La (in)coherencia de las perillas

En tan solo un año la pandemia dio la vuelta el mundo, con millones de infectados y una tasa de letalidad (fallecidos cada 100 enfermos) de 7,5% el mundo. No estamos hablando del coronavirus actual, sino de la gripe A(H1N1) que en 2009 surgió en México y en pocos meses estuvo presente en prácticamente todos los países del mundo. Sin embargo en aquel momento no hubo una alerta tan fuerte como en la actual pandemia, siendo que la letalidad del SARS-CoV-2, causante del COVID-19, es 5 veces menor: sólo del 1,56%. Entonces, ¿las medidas que se tomaron para combatir el COVID-19 fueron acaso exageradas producto de una paranoia colectiva? No, claramente hay una gran diferencia entre la pandemia de la Gripe Aviar –como se denominó a la A(H1N1)— y la del coronavirus COVID-19. Y esa es la tasa de contagios.
El coronavirus se contagia decenas de veces más rápido que el A(H1N1), y por lo tanto la cantidad de potenciales fallecimientos por esta enfermedad es mucho mayor, aún con una letalidad más baja. Pero lo que realmente paralizó al mundo es que al multiplicarse exponencialmente los casos en muy corto plazo, los sistemas de salud se veían saturados e imposibilitados de atender los enfermos que necesitaban atención de cuidados intensivos o asistencia respiratoria artificial. Aún en los países del primer mundo, con la salud más avanzada, no daban abasto y, al no existir vacunas ni ningún otro tipo de tratamiento para frenar su expansión, la única alternativa fue cerrar las fronteras y reducir la movilidad de la población interna al mínimo posible, llegando al extremo de decretar cuarentenas donde la gente quedó presa en sus hogares por largos períodos.
Los daños colaterales del combate al COVID-19 fueron muchos y muy severos, principalmente en a economía, tanto global como de cada país, así como de las empresas y de cada hogar del planeta. Pero también afectó psicológicamente a mucha gente que vio desmoronarse toda una vida al no poder trabajar o producir, o tener que vivir de un subsidio muy menguado en algunos casos. Otros sucumbieron ante los encierros interminables de las cuarentenas, los que estaban en tratamientos de salud o los aquejó alguna dolencia en ese período quedaron presos de las medidas extremas de confinamiento y todos sin excepción sufrieron consecuencias de algún tipo.
Desde un principio, lo que se buscaba con estas medidas extremas era evitar el colapso de los sistemas de salud mientras se esperaba el desarrollo exitoso de una vacuna específica. Paralelamente, los principales laboratorios del mundo se abocaron a encontrar esa vacuna por diferentes medios, y en el tiempo récord de menos de un año se tuvieron varias opciones en fase 3, que permitieron enfrentar de otra forma al COVID-19 en la emergencia. Todas estas vacunas probaron ser eficaces en mayor o menor medida tanto para reducir los contagios como para evitar las internaciones o fallecimientos, que en realidad es lo que se buscaba. Porque desde un principio se supo que la enfermedad llegó para quedarse, y sería imposible erradicarla al menos en el mediano plazo.
Uruguay llegó un poco más tarde que los demás países de la región a la vacunación, pero con una cuidada organización y constancia, así como una exitosa negociación con los proveedores de las vacunas en poco tiempo estuvo a la vanguardia en este aspecto, y hoy es el décimo país con mayor población con dos dosis aplicadas y el primero en toda América. Vale destacar que de los territorios que están mejor posicionados que Uruguay en ese aspecto, solo Singapur es un país populoso, mientras que los demás son mucho más pequeños que nosotros, con poblaciones máximas de unos centenares de miles de personas, en el mejor de los casos.
Toda esta campaña de vacunación masiva en nuestro país cambió drásticamente –para bien– la situación de emergencia extrema que vivimos desde mayo hasta principios de julio de este año, cuando comenzaron a verse los resultados. Pasamos de 550 camas de CTI ocupadas en la última semana de abril, a menos de 31 en los últimos siete días; y de 64 fallecidos diarios, a menos de dos en todo el país. Los casos activos se redujeron de más de 36.000 a menos de 1.500, con un promedio inferior a 140 casos nuevos reportados cada día. Todo esto cuando el 70% de la población ya tiene dos dosis de la vacuna, y estamos a días de alcanzar la “inmunidad de rebaño” que se había trazado como meta.
Entonces: ¿qué es lo que falta para “liberar definitivamente” las “perillas” que limitan la movilidad social? Ese 30% restante que por comodidad, incredulidad, desinformación o irresponsabilidad no se quiso vacunar y probablemente no lo haga jamás.
Sin embargo las metas que se podían esperar alcanzar ya prácticamente se han logrado: se están cerrando CTI COVID porque no se precisan más, el sistema de salud se ha normalizado, los casos diarios son “controlables” y todo aquel que quiso, fue vacunado.
Si bien es cierto que muchas actividades fueron habilitadas nuevamente, ya es hora que la sociedad vuelva a la normalidad “normal”, más allá de alguna exhortación a la responsabilidad individual que se pueda hacer, porque por más restricciones que se impongan, con o sin vacunas siempre habrá casos, enfermos y fallecidos de COVID. Cada uno tuvo y tiene a su alcance las herramientas para cuidarse: tapabocas, alcohol, jabón, y por supuesto, las vacunas, que son gratis y se les suministra a todos quienes quieran recibirla.
Por seguir “cuidándonos” tanto, el gobierno central como las intendencias han quedado en una posición muy incómoda e injustificable ante la opinión pública, como por ejemplo permitir libertad de movimiento y concentración en la vía pública –el decreto que lo prohibía caducó– excepto en algunos espacios vedados, como en el Balneario Municipal en nuestra ciudad. Tampoco se permiten fiestas de más de 100 personas, por ejemplo. Esas incongruencias terminan generando malestar en la ciudadanía cuando se difunden videos donde centenares de jóvenes se reúnen en un espacio reducido como la peatonal de 19 de Abril, sin que las autoridades puedan actuar para disuadirlos, mientras que una familia no puede hacer una fiesta numerosa porque queda en infracción.
Esas medidas contradictorias sólo sirven hoy para perjudicar a muchísima gente que todavía ve limitado su trabajo, ya sea quienes tienen servicio para fiestas y espectáculos, artistas, todo el turismo, comercios 24 horas, pubs, discotecas, restaurantes, el deporte, etcétera.
Ya es hora de apelar a la responsabilidad individual y que quien no lo haga acepte las consecuencias. El que no se vacunó está en su derecho constitucional, pero el país entero no puede estar rehén indefinidamente de su egoísmo.
Para empezar, bueno sería abrir definitivamente la perilla de los espacios públicos, al menos para lograr un poco de esa coherencia que mencionamos.