Argentina y los barcos naufragados

En los últimos días el presidente de la República Argentina, Alberto Fernández, efectuó unas polémicas declaraciones según las cuales “los mexicanos salieron de los indios, los brasileros de la selva, pero los argentinos de los barcos”. La declaración se convirtió casi inmediatamente en un escándalo en diversos medios y redes sociales tanto en Argentina como en el extranjero, en las cuales se tildó al mandatario de “racista”.
Lamentablemente esta visión que coloca a la Argentina algunos escalones por encima de sus hermanos latinoamericanos no es nueva, ya que como lo señaló el diario “La Nación” de Buenos Aires, “sus declaraciones evidencian la persistencia entre la clase política de Buenos Aires del mito de Argentina como un país de origen europeo, sin raíces indígenas. En 2018, el predecesor de Fernández, Mauricio Macri, realizó otra polémica alusión durante el Foro Económico Mundial de Davos, en Suiza. “Yo creo que la asociación entre el Mercosur y la Unión Europea es natural porque en Sudamérica todos somos descendientes de europeos”, dijo entonces Macri, quien también recibió duras críticas. A modo de ejemplo, Jeff Nascimento, activista de derechos humanos y abogado en São Paulo, Brasil, escribió en su cuenta de Twitter que el mandatario argentino “se olvidó de los millones de personas secuestradas en África a lo largo de tres siglos, precisamente por los europeos de los que Fernández se enorgullece de descender”. Por su parte el actor mexicano Gael García Bernal dijo que el comentario de Fernández perpetúa “la lacerante narrativa del colonialismo extractivista”, y lamentó que refleje una visión que “por desgracia es muy común”. Ante las airadas reacciones generadas por sus dichos, escribió en su cuenta de Twitter lo siguiente, “a nadie quise ofender, de todas formas, quien se haya sentido ofendido o invisibilizado, desde ya mis disculpas”. A pesar de disculparse, Fernández dejó en claro que en su estrecha visión de América Latina existen países y ciudadanos de primera y de segunda, reservándose para Argentina un lugar de supuesta primacía que muy pocos fundamentos tiene en la inquietante realidad que atraviesa actualmente ese país vecino.
Es bien sabido que el encuentro de las civilizaciones europeas no constituyó un fenómeno político, religioso y cultural que estuviera exento de acciones cuyos principales actos, protagonistas y consecuencias siguen siendo objeto de discusión hasta el día de hoy. Se trata de un proceso complejo y ciertamente inacabado, en el cual día a día se rescatan y protegen identidades y costumbres que han permanecido acalladas o dormidas durante siglos. Esa complejidad ha sido señalada por el escritor mexicano Carlos Fuentes en cuya opinión “la fundación de nuestra América, la América Mestiza, la América de ascendencia indígena, europea y africana, es inexplicable sin tres descubrimientos: el descubrimiento de la tierra por Colón y Magallanes, el descubrimiento de los cielos por Copérnico y Galileo, y el descubrimiento de la imprenta por Gutenberg y los editores renanos. América, argumentó famosamente Edmundo O’Gorman, no fue en realidad ‘descubierta’. Fue inventada por la necesidad europea de contar con una utopía que renovase los ideales humanistas del Renacimiento, amenazados, en el Viejo Mundo, por las guerras dinásticas, las rivalidades mercantiles y los conflictos religiosos. Pero América no sólo fue descubierta o imaginada por Europa; Europa fue descubierta e imaginada por las civilizaciones indígenas de América; entre sus escombros se hundió también el sueño europeo de una Edad de Oro en el Nuevo Mundo”. La desafortunada declaración pone de manifiesto que el Presidente Fernández poco o nada entiende de ese complejo entramado entre España y América Latina y que, deseoso de agradar al Primer Ministro Pedro Sánchez le pareció bien poner de manifiesto que los argentinos eran los “más parecidos” a los europeos, renegando de esta manera de los orígenes y múltiples motivos de orgullo que América Latina posee pero que debe rescatar y mantener siempre vigente.
Tal como lo ha expresado las Naciones Unidas “los pueblos indígenas son iguales a todos los demás pueblos y reconociendo al mismo tiempo el derecho de todos los pueblos a ser diferentes, a considerarse a sí mismos diferentes y a ser respetados como tales”. A pesar de las floridas y pomposas declaraciones en esta materia a las cuales es tan adicto Alberto Fernández, la realidad en su país es bien diferente, ya que como lo ha señalado la agencia noticiosa de la Deutsche Welle en el mes de noviembre del año pasado haciendo referencia a declaraciones de Marcelo Musante, sociólogo e integrante de la “Red de investigadores en genocidio y política indígena en Argentina”, “En esa construcción blanca y europea, los sujetos indígenas van a ser vistos como extranjeros en sus propios territorios (…) Las imágenes que aún hoy se repiten, de que ‘Argentina es un país sin indios’, y de que ‘todos los argentinos descendemos de los barcos’ tienen que ver con esos discursos instalados para borrar a los pueblos indígenas”. Adicionalmente, el infeliz comentario del mandatario del vecino país contrasta fuertemente con la denominada “agenda de derechos” tan defendida por el discurso kirchnerista y que supone la defensa de minorías que por diversas razones se encuentran en condiciones desventajosas tanto desde el punto de vista económico, educativo o social. Resulta llamativo el silencio mantenido por diversos activistas sociales o figuras políticas abanderados de lo “políticamente correcto” tanto en Argentina como en Uruguay, quienes han preferido “hacer la vista gorda” a esta grosera manifestación xenófoba hacia los pueblos originarios, tal como ha sucedido en otras ocasiones con otros temas de igual o mayor sensibilidad social.
El presidente Fernández puede creer y declarar que Argentina debe ser considerado como una suerte de “hija preferida” de Europa pero los índices de pobreza, los números de la economía y la dura realidad social que golpea diariamente a los argentinos dejan en claro que sus afirmaciones carecen totalmente de cualquier sustento. No olvidemos que la entonces presidenta y actual vicepresidente, Cristina Fernández de Kirchner, sostuvo en el año 2015 que su país tenía un índice de pobreza menor al 5% mientras que el entonces Jefe de Gabinete ratificó ese dato y puso como ejemplo a Alemania, que según dijo “no la está pasando bien” y tenía (tiene) un porcentaje mucho más alto. Tales afirmaciones pueden ser formuladas en el mundo paralelo que el relato kirchnerista ha construido durante muchos años y que desconoce además que las fórmulas para medir la pobreza era radicalmente diferentes en los dos países.
Mientras Alberto Fernández y su caterva kirchnerista muestran una vez más su grado de irracionalidad y aires de superioridad con respecto al resto de sus hermanos latinoamericanos (muchos de ellos con importantes relaciones comerciales bilaterales), el pueblo argentino sigue esperando que le expliquen con claridad hacia donde se dirige el país, mientras se hunde cada vez más profundo con una economía destrozada por medidas populistas y de corto plazo y navega a la deriva entre un presidente títere –que cuando se muestra tal cual lo que logra es aumentar la incertidumbre– y una vicepresidenta que desde las sombras maneja el país como si se tratase de un negocio personal.