Adolescencia…¿divino tesoro?

En las últimas semanas el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) lanzó la campaña denominada “Adolescentes”, cuya finalidad es empatizar con este grupo etario y, a la vez “brindar herramientas a padres, madres y cuidadores, para que sepan qué esperar en esta etapa y tengan orientaciones para poder abordar las diferentes situaciones”.
De acuerdo con lo expresado en su página web, “Unicef realizó una investigación que arrojó que los adultos tienen una visión negativa de la adolescencia, que empeora en aquellos adultos que tienen cerca a algún adolescente. Los adolescentes viven cambios físicos, psicológicos y sociales; sin dudas esta etapa está llena de desafíos: se asumen nuevas responsabilidades y comienza la búsqueda de una identidad. Pero a su vez, es un período lleno de oportunidades, para adquirir nuevas habilidades y aprendizajes”. Para ese organismo internacional, “la adolescencia es una etapa de florecimiento, de proyectos, de descubrimiento de sí mismos y del entorno. Nuestro rol como adultos es justamente el de colaborar para que esto fluya y habilitar a que pase, sin bloquearlo o enlentecerlo. Por eso, es fundamental que los padres, educadores y referentes de los adolescentes tengamos presente que el gran objetivo al transitar la adolescencia es que puedan aprender a tomar decisiones, aprender de sus errores, hacerse cargo de sus actos, responder con libertad, funcionar con responsabilidad y crecer en autonomía, para poder llegar a ser adultos saludables”.
Sin lugar a dudas la campaña instrumentada por la Unicef constituye una iniciativa que debe ser apoyada por los actores políticos y sociales con la finalidad de fortalecer los esfuerzos institucionales tendientes a mejorar el relacionamiento con quienes muchas veces son vistos por los adultos simplemente como problemáticos o carentes de un propósito concreto de vida y un proyecto personal, cuando en realidad se trata de todo lo contrario: es la etapa en la cual esa búsqueda se inicia y se desarrolla al mismo tiempo que se busca encontrar “un lugar en el mundo”. Si a eso se le suma que los adolescentes deben adoptar importantes decisiones a temprana edad, tales como estudiar o trabajar e incluso qué estudios deberán cursar, la presión a la cual se encuentran sometidos les agrega diversas incertidumbres y temores. Tampoco ayuda la forma en que muchas veces la sociedad relaciona en forma casi inevitable la adolescencia con determinadas conductas tales como el consumo de drogas o alcohol, generando estereotipos que dificultan aún más su búsqueda y tránsito durante una etapa tan fermental e importante de la existencia humana. Como si todo eso fuera poco, desde la aparición del COVID-19 la vida de los adolescentes ha sufrido profundas alteraciones que sin duda dejarán su marca en su crecimiento personal, fruto del aislamiento social o de la falta de asistencia a clases presenciales, privándolos de una interacción con sus pares que sin duda los hubiese ayudado a transitar esa etapa de su vida y que en muchos casos se ha traducido en problemas de salud mental de los mismos fruto de la frustración, la falta de contacto y la ansiedad. A una etapa que puede ser complicada por sí misma, el COVID-19 le sumó nuevos desafíos (especialmente en el área de la salud mental) que requieren la preocupación y la ocupación de todos los actores públicos y privados involucrados. El alto número de suicidios que registra Uruguay (718 en el año 2020) se traduce en una tasa de 20,3 suicidios cada 100.000 habitantes cuando la media mundial es de alrededor de 10 suicidios cada 100.000 habitantes lo cual demuestra la gravedad del problema. Sólo en el año 2020 se quitaron la vida 42 adolescentes, varios de ellos vecinos de Paysandú. Tal como fuera consignado por el portal web 180, “si se amplía la franja a personas de entre 15 y 24 años, el suicidio fue su primera causa de muerte”. “Cada tres días, una persona en esas edades se quitó la vida”, dijo en conferencia de prensa Lorena Quintana, responsable del área Adolescencia y Juventud del Ministerio de Salud Pública (MSP).”
Para entender la importancia y magnitud de los cambios que operan en los adolescentes resulta especialmente ilustrativo considerar los aspectos de su desarrollo cerebral ya que, de acuerdo con la Unicef, “La adolescencia es un período crucial para el desarrollo del cerebro, en el que aumenta la velocidad de conexión de las redes entre sus distintas áreas. Durante este tiempo el cerebro terminará de cablearse y se remodelará completamente. Como si fuera una computadora, durante la adolescencia el cerebro está en plena actualización de su software, para adaptarse al entorno y quedar listo para funcionar en el resto de la vida adulta. Antes creíamos que este proceso terminaba a los 6 años y era la gran ventana de oportunidad para el desarrollo. Hoy sabemos que la adolescencia es la segunda gran ventana de oportunidad para formar adultos saludables, independientes y socialmente adaptados, funciones que se inician en la infancia, pero se completan y fijan en la adolescencia. Es una época de maduración en la que el cerebro vive las llamadas podas neuronales, en las que analiza conexiones que hasta el momento no utilizaba. Por esto los adolescentes pueden hacer cosas mucho más complicadas y abordar temas profundos que de niños no estaban preparados para afrontar. Esto es clave para comprender su comportamiento, tan variable e impredecible que muchas veces puede irritar a los adultos: en el mismo día pueden tener reacciones muy distintas y oscilantes”. Tal como lo ha señalado la Licenciada en Trabajo Social, Vanessa Josefina Quintela González, “dicha etapa suele ser ‘difícil’ para el joven. Este deberá aprender a ser adulto, pero sin dejar de ser tratado como niño.”
Como si todo eso fuera poco, los adolescentes se encuentran inmersos en un mundo dominado por las redes sociales, lo cual facilita fenómenos como el acoso, el bullying y la pérdida de autoestima. Como lo ha señalado la investigadora Miriam Pardo Fariña, “el ciberespacio puede funcionar como el lugar preciso para esconderse detrás de lo virtual, entregando una identidad falsa mientras se pueda hacer creer en un personaje inventado que contrasta con el adolescente en disconformidad con su cuerpo, su forma de ser y con el contexto en donde vive, identidad electrónica que puede desechar en el mejor de los casos para continuar buscando su lugar en el mundo”. Las redes sociales se transforman, paradójicamente y en forma simultánea en un instrumento para relacionarse y permanecer aislado al mismo tiempo.
Para que la juventud sea efectivamente el divino tesoro al cual hace referencia el poeta nicaragüense Ruben Darío en uno de sus poemas más conocidos, la sociedad debe repensar su visión y su relación con ese grupo etario, buscando contribuir efectivamente a su crecimiento y desarrollo en los diversos aspectos de su personalidad. Los adolescentes no son ni deben ser considerados como “antiguos niños” o “futuros adultos” sino como integrantes de una etapa de crecimiento vital con características, necesidades y desafíos que le son propias.