Un ajuste de tuercas

En los últimos meses se han registrado varios siniestros de tránsito que por su espectacularidad o por el desenlace trágico con pérdida de vidas jóvenes que cobraron han tenido gran impacto en la sociedad sanducera.
La “mala racha” comenzó ya en enero, apenas 24 días de comenzado el año y en pleno empuje de la pandemia de COVID-19. En esa oportunidad una moto de alta performance impactó contra un automóvil que intentó cruzar la ruta 3 a la altura del paraje La Lata, falleciendo en el acto el joven piloto y quedando gravemente herida una chica que viajaba como acompañante. La víctima formaba parte de un grupo de fanáticos de las motocicletas que solían hacer encuentros en distintos puntos, por lo que la noticia impactó de inmediato en su comunidad.

Dos meses después, la escena se repite casi en el mismo lugar y con características idénticas: el 22 de abril un motociclista –que casualmente integraba el grupo de amantes de la motos al que pertenecía el joven fallecido en enero– impactó contra una camioneta que intentaba cruzar la ruta, perdiendo la vida en forma instantánea.
La trágica lista sumó un nuevo renglón dos meses más tarde, el 18 de junio, esta vez en un cruce de calles del radio urbano. Una motociclista perdió la vida tras impactar contra una camioneta en Treinta y Tres Orientales e Instrucciones del Año XIII, convirtiéndose en la tercera víctima fatal en el mismo lugar. Al momento de producirse el accidente la visibilidad era óptima, ocurrió al mediodía en un lugar amplio y con excelentes condiciones del pavimento.

En agosto, dos días antes de la “Noche de la Nostalgia” dos mujeres de 22 y 26 años fallecieron en otro choque, en este caso contra una columna en la zona del Balneario Municipal, en la curva de Avenida de los Iracundos frente al antiguo parador La Angelina. Según testigos, las jóvenes circulaban a cierta velocidad cuando adelantaron a otro motociclista al cual rozaron, para finalmente impactar contra la columna, donde fallecieron en forma instantánea.

Una vez más, se trata de un lugar que ha visto otras tragedias incluso antes de estar las columnas del alumbrado público contra el cordón, así como infinidad de vehículos han terminado sobre la vereda o chocando contra el muro que la delimita en los últimos 50 o 60 años, según cuentan memoriosos.
Pero como las rachas vienen por pares, dos meses más tarde, el 3 de octubre un automóvil volvió a derribar una columna de iluminación en el mismo lugar. En esta oportunidad hubo mayor suerte y, a pesar de que al menos una de las cinco ocupantes recibió graves lesiones –principalmente en las cervicales y una pierna— y otras resultaron con traumatismo de diversa entidad, afortunadamente no hubo víctimas fatales.

Pero el hecho de que en tan poco tiempo esa columna fuese chocada dos veces motivó el reclamo de la ciudadanía a través de las redes sociales para que tales elementos fueran retirados, dado que generan un gran riesgo en caso de accidentes. Esta sucesión de hechos lamentables en el tránsito de nuestra ciudad y alrededores no es un relevamiento completo de lo que ha sucedido en el presente año, pero sirve para analizar la situación que se vive con respecto a la otra pandemia: la de los siniestros de tránsito, para la cual no hay vacuna y sólo se puede apelar a la conciencia colectiva para combatirla.

Y si bien cuando ocurren situaciones tan tristes es difícil hacer un análisis sin afectar sensibilidades, se vuelve imprescindible hacerlo con la mayor objetividad y amplitud posible para encontrar la forma de evitar que se repitan. En cada uno de estos casos lógicamente han habido responsables y responsabilidades compartidas, más allá de las conclusiones cargadas de subjetividad por el lógico dolor de las personas involucradas o allegados y la contaminación de las redes sociales, que suelen hacer justicia medieval ante cada hecho de repercusión mediática.
Por supuesto que en última instancia quien está a cargo de resolverlo es la Justicia, aunque ahí también puede haber injusticias, valga el juego de palabras, a veces por falta de medios para llegar a conclusiones científicamente válidas y otras por la contaminación de la opinión pública, que lamentablemente influye porque tanto los jueces como los fiscales y los abogados son tan humanos como cualquiera y están insertos en la sociedad.

Es así que hay elementos en común en todos estos casos expuestos que no necesitan demasiado análisis. En primer lugar está la velocidad. Ninguno de estos siniestros hubiesen ocurrido si los vehículos hubiesen circulado a la velocidad permitida. Absolutamente ninguno. En los casos ocurridos en la ruta, es cierto que hubo un vehículo involucrado que se cruzó determinando la tragedia, pero de seguro que si el otro viajase a 90 kilómetros por hora hubiese sido perfectamente visto por el conductor que se cruzó en el camino y obviamente no se hubiese “tirado” a doblar. Porque aunque la Justicia no suele analizarlo demasiado, hay un hecho determinante y es que cuando el exceso de velocidad es demasiado grande nadie, pero absolutamente nadie, está preparado para adelantarse tanto para realizar una maniobra, por lo que en ese caso la suerte está jugada de antemano.

Y por supuesto, en los papeles y ante tanta falta de análisis científico la responsabilidad penal terminará recayendo sobre el supuesto “generador” del accidente.
También la velocidad fue determinante para terminar impactando contra una columna en el Balneario Municipal; de seguro que estos accidentes no ocurrirían de circular a 40 kilómetros por hora o menos, o al menos no tendrían la gravedad que se registró recientemente. Es cierto que la columna en cuestión también agrega un riesgo potencial y es determinante para la gravedad del siniestro, pero éste no ocurre por estar la columna allí. De hecho hace años en esa curva hubo fatalidades en las cuales la víctima terminó su carrera desenfrenada contra al muro del otro lado de la vereda, o contra el cordón.

También en los casos del cruce de 33 Orientales e Instrucciones del año XIII la velocidad jugó un papel fundamental, más allá de las preferencias de circulación. Porque como se suele decir los accidentes ocurren porque ninguna de las partes lo evitó, pudiendo hacerlo cualquiera de los dos involucrados cuando se circula a velocidad normal y con la debida precaución.
Pero hay un factor que no está en la calle, la velocidad, el trazado, el alcohol –que en algún caso también estuvo presente—y es la responsabilidad de las autoridades. Porque lo que está faltando a todas luces son controles, tanto de los inspectores de Tránsito como de la Policía y la Caminera. Cuando los controles se distienden, la historia nos muestra que la siniestralidad se dispara.

Tanto se han distendido los controles que las imprudencias se pueden ver a pleno día y son cometidas sin prurito ninguno, incluso para llamar la atención de la mayor cantidad de espectadores posible. Basta recordar el vuelco en ruta 3 en los acceso al Trébol, delante de centenares de personas que vieron cómo derrapaba sin control un auto de alta gama hasta terminar con las ruedas para arriba contra la cuneta. Por suerte no produjo lesiones a terceros, que pudieron ser trágicas también, por lo que el suceso se saldó sin consecuencias para nadie.
Entonces, lo que falta es un ajuste de tuercas en el tránsito. Más controles, en todo momento y lugar y por sobre todo, severidad con quienes juegan con la vida propia y la ajena. Es la única forma de evitar seguir llorando la pérdida de vidas jóvenes, y además un acto de justicia, porque después que ocurren los hechos la culpa terminará recayendo sobre otro, con justicia o no.