorable, y encima incorporó gastos fijos al Estado que deben pagarse religiosamente tanto en bonanza como en crisis, lo que es una verdadera bomba de tiempo para toda economía, por sólida que sea, y en el caso de Uruguay, naturalmente, todos sabemos que la solidez es una mera ilusión.
Por si fuera poco, se ha legado un déficit fiscal de más del 5 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) anual, cuando el exministro de Economía y Finanzas Danilo Astori se comprometió a irlo bajando del entonces 2,5 por ciento, que ya era alto, y la realidad lo desbordó –por la misma bomba de tiempo que contribuyó a activar– y se acentuó la pérdida de competitividad, con un país caro en dólares, incluyendo la indexación salarial con los salarios en dólares más altos de la región, y con los combustibles y los insumos también muy caros en dólares.
Por lo demás, la fuerte oposición del entonces canciller Reinaldo Gargano, fiel a su concepción socialista-marxista, trancó toda posibilidad de llegar a un TLC con Estados Unidos, –con el imperio del norte tan demonizado–, y en cambio redobló la apuesta a un Mercosur ya desgastado y que no ofrecía soluciones, sino más problemas. Esa decisión impulsada por el canciller sanducero y aplaudida por la izquierda fue clave para que por ejemplo Paylana cerrara definitivamente, pues el único nicho de mercado en el cual podía apostar a sobrevivir era precisamente Estados Unidos, como quedó demostrado más tarde con todas las velas socialistas que se le intentó encender post mortem.
En este caso, no hubo pragmatismo ni acercamiento al centro del espectro político, sino que se reafirmó la visión de decisiones netamente de la izquierda ortodoxa, cuyas consecuencias se están pagando duramente en un país que siempre necesita acceder a mercados con preferencias arancelarias, y donde el grueso de sus exportaciones debe competir duramente en la economía global con países que producen lo mismo y que por su lado tienen suscriptos acuerdos que les rebajan o los exoneran de aranceles.
Y este último aspecto lo evalúa muy bien el empresario cuando analiza que hay una voluntad política manifiesta del nuevo gobierno, “las intenciones; pero desconozco –y me angustia mucho– cuan atado nos deja el Mercosur. Es algo trillado lo de la inserción internacional. Somos un país de renta media que produce materias primas, en el caso de la carne un híbrido entre commodity y speciality. Si uno no tiene una ventaja diferencial con sus vecinos, cae en la trampa de que al no ser barato, no es viable. Precisamos un acceso diferencial a los mercados respecto al de nuestros competidores”.
Lo que es muy cierto, pero también debe atacarse paralelamente el problema del costo país, de las cuentas del Estado con y sin pandemia, del gasto estatal improductivo nefasto para el desenvolvimiento de los motores de la economía, como algunos de los aspectos principales para abordar.
Estos son ya de por sí muy difíciles de manejar en tiempos normales, y mucho más aún con el gasto adicional por la pandemia, la caída de actividad y la depresión mundial por la misma causa, por lo que no es de esperar una reversión contundente de este panorama en el corto plazo, aunque sí es fundamental trabajar con imaginación, visión de futuro y convencimiento de que más temprano que tarde superaremos este mal momento, lo que nos dará mejores herramientas para cuando asomemos a la pos pandemia.