Las Palmeras Salvajes

Editorial Siruela 2018 (1939)

De tanto en tanto, de generación en generación, aparecen en el panorama literario ciertos escritores que tienen poco y nada que ver con su época. En realidad, han caído a destiempo en los años que les toca vivir. Su cabeza está en un futuro remoto, y bendecidos o maldecidos con ese don, escriben de una manera que hace que toda la literatura se adelante varias décadas.
Despojan de vicios que se venían arrastrando y proponen un estilo renovador y hasta revolucionario. Uno de esos escritores, por supuesto, fue el estadounidense William Faulkner. Nacido y criado en el profundo sur no mucho después de haber terminado la guerra civil, cuando todavía quedaban sobrevivientes de la contienda, su educación tuvo que ver con ese ambiente, con las lecturas voraces y con cierto espíritu religioso que se palpa en su obra, no siempre de una manera benigna ni “pura”.

De sus novelas se pueden rescatar varias como “las mejores”. Y, siendo un gran escritor, ninguna de las que escribió se puede descartar. Sin embargo, “Las Palmeras Salvajes” puede llegar a imprimir una huella tan honda en el lector que, mucho más allá del gusto o el placer, se vuelve un libro imposible de olvidar.
En realidad son dos libros en uno que están presentados con sus capítulos intercalados. Uno es, precisamente “Las Palmeras Salvajes” que es la historia de un amor trágico. El otro es “El Viejo” que cuenta la lucha por la supervivencia de un prófugo y una mujer embarazada. Los une el lugar, que no es otro que el sur de Estados Unidos, donde Faulker ubicaría la mayor parte de su obra.

Las demás relaciones entre una y otra historia se discuten hasta hoy.
La pareja de amantes en fuga tiene su correlato en el preso que ayuda a la mujer embarazada en medio de una inundación. Pero nunca hay una conexión directa. La primera pareja huye de la vida pasada de la mujer y su amante le practica un aborto, el preso escapado se topa en medio de una salvaje crecida del Mississippi con una embarazada que se convierte en su compañera de huída hacia cualquier parte en la que el indomable río no destroce todo en su camino.

Tanto la relación de la primera como de la segunda pareja es tensa, silenciosa, sin romanticismo y sin sexo. De ahí las resonancias bíblicas. El hombre que por un lado osa interrumpir la vida y el hombre que tiene que enfrentar la voluntad desatada de la naturaleza. Como casi siempre en Faulkner, el ser humano no es más que un muñeco que apenas puede oponerse a los designios del destino.
Con el tiempo, las influencias faulknerianas se volverían patentes no solo en la literatura estadounidense, donde llegó a ser el máximo representante sureño, sino también el Latinoamérica donde escritores del boom latinoamericano como Gabriel García Márquez o más atrás, nuestro compatriota Juan Carlos Onetti, no solo fueron influidos por la pluma de Faulkner, sino directamente hechizados por ella. Cuando en 1950 recibiera el premio Nobel de literatura, la fama de Faulkner se volvió mundial y todos querían editar sus libros o contratarlo como guionista, algo que hizo con bastante suceso.

Pero para escribir como escribía había que conocer un tipo de tormento existencial del que el escritor sureño también era un especialista. “Entre la nada y la pena, prefiero la pena” es la última frase que pronuncia uno de los personajes de “Las Palmeras Salvajes”. Una literatura sin salvación, pero tan necesaria como todas las que aparecen para poner de cabeza casi todo lo que se tenía por tan seguro en este mundo. Fabio Penas Díaz