Los mercenarios de las redes sociales y la gratuidad de la desinformación

Probablemente la Internet sea la revolución tecnológica para la transmisión de la información más grande después de la invención de la imprenta en 1440 por Johannes Gutenberg, incluso más que la radio o la televisión si se mide por el impacto que ha tenido a nivel global y las posibilidades que ha abierto para la democratización de las comunicaciones y el acceso a todo tipo de datos.
Si bien la red global tiene sus orígenes en el siglo pasado, como una red de grandes computadoras o “mainframes” militares y posteriormente de las principales universidades de Estados Unidos, a partir de 1969, podría decirse que alcanzó su madurez en este Siglo XXI, especialmente al sumar los teléfonos móviles a la web con infinidad de aplicaciones jamás imaginadas siquiera dos o tres décadas atrás.
Las virtudes de Internet son infinitas, empezando por el acceso a información de calidad en tiempo real desde cualquier parte del planeta para cualquier persona con un dispositivo conectado, que puede ser tan pequeño como un teléfono personal, a un costo ínfimo. Ha permitido el desarrollo explosivo de todo tipo de tecnologías, de la ciencia y el conocimiento, de la medicina, las artes, la educación, el acceso al mercado global para cualquier usuario, ya sea para vender, comprar o negociar, para el turismo, etcétera. También los medios de información tradicionales han tenido que de una u otra forma adaptarse y migrar hacia este soporte y hoy la mayoría de la gente está informada por diarios, informativos, radios y demás a través de Internet, así como por medio de blogs, podcasts u otros sistemas que conviven en el universo virtual. Todo el mundo moderno gira alrededor de la red de redes, y si hoy ocurriese un “apagón” de Internet las consecuencias serían catastróficas y afectaría directa o indirectamente a casi todas las personas en el mundo, de manera inmediata.
Pero también tiene su lado oscuro, y ese aspecto no necesariamente se encuentra en la “deep web” o “Internet oscura” donde se refugian los terroristas informáticos para lanzar ataques masivos a la red o los hackers para tomar el control de las computadoras de los usuarios y robar sus cuentas o tarjetas de crédito. También Ese lado oscuro se puede percibir en las redes sociales, ese mundo virtual fantástico que tanto bien y tanto mal ha causado a millones de usuarios que a través de ellas pueden comunicarse con sus seres queridos en segundos estén donde estén, conocer gente nueva, culturas, vender, comprar, compartir aficiones, mostrar sus logros al mundo e informarse, además de tantas otras cosas.
Pero así como hay gente bien intencionada y de las otras en todas partes, ocurre lo mismo en las redes sociales, donde convive la abuelita que las utiliza para comunicarse con sus nietos que están lejos o enterarse de las novedades de su serie favorita, con verdaderos delincuentes informáticos, que van desde simples “haters” u “odiadores” que buscan destruir la imagen de otras personas, hasta otros más peligrosos como estafadores o incluso pedófilos, terroristas o toda la variedad que se nos pueda ocurrir.
Y en este aspecto nos queremos enfocar. El lado más oscuro de las redes sociales que cada vez es más explotado con fines políticos, utilizando una poderosa arma de destrucción masiva: la desinformación y la descalificación a través del odio, la prepotencia y el insulto.
Si bien estas técnicas de manipulación social no son nuevas y existen desde siempre, las redes sociales han potenciado su alcance y, en consecuencia, los daños que producen. En manos expertas son capaces de destruir personas, carreras, medios, hacer caer gobiernos o hasta provocar guerras, en un abanico inabarcable de posibles malos usos.
Podría decirse que actualmente existe una pandemia mucho más difícil de tratar y combatir que el coronavirus, que se transmite a través de las redes sociales, provocada por personas inescrupulosas que fomentan el odio, ya sea con fines políticos y otros. Estos usuarios se alimentan de la ignorancia de algunos, el desconocimiento de otros, el descontento de muchos y el malestar de otros tantos para lograr el caldo de cultivo que necesitan para crecer y llegar a más gente. Además, no están solos y cuentan con la colaboración de muchos con los que comparten los mismos intereses.
¿Y cómo lo hacen? Mintiendo, desinformado, descalificando e insultando, amparándose en el “efecto cardumen” y el anonimato de las redes sociales.
Hoy las redes son un campo de batalla donde no existen valores ni reglas de combate. No importan los daños colaterales; tampoco la razón ni la verdad son importantes, sólo el daño que puedan producir. Y todo eso es porque hasta ahora mentir y atacar es gratis, no tiene consecuencias para el que lo hace, aun cuando actúa a total conciencia.
Por eso es una buena señal que la Intendencia haya decidido llevar a la justicia penal un caso de desinformación divulgado en las redes sociales, respecto a la supuesta orden del intendente Nicolás Olivera de exigir determinada vestimenta a las trabajadoras del teatro Florencio Sánchez y obligarlas a desfilar. De ser mentira la versión que se hizo viral, corresponde que quien la difundió –y de paso “fogoneó” con apreciaciones personales— sea responsabilizado por sus dichos.
La Justicia entonces deberá investigar las fuentes, los orígenes de los mensajes, la veracidad de los hechos y resolver en consecuencia.
Es importante que estas medidas se vuelvan más comunes ante hechos ocurridos en las redes, ya sea por difamación e injurias, noticias falsas, bullying u otros tipos de violencia que se transmiten, porque es la única forma de combatir estos crímenes. Lo que no puede ocurrir es que siga siendo gratis mentir o injuriar en las redes. Hoy hay verdaderos “profesionales” de la mentira y la descalificación, que en general son actores políticos. Y los hay de todos los partidos, en mayor o menor medida; cada uno tiene sus “soldados” que con perfiles falsos incitan al odio y la violencia. Pero también hay quienes tienen otros intereses, extremistas de todo tipo que resienten de la sociedad y encuentran así la forma de contagiar su ira.
Sin embargo, no se dan cuenta que si bien a la corta pueden obtener réditos con estas técnicas, está probado que a la larga resultan altamente negativas para todos, porque el odio que destilan no es controlable y lo que un día sirvió para atacar al adversario, al otro se puede volver en contra de ellos. Hasta ahora ninguna “revolución” lanzada desde las redes sociales ha terminado en algo bueno, aún cuando comenzó siéndolo. Basta ver en lo que terminó la Primavera Árabe, para llevarlo a un extremo.
Sería bueno entonces que todos los partidos políticos y la sociedad en su conjunto condenen estas prácticas de odio que sólo sirven para ahondar la grieta que ya está instalada. Pero mientras eso no ocurra, una buena forma de combatirlos es cayéndoles con todo el peso de la Justicia.