El nuevo mercado de trabajo que llegó hace rato

La pandemia aceleró la instalación de las nuevas tecnologías en el mundo del trabajo. Era simplemente una cuestión de tiempo pero la situación aceleró el proceso e irrumpió frente a una masa de trabajadores que, a nivel global, no estaba preparada aún.
Y eso repercutió en las estadísticas negativas del desempleo junto a los envíos al seguro de paro. El mundo y el Uruguay pospandemia plantean estos desafíos, a pesar de que el despertar sobre estas realidades todavía cuesta y demora la capacidad de reacción.
Porque junto a los cambios tecnológicos también llegaron las transformaciones de los liderazgos, la visión sistémica de las nuevas realidades y la capacidad de adaptarse a los cambios. Sin embargo, la pandemia impactó mayormente sobre la mujer, que ha tenido que emigrar del trabajo a su casa por diversas razones.
La pérdida de empleo en la población femenina se ha registrado tanto en los países más avanzados, como en nuestro continente. Y si esa diferencia por el impacto negativo era preexistente a la COVID-19, en los últimos meses se agravó y es notorio que la única curva que cuesta aplanar es la de la mujer desempleada.
Como resultado, no es muy difícil predecir que la contingencia sanitaria simplemente amplió y profundizó la brecha de género en el mercado laboral mundial.
Y lo asegura la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en sus últimos informes. En México, el 50 por ciento de las mujeres están en riesgo de perder su empleo; en Estados Unidos las mujeres abandonaron ocho veces más la fuerza laboral que los varones; en India, el 49 por ciento de las mujeres contribuyen solamente con el 18 por ciento de la actividad económica nacional por la marginación y el desempleo. Sin contar, por ejemplo, que estas realidades repercuten en los índices del Producto Bruto Interno (PBI) de los países afectados.

Los perjuicios son notorios en las economías más débiles y sin coberturas de cuidados. Esos lugares que tradicionalmente ocupan las mujeres en sus hogares, quedaron como flancos débiles y expuestos frente a una contingencia sanitaria que llegó para quedarse. Y, en cualquier caso, también llegó para cambiar el concepto de la “vida diaria” tal como se manejaba.

Las demandas personales y familiares cayeron en forma desproporcionada sobre las mujeres, quienes debieron resolver entre los roles del género, los cambios culturales o las soluciones rápidas. Es así que tuvieron que encarar el trabajo no remunerado de las tareas domésticas y la crianza, ante este cambio de contexto.
No obstante, la reacción responde a una larga historia de brechas salariales entre hombres y mujeres que, sin dudas, cambiarán las ecuaciones de pobreza que fueron proyectadas para la próxima década.

En el comparativo anual, la OIT aseguró que este año –en relación a 2019– tendrá 13 millones menos de mujeres empleadas, mientras que el empleo en los hombres recuperará los niveles prepandemia. Este año, el organismo calculó que el empleo femenino llegará al 42,2 por ciento y los hombres recobrarán el 68,6 por ciento de sus trabajos.

A nivel global –tanto como desde el punto de vista nacional e incluso local– los empleos más afectados por la pandemia fueron los de los servicios de alojamiento, gastronómicos y manufactureros. Son, particularmente, los ámbitos de mayor desempeño femenino y su recuperación, en cualquiera de los escenarios, viene demorada.

En el viaje por los continentes, las Américas, recibieron el mayor impacto en esta población, en tanto registró una caída negativa de -9,4 por ciento, seguido de los países árabes y en tercer lugar, Asia y el Pacífico. En medio de esta contingencia que aún no finaliza, los países que aceleraron su recuperación fueron aquellos que adoptaron medidas para facilitar el reingreso de esta población, tanto por la creación de incentivos para contratar a mujeres, así como la asistencia a mujeres emprendedoras.

Asimismo, el contexto actual de dificultades ha demostrado otras estrategias laborales como el teletrabajo o la capacitación online. Y si antes la presencialidad captaba toda la atención y las aulas con estudiantes eran un sinónimo fuerte de complementariedad entre estudio y trabajo, hoy la agenda ha variado sustancialmente.

Hasta los gobiernos están obligados a incluir estas posibilidades en sus ámbitos de discusión, hasta el punto de tener que legislar al respecto o resolver sobre la marcha, en favor de la virtualidad. Pero aún quedan espacios débiles por cubrir porque la falta de liderazgos y de gestión ya eran notorias en el mundo y la pandemia sólo corrió el velo para mostrarlas en profundidad.

Las habilidades humanas como la colaboración, la empatía o la creatividad eran valores escasos y hoy se vuelven necesarios para acelerar los resultados en un ámbito laboral complicado.

Sin embargo, tampoco puede olvidarse el marco de circunstancias que existía, al menos en Uruguay, porque el estancamiento productivo tenía varios años y cuando llegó la pandemia, halló a un país en plena recesión.

Actualmente, nos encontramos con una economía más chica de lo que ya era y sin posibilidades de bajar los costos frente a otros socios de la región que, a su vez, mantienen los mismos problemas. La competitividad es otro desafío permanente, pero con un agregado que no es menor: las empresas volvieron a producir con menor cantidad de empleados. Y, otra vez, la incorporación de tecnología y de capital repercuten sobre los puestos de trabajo en comparación con los años previos a la pandemia.

Por eso es que la consecuencia está a la vista. Los problemas de reinserción laboral de personas a quienes ya no se requiere para una tarea específica se ha transformado en un cambio de paradigma. El futuro del mercado de trabajo llegó hace rato y aún no se discuten las nuevas capacitaciones, la reforma educativa que prepare para ese otro escenario y la regulación laboral. Esa agenda hoy, se hace urgente.